México

El neoliberalismo no ha muerto

El Presidente sostiene que estamos en una etapa política pos-neoliberal

El neoliberalismo es uno de esos conceptos que están en boca de todos, pero que nadie define. Se utiliza para precisar una cosa y la contraria. Y Andrés Manuel López Obrador la refiere para explicar todo. Desde la violencia que sufre el país, pasando por la corrupción y hasta la pérdida de valores familiares. Le endilga el endiosamiento de la tecnocracia y la corrupción tolerada desde las altas esferas de la política. De acuerdo con un conteo que hizo Radio Fórmula, López Obrador utilizó la palabra “neoliberal” en 128 ocasiones, durante su mañanera, luego de transcurridos cien días de Gobierno. Digamos que el repudio al neoliberalismo es la metanarrativa de la Cuarta Transformación. No hay nada que quede fuera del manto explicativo del neoliberalismo.

La renuncia del secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, le permitió al Presidente volver a culpar al neoliberalismo de la sorpresiva dimisión. Durante la rueda de prensa posterior a la renuncia, López Obrador dijo que Urzúa seguía instalado en la lógica neoliberal. Incluso, llegó a decir, que le presentó un Plan Nacional de Desarrollo que pudo haber hecho José Antonio Meade o Carstens en Hacienda. En pocas palabras, el secretario saliente seguía atrapado en el pasado y nunca se dio cuenta que el régimen ya había cambiado. Al nuevo titular de Hacienda, Arturo Herrera, lo calificó de “progresista”.

A diferencia de lo que muchas personas creen, López Obrador no es un político ideológico. Es cierto que hace muchas referencias a principios, valores e ideas, pero no concibe a la ideología como una camisa de fuerza. Puede implementar políticas públicas de izquierda (seguridad social para empleadas domésticas o jóvenes construyendo el futuro) o conservadoras (Guardia Nacional, concesiones para evangélicos o transferencias directas de recursos por las estancias infantiles). Más que una ideología concreta, el Presidente tiene una “mentalidad”. Una narrativa del mundo, pero que no se articula como un sistema sólido de creencias. Cuesta mucho definirlo en el plano cartesiano ideológico.

El neoliberalismo es una teoría económica que considera que el Estado debe ser chiquito e influir lo mínimo en la vida de la gente. Pocos impuestos. Desmantelar lo público y apostar por lo privado. Cada quien se rasca con sus uñas y es dueño de su destino. Privatizar todo lo que se pueda privatizar. Quitar regulaciones, eso estorba. El neoliberalismo descansa su fe en el individuo y su racionalidad de mercado. “Siempre el dinero estará mejor en tus manos que en las del Gobierno”, dirían los neoliberales. Y como escribe Ricardo Becerra, en el prólogo del libro “así empezó todo” de Fernando Escalante: “ningún otro país como México ha asimilado y llevado tan lejos y tan duramente el programa de sociedad de mercado”. Es decir, el neoliberalismo se planteó otro tipo de sociedad: una de mercado, en donde más que ciudadanos, mexicanos, feministas, abogados o lo que sea, somos consumidores.

El neoliberalismo pregona la estabilidad de las finanzas públicas. No importa que la gente muera en los hospitales públicos, nunca hay que gastar más que lo que recaudamos. Es más importante controlar el equilibrio de las finanzas públicas, cuidar el déficit, que universalizar la seguridad social o ampliar la educación pública. Qué importa si hay 53 millones de pobres, la economía está estable si el Gobierno es responsable, no se endeuda y reduce al mínimo su participación en la economía. En eso tiene razón López Obrador, México es el buque insignia del neoliberalismo. Pocas naciones han aplicado los lineamientos del Consenso de Washington tan a rajatabla como nuestro país luego de las crisis de 1982 y 1994.

El asunto es que no hay una ruptura entre López Obrador y el neoliberalismo. Antes describimos parte del ideario neoliberal, pero en México dichos principios tuvieron sus particularidades. En México, la época neoliberal es también la del capitalismo de cuates. ¿Cómo se hicieron de sus fortunas los grandes  multimillonarios del país? Fácil: privatizaciones (Slim, Larrea, Salinas Pliego). Mientras unos se enriquecían a costa de la privatización de lo público, el modelo de competitividad de México siempre se cimentó en la depreciación de los salarios de los trabajadores. No competimos por mano de obra calificada, patentes, investigación, sino porque en México se pagan salarios de miseria. Así, y ahí también tiene razón López Obrador, el neoliberalismo dejó un país partido entre una minoría pudiente y una mayoría empobrecida; entre un Norte dinámico y un Sur en marginación. México es uno de los países más desiguales del mundo.

La ruptura de López Obrador con el neoliberalismo es discursiva, no real. Veamos las acciones concretas. El Presidente presentó un presupuesto con algunos gestos sociales, pero que mantiene las directrices de la política económica neoliberal. Ortodoxia pura. Un guiño a programas sociales por un total de 165 mil millones de pesos, que no es ni 5% del presupuesto total que alcanza los 5.8 billones. El gasto en salud no crece, el gasto en educación tampoco. Una forma de ver si hay o no voluntad de contrarrestar los efectos del neoliberalismo, es tocar la base fiscal (los impuestos). Es decir, el neoliberalismo consiente a los grandes capitales con bajas tasas mientras se ensaña con las clases medias; pues López Obrador toca ni con el pétalo de una rosa a la estructura fiscal. Es decir, no vemos visos de ir hacia un estado del bienestar que reduzca los efectos nocivos del neoliberalismo.

El propio López Obrador mide su éxito económico con parámetros que son absolutamente neoliberales. Presume que el tipo de cambio está estable con el dólar. Inflación baja. Confianza del consumidor. Y no sólo eso, el mayor triunfo político del Presidente, juzgando por su celebración en Tijuana, fue festejar que Estados Unidos no le impusiera aranceles a los productos mexicanos. Pocas cosas tan neoliberales como festejar la cabal salud del libre mercado.

Otro aspecto del neoliberalismo es la colusión entre el poder político y económico. Es decir, los políticos ganan elecciones, pero son los grandes capitales los que deciden cómo se gobierna. Tras siete meses de Gobierno, solamente han colisionado estos poderes en una ocasión: la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México en Texcoco. Algunos representantes de cúpulas empresariales han sido críticos con el Presidente, pero los peces gordos siguen tendiendo puentes con el jefe del Ejecutivo. ¿No es Alfonso Romo, un empresario neoleonés, el jefe de la Oficia de la Presidencia? ¿No es quien cuida los intereses de los grandes capitales en el Gobierno de México?

El neoliberalismo es, para López Obrador, una narrativa política más que una realidad económica o social. Le sirve al Presidente para deslegitimar todo aquello que contradice su proyecto. Es también una táctica para englobar a la oposición y a los gobiernos anteriores, sean panistas o priistas. México no está en una época posneoliberal. Y tampoco se están poniendo los cimientos de un nuevo modelo económico en donde el Estado garantice servicios y derechos. La renuncia de Carlos Urzúa no tiene nada que ver con el combate al neoliberalismo, sino que es espejo de las disputas políticas y los antagonismos que tratan de coexistir en la Cuarta Transformación. El neoliberalismo no ha muerto, está vivo y coleando.

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