México y el exilio republicano español
Se habló de una parte de la historia de México en la Cámara de Diputados el pasado 28 de junio
Resulta en verdad motivo de orgullo para sus descendientes, esta dignidad perenne que hoy confiere la máxima representación popular de la Nación Mexicana al “exilio español en México”, perpetuándolo en letras de oro.
Quiero agradecer al ciudadano Porfirio Muñoz Ledo, por haber tomado la iniciativa que fue ratificada mayoritariamente por esta soberanía y, además, haber discurrido -tal vez por error- que mi voz tiene la calidad necesaria para sumarse a este homenaje.
Para mí resulta muy honorífico no sólo por descender de una pareja de ellos, sino también porque soy el primer mexicano de mi familia ¡Yo soy tanto como el más pintado! ¡Y para colmo, jalisciense!
Crecí entre la gratitud por México de aquellos asilados, misma que me gustaría se perpetuara en todos sus descendientes, oyendo una y otra vez hablar como antaño de que “Cárdenas les había abierto las puertas del país”, aunque me parece que se quedaron cortos…
Desde hace tiempo, he puesto especial atención en el paso franco -secundado por el gobierno de Ávila Camacho- y en el hecho de que nuestro gobierno tuvo a bien mandar hombres de la mejor talla a buscarlos y, lo que quizá resultó más valioso: “rifársela” para defenderlos. No obstante, de esto último se habla poco.
Cabe decirlo con todas sus letras: De no ser por México, es decir, por sus enviados al meollo del totalitarismo, probablemente más de cien mil refugiados habrían perdido la vida, secuestrados por los franquistas -como sucedió con republicanos como el presidente de Cataluña, Lluís Companys, el ministro de gobernación, Julián Zugazagoitia, o el de Industria y Comercio, Juan Peiró-.
Empero, a veces se minimiza o se soslaya malintencionadamente aquella gesta en favor de miles de hombres y mujeres que lograron salir de España para librarse de morir ajusticiados por los sediciosos o, al menos, de pasar por las peores cárceles y vivir un calvario difícil de imaginar.
Pero aparte de haber sido mal recibidos por muchos galos, principalmente en abominables campos de concentración, a mediados de 1940 sobrevino la fulminante invasión de Alemania a Francia e inició con ella una feroz persecución y acoso hacia los refugiados, tanto por cuenta de los propios nazis como de fascistas sedientos de aniquilar a los ya vencidos.
Dicho de otra manera: los republicanos españoles quedaron atrapados entre dos fuegos, aunado a que no sabían a dónde ir o no tenían a dónde ir… Pero entonces apareció en el horizonte “el ombligo de la Luna”, que para la cosmogonía náhuatl equivale al mero mero centro del universo: México.
Lo hizo en forma vulgar de telegrama, el 1699 del 1° de Julio:
Con carácter urgente manifieste gobierno francés que México está dispuesto a acoger a TODOS los refugiados de ambos sexos en el menos tiempo posible. Si dicho gobierno acepta, todos los refugiados quedarán bajo la protección del pabellón mexicano.
Firma: Presidente Lázaro Cárdenas.
*
Me gusta proclamarlo con voz fuerte y la frente en alto: Entre 1939 y 1942 -sino es que hasta 1950- nuestro país se convirtió en el principal autor de una de las páginas más brillantes de la historia de la diplomacia de todo el mundo.
Además, vale agregar que no resultaron ser únicamente españoles los favorecidos: cuéntese también a los sobrevivientes de las Brigadas Internacionales que hicieron gran parte de la Guerra de España -entre quienes también hubo unos 60 mexicanos- y otro grupo definido como “variopinto” por los estudiosos.
Había, dicen, desde individuos de tierras limítrofes entre Alemania y Francia, libaneses, judíos sefarditas y de otras procedencias que, por una razón u otra, necesitaban abandonar Europa, lo mismo que italianos prófugos de Mussolini y otros más.
*
Lo que sí llama dolorosamente la atención es la nula o más bien escasa presencia de este tema en la mayor parte de los libros de historia general de México, incluyendo los de texto… y hasta en las obras de instituciones serias.
Ahí está el respaldo brindado por la Delegación Mexicana en la ginebrina Sociedad de Naciones -antecesora de la ONU- con la enérgica participación de la profesora Palma Guillén, una mujer extraordinaria; tenemos igualmente noticia de la modesta ayuda de pertrechos militares y víveres para el ejército republicano durante la dicha Guerra Civil; el apoyo verbal de intelectuales y artistas destacados; los voluntarios que, en total, llegaron a ser unos cuatrocientos, en las mencionadas Brigadas Internacionales, etc.
Seis de ellos encontré entre una docena y media de cadáveres exhumados hace poco en el cementerio catalán de Montjuïch. Imposible saber su nombre, pero sí su nacionalidad, pues llevaban cada uno su pequeña tricolor en el brazo izquierdo de su raído uniforme. No me pude contener: en todas deposité un beso y no pocas lágrimas.
Como dijo el poeta Marco Antonio Campos de tantos mexicanos anónimos: “No obtuvieron ni tan sólo la dignidad de que se les recordara como héroes o mártires o, al menos, como ingenuos o equivocados”.
Pero no cabe duda de que lo más apreciable y valioso fue la solidaridad con los vencidos que sobrevino después del funesto desenlace.
Ahí están Narciso Bassols, Luís I. Rodríguez Taboada, Gilberto Bosques Saldívar y el común denominador: Isidro Fabela Alfaro… comandantes de aquellas hazañas.
“Jóvenes e inexpertos”, así los calificó el Mariscal Petain, sin embargo actores de la Revolución mexicana, con el corazón y otros órganos muy bien puestos.
Dejo para otra ocasión su portentosa proeza que, de diversas maneras puede decirse que salvaron más de cien mil vidas y casi 50 mil de ellas fueron traídas a México, donde se les ofreció aparte de la vida misma e incluso la posibilidad de sobrellevarla mejor que en cualquier otro sitio.
No perdamos de vista que a México vinieron a dar más refugiados que a todos los demás países de América juntos, contando a quienes les cobraron una cuantiosa entrada y luego hicieron lo posible para que se fueran… a México.
Finalmente, quiero unirme a la gratitud por los beneficios que nos legaron muchos de aquellos españoles “transterrados” en la figura de uno de ellos, considerado y considerable como la insignia de aquel venerable colectivo. Me refiero, claro, a mi maestro, tutor y guía José Gaos, que todavía hoy, 50 años después de su muerte, los mismos que tengo de haber nacido a la vida académica, marca el sendero de mi actividad profesional.
*Palabras pronunciadas en la Cámara de Diputados el pasado 28 de junio.