Atrapados en 2006
El debate sobre el INE se mueve entre dos fuegos: la venganza del oficialismo y la histeria de la oposición
A veces, trato de cerciorarme que realmente estemos en 2020. Porque si uno juzga por el debate en las redes sociales, entre columnistas y el discurso del Presidente, parece que estuviéramos atrapados en 2006. Los periódicos se llenan de análisis sobre aquél duro proceso electoral. El partido predominante en México, Morena, dice que el Instituto Nacional Electoral (INE) -el árbitro electoral que validó la victoria de López Obrador- es corrupto. Los simpatizantes de la Cuarta Transformación se la pasan a encontronazos con los calderonistas, afines a Felipe Calderón que dejó de gobernar hace ocho años. Todo es surrealista. Y como bien sostiene Carlos Bravo Regidor, detrás esta la pugna por reescribir la historia de 2006.
Y en esta pugna, no podía no aparecer el árbitro electoral, tan denostado y vilipendiado por su actuación en aquellos comicios. Los simpatizantes de López Obrador han comenzado una campaña durísima contra el INE y en particular contra los consejeros Lorenzo Córdova y Ciro Murayama. Una embestida que buscan justificar con el argumento de los altos salarios de los consejeros, pero que esconde la verdadera intención: seguir minando la credibilidad de una institución que no pasa por sus mejores momentos. De acuerdo con Consulta Mitofsky, la confianza de los mexicanos se ha mantenido poquito arriba de seis desde 2017. Incluso, Reforma publicó una encuesta en donde la amplia mayoría dudaba de que el INE estuviera preparado para los comicios de 2018. No es excesivamente baja, pero está más cerca de la policía (mal valorado) que de la iglesia (altamente valorada).
No me queda duda que el INE y el sistema electoral en México necesita reformas profundas. Es importante redefinir el papel del INE en nuestra democracia. Y es que, por décadas, el árbitro electoral ha sido el monumento a nuestra desconfianza. Las décadas de fraudes electorales nos hicieron descreer y cada reforma electoral le concede más atribuciones a ese monstruo de mil cabezas. El INE ya no sólo se encarga de la credencial para votar y la organización de los comicios, sino que le toca fiscalizar, supervisar la cobertura de los medios, promover la cultura democrática, organizar los mecanismos de democracia participativa, sancionar, organizar debates y un larguísimo etcétera. Hoy, el INE es lo contrario a aquello que nos dijeron que era un buen árbitro de futbol: de bajo perfil y sin protagonismos. No obstante, eso no es culpa del INE, sino de los partidos que pensaron que un árbitro sobrecargado de funciones nos daría una cancha más pareja.
No caigamos en el fetichismo institucional, la mejor manera de fortalecer la legitimidad del INE es apostando por su reforma. El INE, y sus consejeros han cometido errores que los han pagado en pérdida de aprobación ciudadana. No han sido sensibles con las demandas de austeridad que provienen de una ciudadanía hastiada con los privilegios de su clase política. Mientras crecía la decepción con el Gobierno de Peña Nieto y sus lujos, el INE ya buscaba una gigantesca sede valuada en cientos de millones de pesos. Muchos consejeros se han resistido a que les toquen un centavo de su altísimo sueldo. Dicho error de cálculo ha provocado que el INE sea visto como otro reducto de insensibilidad y una pieza más de un régimen que agoniza.
Sin embargo, la reforma necesaria no puede nacer de la venganza y los ajustes del pasado. Noto en muchos discursos del obradorismo que lo que quieren es un auténtico ajuste de cuentas con un árbitro electoral que consideran que les jugó chueco desde 2006. Revivir la acusación de fraude de 2006, 14 años después y ya en la Presidencia de la República, es un infantilismo político. Considero que aquél consejo del IFE, encabezado por Luis Carlos Ugalde, cometió muchos errores entre ellos no haber hecho todo lo posible por la totalidad de los votos, pero eso no quiere decir que la institución sea “parte de la oposición” o cómplice del complot contra López Obrador. La venganza no puede ser la motivación detrás de la sacudida que Morena quiere darle a la institución. Ahora va la nuestra, parece que subyace en el discurso.
El Presidente Lorenzo Córdova ha dicho que la democracia está en riesgo porque el INE está en riesgo. Es exagerado. La democracia mexicana está en riesgo por otros factores aún más preocupantes: la violencia y la cooptación criminal del Estado; la extrema desigualdad del país; gobiernos débiles, municipios fallidos. Sin embargo, un debilitamiento en la autonomía del árbitro electoral si podría llevarnos a un escenario retrocesos indeseables para la democracia. Uno muy simple: la confianza en el escrutinio y conteo de los votos. Hoy en México, sabemos que la autoridad electoral, apoyada en miles y miles de ciudadanos, cuenta los votos y definen al ganador de una contienda electoral. Sonará a poco, pero hace algunos años, esta certeza era poco menos que una quimera. Son avances innegables, pero no podemos ser tan conservadores como para creer que eso es suficiente.
Cuando escudriñamos el debate político en México nos encontramos permanentemente entre dos posturas irreconciliables. La oficialista, la que defiende el obradorismo, en donde todo lo pasado es desechable. Todo lo que se hizo durante la transición, entre otras cosas la cesión de autonomía a ciertas instituciones, es neoliberalismo puro y duro. El INE es neoliberal y tecnócrata, burguesitos que sólo están comprometidos con su propia reproducción institucional y de grupo. Y enfrente, la postura de la oposición que pretende el escándalo antes de comprometerse con una reforma seria. No todos los intentos reformistas son cooptación. No todas las modificaciones al actual INE tienen que ser vistas como una subordinación de la institución al Presidente y su partido. Ojalá algún día la oposición salga de la histeria y entienda su papel actual. Es posible una reforma que fortalezca la autonomía del INE y que, al mismo tiempo, se reconcilie con esos millones y millones de mexicanos desencantados del árbitro y sus excesos.
La negociación sobre la reforma al INE debe respetar dos líneas rojas. La primera, ningún cambio debe poner en peligro la autonomía del árbitro. En particular, cuando hablamos de organización electoral y el nombramiento de los consejos electorales locales y distritales, y su estructura de operación. Si el Congreso coopta dicha atribución, ahora si estaríamos frente a retrocesos indeseables. Y, la segunda, la reforma que sea ya no debe de sobrecargar al INE con atribuciones. Seguir engordándolo de funciones supone ir en la dirección opuesta a la que por, sentido común, nos marcamos. Lo natural es que en la medida en que las elecciones son cada vez más confiables y justas, el árbitro debería ser cada vez menos importante. Una tendencia que en los últimos años no se ha reflejado en el debate legislativo.
Morena y la oposición tienen la posibilidad de negociar una reforma electoral que no se deje seducir por la venganza del oficialismo, pero que tampoco decrete el inmovilismo de este fetichismo institucional tan arraigado en nuestra oposición. El primer paso para salir de estas dicotomías es superar el trauma de 2006.