El derrumbe de Gatell
Sólo en México, el encargado de combatir al COVID puede salir infectado a caminar y no pasa nada
Hugo López-Gatell irrumpió con mucha fuerza en 2020. Su tono moderado, conciliador y sus buenos dotes de comunicador lo catapultaron al estrellato. El zar anti-COVID pasó de ser un funcionario en las sombras a ser un estelar del gabinete de Andrés Manuel López Obrador. Las ocurrencias del Presidente contrastaba con la solidez científica de López-Gatell. Sintonizar la mañanera suponía un espectáculo de negacionismo pandémico; mientras que, por la tarde, el subsecretario comunicaba con claridad. Las encuestas demuestran la confianza que los mexicanos tenían en López-Gatell. Sin embargo, todo se torció.
En lugar de ser leal a la ciencia y la verdad, López-Gatell optó por el trabajo político. En lugar de ser fiel al mandato de cuidar la salud de la ciudadanía, él prefirió convertirse en el vocero de los despropósitos presidenciales. Y en su actuar cotidiano, no le importó traicionar sus recomendaciones. La punta del iceberg fue su decisión de salir a recorrer las calles de la Ciudad de México, a pesar de estar contagiado de coronavirus. ¿Cómo explicamos tan irresponsable decisión? ¿López-Gatell perdió la brújula? ¿Cómo es posible que se justifique diciendo que es cierto que puede contagiar, pero poquito —utilizó la palabra "mínimamente"—?
Dividiría la gestión del señor López-Gatell en cinco etapas. El confinamiento duro: marzo-mayo. Segunda, la desescalada junio-septiembre. Tercero, el agotamiento: octubre-diciembre. Cuarto, las contradicciones. Cinco, las vacunas.
El confinamiento duro fue una necesidad. A pesar de los caprichos del presidente que quería mantener el país en funcionamiento, la decisión fue encerrarnos por espacio de 8-9 semanas. López-Gatell defendió la medida e incluso se distanció en alguna ocasión del jefe del Ejecutivo. Sin embargo, pudimos empezar a notar las flaquezas de López-Gatell. La más aparente fue su negativa a recomendar la obligatoriedad de la mascarilla o cubrebocas. El subsecretario sabe que la mascarilla ayuda y ayuda mucho. No obstante, prefirió plegarse al discurso anticientífico de López-Obrador. Una de sus primeras claudicaciones. A pesar de ello, si revisamos la encuesta de El Financiero en ese periodo, el zar anti-COVID mantenía una alta credibilidad.
Sin embargo, vino la etapa de dirigir la salida del confinamiento. Desordenado y sin una ruta a seguir. López-Gatell claudicó de su labor de llegar a consensos amplios con los secretarios de salud y los gobiernos de las entidades. A diferencia de lo que sucedió en otros países federales —un gran acuerdo entre gobiernos subnacionales y federales—, en México predominó la arrogancia y el desorden. La consecuencia: un incremento sostenido de muertes en la segunda mitad de 2020. López-Gatell, ensimismado y aislado de la realidad, pronosticó que en México 60 mil fallecidos por COVID serían un escenario catastrófico. En pocos días estaremos en 200 mil.
Llegó el agotamiento social. Luego de seis meses de encierros y preocupación, los discursos de López-Gatell comenzaron a carecer de la más mínima credibilidad. Ante los ataques de la prensa nacional e internacional, el subsecretario decidió no tolerar ni aceptar ningún señalamiento. Medios internacionales, y nacionales, advertían del exceso de mortalidad por COVID que las cifras oficiales no estaban registrando adecuadamente. Dijo que eran informaciones falsas. Pocas semanas después, el INEGI reconoció un 45% de subregistro de mortalidad en el país. López-Gatell sigue sin reconocer sus errores.
El agotamiento dio paso a la acumulación de contradicciones. Tantas y tan continuas que borraban cualquier esbozo de estrategia. La figura del zar anti-COVID no es solo de carácter técnico. Quien la ejerce debe ser ejemplar en su comportamiento. Por una sencilla razón: su fuerza es su credibilidad. Su fortaleza es la confianza que la ciudadanía le tiene. Y, sin embargo, decidió dilapidarla. El momento más grave hasta el actual fue su vacación en las playas de Oaxaca. Su imagen veraneando contrasta con su incesante discurso: ¡Quédate en casa!
Sin embargo, salir a pasear con COVID empequeñece todos sus errores personales previos (bueno, menos su nula defensa del cubrebocas). La sorpresa en la prensa internacional es: no dimite. El cinismo es indescriptible. No puede tener credibilidad quien hace exactamente aquello que prohibió tajantemente. Pero, no es todo. López-Gatell contrajo el virus hace algunas semanas y las mentiras fueron la regla. Nos dijeron que López-Gatell había sido hospitalizado, pero que tenía síntomas leves. ¿Cómo? ¿No fue el propio López-Gatell quien nos dijo que no fuéramos a un hospital a menos de que tuviéramos complicaciones? ¿Se saltó sus propios protocolos?
Y las vacunas. Lo hemos dicho en múltiples ocasiones, pero no sobra una más: agradecer al personal médico de México por su valiosa y valiente entrega. Han sido meses de estrés y mucha fatiga para ellos y ellas. Sin embargo, ¿por qué no están todos y todas vacunadas? ¿Por qué falta personal médico y de enfermería por recibir la vacuna? ¿No debería López-Gatell inconformarse? ¿No es la cabeza de cientos de miles de doctores y enfermeros, tanto en hospitales públicos como privados? El plan de vacunación ha sido eminentemente político y no técnico. La prioridad no es inmunizar lo más rápido posible, sino dejar en claro que es el Gobierno federal quien aplica la vacuna.
López-Gatell no renuncia por una simple razón: es el fusible de López Obrador. Lo necesita para mantener altos sus niveles de aprobación. Si el Presidente diera la cara por el desastre que ha sido la gestión de la pandemia seguramente sus porcentajes de aprobación estarían muy lejos de los actuales. El papel de López-Gatell no es técnico, es político. En cualquier país medianamente democrático, la renuncia del subsecretario estaría hoy sobre la mesa. Sin embargo, la 4T tiene sus estándares morales. Un violador puede ser gobernador y un subsecretario que pasea con COVID puede seguir dándonos sermones, todos los días, sobre cómo enfrentar la pandemia. Un país en donde la realidad supera a la ficción.