Supremacía a prueba
Hoy vivimos las primeras elecciones después de la victoria de López Obrador
El sistema de partidos en México está roto. El viejo tripartidismo quedó sepultado el pasado primero de julio. PRI, PAN y PRD tienen hoy menos del 40% de las simpatías de los mexicanos en las urnas. De las cenizas, emergió Morena. La plataforma de López Obrador que todavía no sabemos si será un partido organizado y estructurado al estilo de los tradicionales, un vehículo que sirvió para una coyuntura determinada pero que no tendrá mucho sentido cuando se vaya López Obrador o un movimiento social institucionalizado al estilo sudamericano. Tal vez, Morena tiene algo de todo lo anterior; empero, lo indudable es que parte como favorito para arrasar en las primeras elecciones que se celebran luego del triunfo presidencial de López Obrador.
Hoy serán elegidos dos gobernadores; 70 presidentes municipales -algunos de relevancia como Aguascalientes, Durango, Tijuana o Puebla- y 86 diputados locales. Las madres de todas las batallas son la gubernatura de Puebla -extraordinaria, luego de la trágica muerte de Martha Érika Alonso- y la silla de gobernador en Baja California, un feudo que hegemoniza Acción Nacional desde 1989. Digamos, que en la actual coyuntura, es precisamente el blanquiazul quien se juega más en este domingo electoral.
Si Morena le arranca ambos bastiones, la configuración territorial en México comenzará a equilibrarse. Así quedaría: el PAN -en coaliciones con PRD y MC- gobernaría 8 entidades federativas; el PRI 13; Morena 7; PRD 2; independiente 1; Movimiento Ciudadano 1. Así, en términos de población: el PAN gobernaría a 22 millones de mexicanos; el PRI a 42 millones; Morena, 36 millones; el resto se lo dividen entre MC (8 millones); independiente (4.5 millones) y el PRD (6 millones). Así, cuatro años después de haber sido creado: Morena gobernaría a más de una tercera parte de los mexicanos, controlando dos de los 4 Estados más poblados del país y con la Presidencia de la República. Es el ascenso más vertiginoso de la historia política del país.
Los comicios de este domingo despejarán algunas incógnitas interesantes: ¿permanece el ciclo de ascenso de Morena y su implantación territorial? ¿Es el efecto AMLO suficiente para ganar en feudos que antes eran impenetrables para la izquierda? ¿Veremos en el voto de los poblanos o los bajacalifornianos, un mensaje de premio o castigo a la actual administración? ¿Se vota en clave local o federal?
La elección del primero de julio supuso que el huracán López Obrador arrasó en casi todo el territorio nacional (a excepción de Guanajuato). La fuerza electoral del hoy Presidente le permitió, a un partido que compitió por primera vez en 2015, alcanzar la Presidencia de la República, conquistar la capital y otras cuatro entidades federativas. En menos de un lustro, Morena pudo competir en todos los territorios, hasta en Estados como Jalisco en donde antes no tenía ni “vela en el entierro”. El efecto López Obrador, combinado con una política de “fichajes” de operadores políticos que venían de otros partidos, supuso para el ahora Presidente tener incidencia en elecciones locales como nunca antes. Dicha implantación territorial está a prueba en Estados como Puebla, en donde su candidato Miguel Barbosa parte como favorito o en Baja California con Jaime Bonilla. En este último caso, la desaprobación del gobernador Francisco Vega (65% de rechazo), puede incluso mandar al PAN a una lejana tercera posición.
También será interesante comprobar la penetración de Morena en municipios muy panistas como Aguascalientes. Todo indica que la pugna por la alcaldía estará entre María Teresa Jiménez del blanquiazul y Francisco Ávila de Morena. La primera parte como favorita.
El efecto López Obrador y su popularidad es fundamental en los comicios de este domingo. Existe un consenso entre los encuestadores: el Presidente ha perdido puntos en su aprobación. Era natural. López Obrador rozó el 80% de aceptación. Unos niveles que sintetizaban más las esperanzas de cambio que los hechos en específico. En este momento, la popularidad presidencial se mueve en una horquilla que va del 62 al 70%. Podemos decir que la popularidad del Presidente de la República se adecuó. Lo más interesante es ver dicho ajuste por regiones. El Presidente ganó popularidad en el Noroeste del país, en el Centro y en el Sur. Por el contrario, perdió respaldo en El Bajío, Occidente y Noreste. En los primeros incrementó su aprobación entre tres o cuatro, y en los segundos cayó entre 6 y 8 puntos. Por ejemplo, la figura de López Obrador puede ser crucial para que Morena arrebate al PAN el Gobierno de Baja California, pero puede no ser igual de decisiva en las elecciones municipales de Aguascalientes.
En todas las elecciones, existen componentes locales y federales que se entrecruzan para leer el voto de las personas. Es cierto, cuando hay citas puramente municipales o estatales, los ciudadanos suelen votar en claves más locales: aprobación de gobiernos, desgaste de partidos, la seguridad, la corrupción y un larguísimo etcétera. Empero, en esta coyuntura en específico, las coordenadas se alteran. El discurso presidencial está presente en las mañanas, en las comidas, en las cenas y a toda hora. Existe a nivel nacional un AMLO-centrismo que permea todos los debates públicos. Una especie de plebiscito diario. Ante esta, híper-exposición del Presidente, los comicios de hoy son también una prueba de fuego para la oposición que se ha visto desdibujada durante estos seis meses de Cuarta Transformación. ¿Qué tanto, los partidos políticos tradicionales que han gobernado en Tamaulipas, Durango, Aguascalientes, Quintana Roo, Puebla o Baja California, son capaces de mantener sus estructuras y condicionar el resultado de las elecciones? La tasa de participación es también una variable fundamental.
Hay quien piensa que Morena está construyendo una hegemonía equiparable a la del PRI de los años del partidazo. Discrepo de esa idea, pero es cierto que la debilidad de la oposición en México les está abriendo la puerta a muchos gobiernos. Morena aprovecha la ruptura del sistema de partidos para colocarse como un instituto político que jala votos a la derecha y a la izquierda, entre los conservadores y los progresistas. El discurso nacionalista de López Obrador ayuda a dicha transversalidad. Las elecciones de este domingo son un termómetro sobre la vigencia del sistema tradicional de partidos, calibrar la fortaleza del ascenso de Morena en bastiones de la oposición y calificar, en las urnas, los primeros seis meses de gobierno de López Obrador.