México

Naturalizar el odio

En todo el mundo, los demócratas se unen para denunciar los discursos de odio; en México, la mezquindad se impone

“Te saludo hasta el frente de batalla, querido amigo”, es el saludo de Pedro Ferriz a Gilberto Lozano, el rostro más visible del Frente Nacional Anti-AMLO (FRENAA). El lenguaje belicista no es una coincidencia. “Conquistamos el Zócalo” decía Lozano, como quien sale de las trincheras para despojar al enemigo de su territorio. Lozano es un personaje vinculado a empresas regiomontanas y colaboró con los gobiernos de Acción Nacional durante el foxismo. Sus ideas, por decirles de alguna manera, no tienen mucha ciencia: familia, orden y propiedad privada. La democracia le importa poco. En entrevista con Carlos Loret dijo que había que “deponer a López Obrador, como sucedió en Bolivia”. Lo paradójico es que en sus provocadoras intervenciones en medios de comunicación nunca es confrontado. Propone golpes de estado y el entrevistador ni se inmuta. 

Lozano no sólo es un anti-obradorista confeso. Es, ante todo, un ultra. Sus ideas embonan con aquellas que azuza la ultraderecha en todo el mundo. Eso sí, con el aderezo nacional: el catolicismo. Al igual que sus colegas de FRENAA, Lozano tacha al feminismo de ideología de género, a los programas sociales de comunismo y considera que el gobierno debe recaer en la oligarquía. “Los que producen y pagan los impuestos”, así lo sostiene sin sonrojo (aunque los de arriba de la pirámide son los que menos pagan). Y tras esta serie de postulados dignos del medievo, la pregunta obligada es: ¿tenemos que tomarnos en serio a este grupúsculo que hoy acampa en el centro de la Ciudad de México? ¿Debemos tolerar a quien es intolerante?

México está viviendo un escenario similar a lo que ocurrió en otras naciones latinoamericanas en el periodo que se extendió de 1998 a 2012. El arribo de la izquierda al Gobierno supuso una reacción de encono, alentada desde el poder político, pero también desde los intereses corporativos y de las empresas. Al igual que en Brasil, Bolivia o Ecuador, la izquierda fue incapaz de unir. Lula Da Silva lo logró en su primer periodo como presidente. Sin embargo, la ruptura nacional provocó el ascenso del fascismo encarnado en un militar como Jahir Bolsonaro. El golpe de Estado en Bolivia se explica de la misma manera. El “Macho” Camacho, líder de la derecha extrema en Bolivia, es un imitador de Donald Trump y sus postulados.

López Obrador ha sido incapaz de tender puentes con la oposición y los grupos inconformes por sus decisiones. Al contrario, el jefe de estado es, hoy en día, el gran polarizador. El polarizador en jefe. El resultado es que el país comienza a dividirse en dos mitades, que cada vez se alejan más. El grado de polarización se mide a través de la distancia ideológica que separa a dos grupos políticos. Menos de dos años después, la política ha fracasado. Si entendemos la política como ese instrumento al servicio del acuerdo y la aproximación de posturas, hoy es disfuncional. FRENAA es el resultado de élites y clases medias que se sienten amenazadas por el proyecto de López Obrador.

Los proyectos extremistas o “ultras” tienen un objetivo existencial: la erradicación del otro. La definición misma de Anti-AMLO supone eso. No descansar hasta extinguir los derechos políticos del enemigo. Para los extremistas, quien piensa distinto es un objetivo a aniquilar. No importa si están en la derecha o en la izquierda, no hay puente posible. No hay diálogo posible. Entiendo que para López Obrador es ideal tener una oposición como FRENAA en el corto plazo. Es una oposición intransigente, trasnochada, medieval, antidemocrática y anticonstitucional. Sin embargo, el Presidente no está midiendo correctamente los fantasmas que está liberando. La ultraderecha no es un juego.

Las encuestas lo registran con meridiana claridad: en México existe base social para un proyecto radical, autoritario y de derecha. Un proyecto que en nombre de salvar a México de las garras del socialismo, obtenga apoyo popular para dinamitar los avances logrados en igualdad y las libertades conquistadas. La encuesta Latinobarómetro ha registrado, durante muchos años, el deterioro de la confianza que los mexicanos depositamos en la democracia. En 17 años, casi 28 millones de mexicanos dejaron de confiar en la democracia. Casi 40% de los mexicanos consideramos que da lo mismo un régimen democrático que uno que no lo sea. 88% considera que se gobierna para unos pocos. Ese caldo de cultivo apuntó hacia el obradorismo en 2018, pero si los problemas siguen no podemos descartar que ahora el péndulo apunte hacia posturas autoritarias y ultraconservadoras.

La oposición democrática a López Obrador, sea partidista o no partidista, se equivoca al hacerle el juego a FRENAA por su aversión hacia el Presidente. En otras latitudes, las diferencias políticas, naturales en democracia, se ponen de lado cuando se trata de denunciar los discursos de odio. En FRENAA existe una aversión por los derechos de las mujeres, de las y los homosexuales, una discriminación abierta y manifiesta contra quien es pobre. Los planteamientos de este movimiento político son reaccionarios, anticonstitucionales y atentan contra los derechos humanos.

FRENAA ha gozado de una cobertura inaudita en medios de comunicación. Al igual que la oposición partidista, algunos periodistas y analistas no saben diferenciar que la aversión hacia el Presidente no debe suponer la normalización del discurso de colectivos que atentan contra los derechos humanos. Los postulados de la ultraderecha se combaten, no se normalizan. ¿Usted leyó alguna editorial condenando gravemente las amenazas de grupos que se quieren poner por encima de la democracia y deponer a un jefe de Estado elegido por una mayoría de mexicanos? ¿Usted leyó alguna columna de aquellos que permanentemente dan clases de democracia, condenando el autoritarismo de FRENAA?

Coincido con Jorge Álvarez Máynez cuando dice que el chavismo ha sobrevivido en parte por la incapacidad de la oposición para trazar rutas alternativas, democráticas y que conquisten a una mayoría. No se puede construir una democracia sin demócratas. No se puede construir una democracia con aquellos que anteponen sus intereses partidistas de corto plazo antes que la salud de nuestro precario régimen de libertades. FRENAA es una oposición reaccionaria que, si pudiera, no dudaría en dar un golpe de estado. Para mí, sólo eso debería desencadenar una condena unánime. Sin embargo, hay quien prefiere abrazar sus mezquindades -en el oficialismo y en la oposición- y, mientras tanto, que al país se vaya al carajo. No nos sorprendamos si en algunos años, nuestra precaria democracia se convierte en autoritarismo. Eso sucede siempre que el odio se naturaliza.

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