¿La conocías? La triste historia del Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, "la leyenda de los volcanes"
El Popocatépetl y el Iztaccíhuatl no sólo son dos de las montañas más importantes de México, sino que guardan también una de sus leyendas más fascinantes
Muchas décadas atrás, cuando todavía era posible encontrarlo en el azul del horizonte, un coloso inmenso vigilaba la región transparente del valle de México. Un gigante recóndito, cuyo letargo de siglos no fue nunca señal de reposo, sino de catástrofe, y en cuyas nombres nubladas había nieve, formaciones escarchadas que también se creyeron eternas.
Hoy es un volcán obscurecido, invisibilizado por la contaminación de la Ciudad de México, y ya no es posible señalarlo con un dedo en la lontananza. No obstante, el valle, las poblaciones, y todas las ciudades que lo circundan siguen sometidos a sus intransigencias.
Desde el pasado 20 de mayo, el Popocatépetl inició con actividad volcánica, con explosiones intermitentes y nubes de ceniza que a lo largo de los días han ocasionado interrupciones de vuelos, suspensiones de clases, y vigilancia total sobre las poblaciones cercanas al coloso. Se han supervisado posibles rutas de evacuación, y las autoridades pertinentes monitorean día y noche las actividades del volcán.
El Popocatépetl tiene un lugar indiscutible en el imaginario mexicano más allá de su imponencia: comparte espacio en el horizonte junto al Iztaccíhuatl, "la mujer dormida", y juntos velan la inmensidad del valle donde las praderas de concreto y rascacielos sustituyeron las aguas milenarias. Una leyenda ha navegado a través de los siglos: la historia de estas dos montañas.
Popocatépetl e Iztaccíhuatl: la leyenda de los volcanes
Como todas las leyendas, existen distintas versiones de la misma, pero giran en torno a una premisa en particular: la tragedia del amor imposible. Popocatépetl e Iztaccíhuatl eran una pareja de enamorados, y se amaban con locura. Popocatépetl era un joven guerrero, que esperaba pedir la mano de su amada, Iztaccíhuatl, y formalizar su destino.
Las circunstancias no favorecieron su romance, pues su amor se vio entorpecido por la guerra repentina entre mexicas y tlaxcaltecas. Tezozómoc, el padre de Iztaccíhuatl, le dijo al guerrero que le otorgaría la mano de su hija si acaso regresaba victorioso de la batalla. Popocatépetl juró a su amada que volvería con triunfo del conflicto, trayendo el honor a casa, y así podrían consumar su amor.
Iztaccíhuatl se dispuso a esperar. Los días y los meses le transitaban en el pecho como un viento de tortura, hasta que la angustia le dio el zarpazo final cuando recibió un mensaje contrariado en el que le indicaban que su amado Popocatépetl había muerto en el combate. Una versión de la leyenda indica que esta noticia le fue dada a la doncella por un rival de Popocatépetl, que también estaba enamorado de ella, y que, víctima de celos, intentó tomar ventaja de la ausencia.
Otro relato afirma que Tezozómoc, el padre de Iztaccíhuatl, tramó todo aquello para que el joven no regresara con vida. Incapaz de lidiar con la posibilidad del futuro sin Popocatépetl, Iztaccíhuatl cayó en un depresión irremediable, y se murió de tristeza.
Popocatépetl regresó victorioso tras la guerra con los tlaxcaltecas, pero en casa sólo lo aguardaba la ruina: Iztaccíhuatl había muerto. Con el corazón destrozado, el joven guerrero tomó el cadáver de la que sería su esposa, y que ahora era un cúmulo de rocas entre sus brazos. Popocatépetl mandó a construir una tumba gigantesca, amontonando diez cerros, y en la cima de estos colocó el cuerpo de su amada. Arrodillado ante ella, sin más compañía que la antorcha que ardía en su mano, le prometió que velaría por siempre su sueño.
La neviza de las alturas cubrió poco a poco a los amantes, hasta que se volvieron montañas, y así la piedad de los dioses les concedió la eternidad que no tuvieron en vida. Siguen juntos: Popocatépetl velando el sueño de su esposa, una mujer tendida en sueño eterno, doncella de nieve en la inmensidad del horizonte, mientras el corazón de su amado arde en llamas cada vez que la recuerda, y estremece la tierra hasta sus cimientos.
Hoy, muchos siglos más tarde, el corazón de Popocatépetl arde de nuevo, reclamando desde las entrañas de la tierra la memoria de su amada. En el valle de México llueve ceniza, y las autoridades se mantienen en alerta ante el despertar del coloso, y la memoria de su amor eterno.
Con información de UNAM y Gobierno de México
FS