México

La mañanera y el AMLO de 2006

Hace 15 años, el hoy presidente se quejaba de la intervención de Vicente Fox en las elecciones; ahora, clama censura

AMLO alcanzó la presidencia con un propósito: traicionar todo lo que durante tanto tiempo defendió y representó. El AMLO de 2006 se avergonzaría del AMLO de 2021. Repasemos. El hoy Presidente fue un anti-militarista. Hoy es el mayor defensor del Ejército y de la militarización del país. No sólo eso, la defensa del general Cienfuegos fue tratada como un tema de Estado. Al punto de comprometer las relaciones con Washington por salvar el pellejo del extitular de la Defensa Nacional. “Todo fue una fabricación de la DEA” se atrevió a decir el Presidente.

Hoy, AMLO es el paladín del libre comercio. Ayer era un convencido proteccionista. Hoy, AMLO es el destructor del Estado y sus instituciones, sustituyendo el poder público por pequeños cajeros automáticos para repartir el aparato de Gobierno en cachitos.

Ayer, en 2006, creía en el papel transformador del Estado. Hoy es un ortodoxo de las finanzas públicas, despreocupado por el millón de empresas que tronaron en 2020 y los millones que cayeron en pobreza luego de la pandemia. “No somos iguales”, dice. No, no lo son. Nadie que se defina como progresista hubiera dejado morir empresas y puestos de trabajo como si se trataran de números inermes.

Y la última incongruencia. AMLO Pasó de ser un crítico de la intervención presidencial en las elecciones a ser un defensor de la propaganda oficial. Del “cállate, Chachalaca” al “me están censurando”. De aquél luchador social que nos advertía de los peligros de una elección de Estado a ser un insurrecto que desconoce al INE y se aferra a romper la equidad de la contienda.

¿Cómo es posible tanta incongruencia? ¿Cómo es posible que la misión del AMLO de 2021 sea destruir todo lo que pensaba el AMLO de 2006?

Luego de un sexenio en donde el Presidente de la República —Enrique Peña Nieto— era incapaz de dar una rueda de prensa sin teleprompter y apuntador. Luego de un sexenio en donde no existía la mínima posibilidad de incomodar con preguntas al Presidente, personalmente consideré que las “mañaneras” de AMLO eran más positivas que negativas. Un aire fresco de rendición de cuentas luego de sexenios de opacidad y cerrazón.

Sin embargo, la conferencia de prensa matutina del Presidente ha ido evolucionando hacia un modelo enteramente propagandístico. El Presidente utiliza esas dos horas matutinas para atacar a sus adversarios, para criticar a los periodistas y para alertar sobre conspiraciones en su contra. La mañanera es propaganda con condimentos informativos. Ante planteamientos concretos, el Presidente o los secretarios siempre dicen que se comprometen a entregar la información. No es derecho de réplica, sino una apuesta por el mantenimiento de la polarización del país. AMLO quiere al país enfrentado. Es gasolina para su proyecto y la mañanera es el mecanismo.

Veo a diario la mañanera (no me enorgullece). Es parte de mi trabajo. Y, por ello, advierto la degradación de lo que pudo haber sido un instrumento para dialogar con los ciudadanos. En la actualidad, la intervención presidencial tiene un objetivo: mantener al país altamente polarizado. Es decir, mantener a las huestes de AMLO en “pie de guerra”. Toda la estrategia de enfrentamiento con periodistas, intelectuales, oposición se teje desde la mañanera. Las líneas maestras surgen de la compenetración que existe entre poder político, redes sociales y reporteros a modo que cumplen un rol en la mañanera. El Presidente activa la batalla y le pone nombre y apellido al enemigo público del día. Luego, la operación en redes sociales es brutal para acabar con la reputación y el prestigio de quien ose discrepar del primer mandatario. Si las mañaneras fueran información, el molde mesiánico y caudillista terminaría sobrando. No es un ejercicio de rendición de cuentas, sino la estrategia del ventilador que dispara mierda hacia todos lados con el objetivo de ensuciar a cualquier esbozo de oposición y contrapeso.

AMLO se quejó, con razón, del comportamiento de Vicente Fox hace 15 años. Fox no se comportó como jefe de Estado, sino como un vulgar jefe de campaña. Utilizó la banda presidencial para hacer una campaña de suciedad contra AMLO y le resultó. Rompió la equidad en la contienda e hirió de muerte a nuestra joven democracia. Dicha actuación de Fox, unida a la no aceptación de la derrota del hoy Presidente, debilitó de tal manera al país que muchas de sus consecuencias las seguimos acarreando.

La reforma electoral de 2007 tuvo como objetivo limitar la intervención de los gobiernos y la iniciativa privada en las elecciones. Una reforma promovida y defendida desde la izquierda cercana a López Obrador. Dicha legislación pretendía que no existieran campañas de desestabilización con fondos privados —“un peligro para México”, recordemos— y evitar que los cargos políticos más importantes utilizaran su posición para fortalecer a los suyos y minar las posibilidades de sus adversarios. Es decir, la reforma de 2007 fue calcada a imagen y semejanza de lo que pretendía López Obrador. Una ley que hoy busca desconocer.

¿Por qué se resiste el Presidente a dejar el micrófono durante un par de meses? ¿Por qué prefiere cargar con la incongruencia y sus contradicciones antes de soltar ese espacio matutino que tanto le ha dado? Muy simple: la mañanera es todo lo que hay en este Gobierno. La mañanera es el espacio político por antonomasia desde donde se construye el movimiento político, se cohesiona su base de simpatizantes y carga contra los descritos como antagonistas del proyecto. Sin la mañanera está el vacío. Sin la mañanera, sin sus distractores, estaría cada día más claro que este gobierno no tiene rumbo. En lugar de ello, a diario nos reímos de la puntada del día, nos burlamos de la declaración fuera de lugar o entramos en la controversia estéril de la jornada. Sin la mañanera no hay paraíso y el Presidente lo sabe. La mañanera es el Gobierno.

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