¿Acecho a la Corte?
El máximo tribunal, como cualquier otra institución, está atravesado por intereses, ideologías y política
En México, la democracia se teatraliza y se simula constantemente. Los gobernantes fingen que no se meten en las elecciones. Los diputados fingen que ellos toman las decisiones sobre qué legislar y qué no. Los dirigentes partidistas mantienen su “sana distancia” con el poder. Nuestra cultura política nacional parte de la idea de que la democracia es consenso y cada quien debe jugar su rol o interpretarlo adecuadamente. Admitimos simulaciones permanentes. Nos molesta el conflicto, lo vemos como rijoso, antidemocrático y, por ello, hay que someterlo y empujarlo a la más absoluta clandestinidad.
Así razonamos cuando hablamos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN). Cuando uno revisa ciertos análisis que se hacen sobre el máximo tribunal pareciera que son un grupo de 11 ministras y ministros con sus batas blancas, esperando a utilizar todo su bagaje científico para resolver nuestros problemas legales, sociales y políticos. Casi unos científicos de laboratorio que deben ser escrupulosamente independientes de todo: el contexto político del país, las ideologías sociales, las instituciones de Gobierno, las presiones de los poderes fácticos, la cobertura de los medios de comunicación, sus creencias personales, su trayectoria. Ser juristas de hierro despojados de cualquier atisbo de subjetividad.
La renuncia del ministro Eduardo Medina Mora volvió a colocar el debate sobre la independencia del Poder Judicial en el centro de la conversación nacional. Para los opositores del Presidente López Obrador, la renuncia de Medina Mora es fruto de una exitosa labor de acoso contra el ministro para que dejara su asiento. Hipótesis que el ex ministro decidió dejar abierta al no comparecer en el Senado y explicar los motivos de su dimisión. En el mismo sentido, todo estaría envuelto en un plan presidencial para hacerse de cuatro ministros a la orden del Ejecutivo. Curioso argumento porque tanto Felipe Calderón como Enrique Peña Nieto propusieron al Senado a cuatro. Y, sin embargo, nunca gozaron de ese poder de veto que muchos asumen que busca López Obrador con la renuncia de Medina Mora.
Sin embargo, como en muchos otros temas, se hacen análisis catastrofistas sin demasiada evidencia. De entrada, proponer una terna de ministros y, que el Senado vote por alguna de las propuestas del Presidente, no hace al jurista esclavo del Jefe del Ejecutivo. Revisemos los nombramientos: José Ramón Cossío fue propuesto por Vicente Fox y dudo que tengan muchas coincidencias o que el ex presidente le llamara para darle línea de voto. El actual Presidente de la Corte, Arturo Zaldívar Lelo de Larrea, progresista y hasta rupturista en sus planteamientos, fue propuesto por un presidente conservador como Felipe Calderón. Las ternas deben ser profesionales, con trayectoria y probada experiencia para desempeñar las funciones, pero es ir muy lejos pensar que ministros con nombramientos de 15 años son esclavos de un proyecto político. Pueden tener simpatías ideológicas o coincidencias en la manera en que el Presidente entiende los problemas públicos, pero eso no supone subordinación.
Incluso, si analizamos las votaciones que se han dado en el máximo tribunal durante este sexenio, los dos ministros propuestos por López Obrador no votan lo mismo. Por ejemplo, Yasmín Esquivel y Juan Luis González Alcántara votaron distinto en el debate sobre la constitucionalidad del retiro del fuero a jueces y magistrados en Jalisco e incluso en la Ley de Austeridad. González Alcántara votó en contra de una de las legislaciones que más le importan a López Obrador. Y, de la misma forma, podemos enumerar más asuntos en donde los dos ministros nombrados en los tiempos de la Cuarta Transformación no votan lo mismo. Si fuera un bloque abiertamente obradorista, ya actuarían como tal.
Y es que la imparcialidad de la Corte es un mito. Lo es igual que cuando hablamos de cualquier institución formada por mujeres y hombres. La imparcialidad es imposible porque los ministros tienen sus ideologías, creencias, afinidades políticas, interpretaciones, contextos familiares. Son parciales. No son científicos analizando la sociedad en un microscopio. Por lo tanto, a los ministros les debemos pedir autonomía, honestidad y prestigio. Poner en duda cualquiera de estos tres elementos sí afecta la credibilidad de su función como integrantes del máximo tribunal. Y, por cierto, Medina Mora estaba muy lejos de cumplir con estas tres características.
La mejor protección a un ministro es su trayectoria. Dice López Obrador que debe haber ministros “más cercanos al pueblo”. Discrepo, los ministros tienen que ser personas con amplio prestigio y calidad moral. Su legitimidad emana de la Constitución no de un concurso de popularidad o del voto. Estamos hablando de la Corte, el árbitro que resuelve asuntos tan importantes como nuestros derechos, libertades, límites al poder, diferendos entre instituciones. La Corte no puede jugar un rol definitivo si no está integrada por ministros que son percibidos como intachables y con una trayectoria profesional prestigiosa. En todo el mundo, los gobiernos en turno proponen perfiles afines a su proyecto político. Los partidos liberales proponen ministros liberales y los partidos conservadores proponen ministros conservadores. La pregunta que nos deberíamos hacer es: ¿Tal o cual propuesta de ministro tiene la trayectoria y el prestigio necesario para no subordinarse al Poder Ejecutivo? ¿Tiene el prestigio y la honestidad probada como para no arrodillarse ante poderes fácticos o partidistas?
De todo este debate nacional sobre la SCJN, me surgen dos reflexiones adicionales. Uno, el ministro Zaldívar, presidente, entiende que la Corte debe jugar también un papel en la opinión pública. Los ex presidentes preferían el silencio frente a las discusiones políticas. Al contrario, Zaldívar se hace presente en redes sociales, defiende sus tesis y debate. Hay quien dice que está colindado con la sobreexposición. Yo difiero. La Corte necesita legitimidad pública y, para ello, debe hacerse presente y defender su independencia frente a los distintos poderes. Callar frente a graves acusaciones es permitir que la credibilidad de la Corte se siga erosionando.
Y, segundo, existe la solidez institucional en la Corte como para resistir los embates del poder presidencial. Sea quien sea el Presidente. Zaldívar confesó que Fernando Gómez Mont, como secretario de Gobernación, lo presionó para que cambiara sus tesis en los casos de la Guardería ABC y Florence Cassez. “No te pusimos para eso”, le dijo al ministro. Más allá de la veracidad o no de la declaración, lo cierto es que Zaldívar, durante una década, ha podido defender sus razonamientos a pesar de no congeniar con quien lo propuso. Al final, la longevidad de los nombramientos, los salarios, el fuero, han permitido que tengamos una Corte razonablemente independiente del poder político. No imparcial, pero sí con autonomía para que cada ministro defienda sin temor a represalias sus posturas. ¿Por qué Medina Mora con todos estos elementos de protección no podía seguir ejerciendo su cargo? Si las acusaciones contra él son fabricaciones, ¿no supondrían presiones infructuosas? El ex ministro debe explicar, específicamente, en qué se estaba coartando su independencia.
En México, más que de análisis, nos hemos llenado de un estado permanente de alarma. Si AMLO propone la revocación, es que ya se quiere reelegir. Si propone un programa social, es que quiere comprar la elección. Si corrige a un secretario, es que es un dictador. Si les pide austeridad a los organismos autónomos, es que los quiere desbaratar. Si remueven al titular de Coneval, es síntoma de que quiere venganza. Si renuncia un ministro, es síntoma de la inminente cooptación de la SCJN. Siempre tenemos que estar atentos ante posibles involuciones, sean de este Gobierno o del que sea. No obstante, proponer a cuatro ministros en un sexenio no es ningún aviso de cooptación (como no lo fue en los dos sexenios anteriores). A pesar de los cambios políticos, la mayoría de los ministros han sabido defender su autonomía. Y, desde mi punto de vista, la Corte ha hecho su trabajo razonablemente bien en la última década.