AMLO de cuerpo entero
La reacción del Presidente frente a los videos de su hermano es la prueba de una moralidad que justifica los medios si los fines son, aparentemente, los correctos
Hay aves que cruzan el pantano y no manchan su plumaje”, le gusta repetir al Presidente cada que un caso de corrupción estalla en su círculo más próximo. La frase tiene como objetivo salvar a la persona en medio de un mar de inmundicia. No importan los Bejarano, Bartlett o su hermano. Lo relevante es que el plumaje personal se mantiene blanco, sin mancha alguna. López Obrador no agarró dinero, fue su hermano y es poquito. El Presidente entiende la corrupción como un mero asunto personal: es corrupto el que roba, miente o traiciona. No es corrupto aquél que deja que otros lo hagan. No hay responsabilidad política, sólo responsabilidad personal. Y para prueba un botón: el Presidente no cede ante don dinero, ese poderoso caballero. No tiene nada, ni una cuenta en el banco. Es el discurso oficial.
El hermano del Presidente fue grabado recibiendo dinero de David León, un operador político chiapaneco a las órdenes del Partido Verde. A las órdenes de un corrupto que no ha sido ni tocado con el pétalo de una rosa por el Gobierno Federal: Manuel Velasco. En el video, Pío López Obrador recibe una faja de dinero y conversa, cómodamente, con David León. En las grabaciones, recuerdan el tiempo que han colaborado juntos (año y medio) y le pide que le reporte el apoyo recibido a su hermano, el hoy Presidente. Tendrá que ser ratificada en tribunales, pero todo indica que es la típica triangulación de recursos públicos que desvían los gobiernos para las campañas. Ya entendemos tantas concesiones al gobernador de Chiapas y hasta el apoyo que le dio Morena a su licencia para volver a su Estado y arreglar su cochinero antes de dejarle el poder a Morena.
Las grabaciones golpean al Presidente en su activo político con mayor vigencia: la honestidad. En las últimas semanas, las declaraciones de Emilio Lozoya contra los ex presidentes, secretarios de estado y líderes políticos, le habían devuelto a López Obrador la credibilidad como aquél que busca derribar a martillazos al régimen corrupto que gobernó México durante la transición. Qué salga todo, decía López Obrador, es importante limpiar de fondo la vida pública en México. Un búmeran que se volvió contra él a una velocidad inusitada. El viernes, en la conferencia matutina, el Presidente estuvo descolocado, errático, desatinado. Más parecido a un Layín en el púlpito presidencial (ese alcalde de San Blas que admitió haber robado, pero poquito) que a ese estratega del discurso capaz de colocar los términos del debate. Lucía golpeado y no es para menos, en una democracia más avanzada, López Obrador estaría en una situación política muy delicada.
La primera defensa de López Obrador fue la cantidad: bueno, cómo sea, es menos que lo que robaban los de antes. Una defensa increíble de aquél que profesa la honestidad valiente. El Presidente habría podido condenar tajantemente, y sin matices, esas prácticas que él no se ha cansado de señalar en la oposición y en gobiernos anteriores (y con toda razón). Demostrar que es capaz de ver la paja propia en el ojo ajeno y ser igual de contundente con la corrupción de sus adversarios y la corrupción propia. Oportunidad perdida y no es la primera. Ya tuvo que tragarse los sapos de Manuel Bartlett y su patrimonio, de Carlos Lomelí y sus contratos públicos, y hasta las contorsiones constitucionales de Jaime Bonilla en Baja California.
La segunda defensa: la revolución necesita plata. No hay revolución sin dinero. Son aportaciones del pueblo. No es lo mismo los moches que las aportaciones. Parece broma, pero dicha narrativa estuvo presente en la defensa del Presidente durante toda su comparecencia. Sin embargo, más allá de los debates semánticos o conceptuales, la defensa pinta de cuerpo entero la moral de López Obrador. Él considera que los medios o instrumentos no son importantes. La esencia de su proyecto es benigno y, por lo tanto, las nimiedades burocráticas o las formas de financiamiento son lo de menos. Si no se avisó a la autoridad electoral de los ingresos en efectivo, peccata minuta. Si es dinero que viene de desviaciones, pues no importa: se limpia con el manto de grandes principios que defiende el Presidente. La política tiene sus reglas y una cosa es ser honesto y otra ser…
La revolución —no sabemos exactamente qué revolución, pero él dice que encabeza una— no se hace con buenas intenciones. Y en esto estoy de acuerdo con el Presidente: sin dinero no se puede hacer nada en la política. Menos a nivel nacional. La política no se hace con santos. Es necesario arremangarse, ceder, llegar a acuerdos y tragar mucho sin hacer gestos. No obstante, no se puede llegar al poder a cualquier precio. Las líneas rojas, que uno traza consigo mismo y su equipo de trabajo, son esas zonas que dividen donde no hay que cruzar. Y AMLO llegó al poder pactando con aquellos que juró destruir. En la serie Borgen —danesa—, Birgitte Nyborg, candidata del partido moderado, rechaza utilizar una información personal del primer ministro para llegar al poder y le dice a su principal asesor: no me permitiría llegar al poder de esa manera, me perseguiría toda la vida.
Tener el poder en las manos y preferir la honorabilidad.
López Obrador quedó marcado por elecciones consecutivas en donde la operación del Estado, en su conjunto, evitó su llegada a Palacio Nacional. Calderón, la guerra sucia y su pacto con Elba Esther le arrebataron la silla por una distancia minúscula. Peña Nieto organizó una campaña multimillonaria, con medios de comunicación subordinados y empresas trasnacionales inyectándole recursos, que concluyó con una victoria de seis puntos. López Obrador aprendió y enterró cualquier atisbo de limpieza electoral con tal de hacerse de la Presidencia. Veamos sus pactos regionales: Lomelí, Bonilla, Bartlett, Velasco, los González, Barbosa, etc… Se acabó el Nos Reservamos el Derechos de Admisión en Morena, todos son bienvenidos si tienen billetes y le pueden aportar al movimiento.
México no debería estar condenado a elegir entre los corruptos de antes y los corruptos de ahora.
No tendríamos que resignarnos a sentarnos en el sofá y ver como el horizonte cargado de sus nubes negras nos augura a los corruptos del futuro. Tampoco caer en esa simpleza: ¡Todos son iguales! ¡Mueran los partidos! ¡No hay remedio! ¡La política es una mierda, hay que alejarse de ella! Falsas salidas. La ventana de la mirada cortoplacista. Este país ya no tolera como antes. Antes, videos como el de Pío López Obrador se podían enterrar con una buena operación de medios de comunicación y mucho dinero. Es un desliz, el “hermano incómodo” y tan tan se acabó. Ahora, somos un país en donde el corrupto puede esperar un severo castigo en las urnas. Un país en donde uno de los casos de financiación ilegal más escandalosos de la historia está en tribunales, amenazando con que rueden cabezas que han ocupado la jefatura del Estado. Y no es una generosa concesión del Presidente, sino una presión popular de décadas por ver en el banquillo de los acusados a las mentes maestras de los fraudes en el país. No a los chivos expiatorios, ni a las quinas, sino a aquellos que dirigen la orquesta. No estamos donde quisiéramos, pero el pesimismo infantil no atiende ni a los hechos ni a la realidad.
No digo que AMLO tuviera conocimiento de cómo se financiaba el partido en cada entidad federativa. Sin embargo, el desconocimiento no lo exime de responsabilidades públicas. Cuando se grabó el video, López Obrador era presidente de Morena. Es cierto que es difícil que conociera los detalles, pero no me queda la menor duda que el acuerdo con Velasco lo hizo el Presidente. Este videoescándalo es un antes y un después en el sexenio. Si López Obrador sigue minimizando la actuación de su hermano, su credibilidad se desmoronará aceleradamente. Los fines no justifican los medios y López Obrador tiene que comenzar a hacerse cargo de quienes lo rodean.
JL