México

Normalistas de Ayotzinapa atacan campo de militares

Jóvenes, estudiantes y padres de familia lanzaron petardos que fueron respondidos con gases lacrimógenos

Estudiantes de la normal de Ayotzinapa lanzaron petardos al interior del 27 Batallón de Infantería, en Iguala, como parte de la jornada de lucha por la presentación de sus 43 compañeros desaparecidos hace diez años.

Alrededor de las 12 de la tarde, unos 18 autobuses arribaron al batallón. El contingente fue encabezado por los padres y madres de los 43 estudiantes y acompañados por organizaciones sociales y estudiantes de la Federación de Estudiantes Socialistas Campesinos de México.

Antes del ataque, en la puerta principal del batallón, los padres y madres realizaron un mitin. En el acto, acusaron a los militares de haber participado en los ataques y desaparición de los normalistas la noche del 26 y la madrugada del 27 de septiembre de 2014.

Los padres y madres lamentaron que el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador haya protegido al Ejército y no haya podido obligarlo a entregar la información con la que cuenta sobre la desaparición de los estudiantes. Denunciaron que el Ejército insistentemente se ha negado a entregar 800 folios de información de esa noche del 26 y la madrugada del 27 de septiembre.

Este fue el tercer día de la jornada de lucha por la presentación de los 43 estudiantes desaparecidos. Al término del mitin, los estudiantes comenzaron a lanzar petardos al interior del batallón. Luego, lanzaron por una barda una camioneta que la tumbó, al final le prendieron fuego. Los soldados respondieron con gases lacrimógenos. Después de lanzar los petardos, los jóvenes se retiraron.

Indignación

El caso Ayotzinapa es más que el horror de la ausencia de 43 jóvenes de entre 17 y 25 años, una gota en el océano de los más de 115 mil desaparecidos que tiene México. Es una herida abierta.

Ha sido uno de los crímenes de la historia reciente de México. Conmocionó que las víctimas fueran estudiantes, pero también el terrible relato de cómo los jóvenes pudieron ser apilados y quemados en una hoguera para después arrojar sus cenizas a un río. Y más tarde descubrir que toda esa versión oficial de los hechos era falsa.

Fueron dos crímenes en uno, confirmó después la fiscalía: primero la desaparición forzada, luego la mentira. El Gobierno mexicano actual determinó que el ataque en la ciudad de Iguala fue un “crimen de Estado”, apuntó al tráfico de heroína como posible desencadenante y confirmó que un cártel local actuó coludido con fuerzas de seguridad y autoridades locales, estatales y federales, militares incluidos. Pero después de dos administraciones, decenas de detenidos y una investigación plagada de irregularidades siguen faltando respuestas.

Agencias

A 10 años de la desaparición de 43 estudiantes

Clemente Rodríguez honra a su hijo desaparecido con tatuajes. Primero se dibujó una tortuga, símbolo de la escuela de maestros rurales. Luego a la virgen de Guadalupe, patrona de México, con el número 43. Después vino el tigre, la fuerza de su pueblo, y una paloma, la esperanza.

Es “para que si mi hijo llega mañana, sepa que le estuve buscando”, explica este hombre que ha pasado la última década rastreando pistas, escudriñando expedientes, lanzando gritos en las marchas y lágrimas a solas en su huerta. Del joven solo se ha encontrado un hueso del pie. Sus padres no aceptan que ahí termine su búsqueda.

El 26 de septiembre de 2014, Christian Rodríguez, un joven alto de 19 años apasionado por el baile folclórico que acababa de ingresar a una escuela de maestros rurales del Sur de México, la Normal Rural de Ayotzinapa, desapareció con otros 42 compañeros. Cada día 26, de cada mes, de cada año, durante 10 años, Rodríguez y su esposa, junto al resto de familias de los 43, marchan por Ciudad de México exigiendo respuestas.

“La tenemos muy difícil, muy difícil”, reconoce Rodríguez. Antes de la desaparición de su hijo, Clemente Rodríguez, de 56 años, repartía agua y criaba cerdos y gallinas. Su esposa, Luz María Telumbre, de 49, vendía tortillas.Cuando Christian y sus compañeros desaparecieron, ellos, como otros muchos, vendieron todo, perdieron trabajos.Ahora, aprovechan cada viaje a la capital para vender artesanías. Plantaron maíz en la pequeña parcela familiar.”Si este terreno hablara“, dice el hombre fornido de voz suave. “Aquí me ponía a llorar, a desahogarme”.

Los padres y madres de los desaparecidos temieron no poder aguantar. Muchos enfermaron. Cinco ya murieron.

La huerta donde ha llorado la ausencia de su hijo. AP

CT 

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