Jalisco

¿Nueva etapa?

El gobernador Enrique Alfaro utilizó un tono más moderado en su informe en el Congreso

No es fácil resumir casi un año de Gobierno en un artículo. Siempre habrá decisiones que queden fuera, políticas públicas contempladas y otras que, por espacio, tienen que ser excluidas. No obstante, el primer año de Enrique Alfaro al frente del Gobierno del Estado se puede caracterizar por ciertos elementos: confrontación, voluntarismo, el baile de los indicadores, y la decisión de asumir los golpes políticos temprano en el sexenio. Me explico.

Enrique Alfaro tiene un estilo de gobernar basado en la confrontación -similar al de Andrés Manuel López Obrador-. Entiende la política como la construcción de un relato público que depende de que exista un adversario. En el pasado fueron Raúl Padilla o el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Al principio de la administración quiso ser el antídoto a Morena. También, ha hecho discursos muy críticos en contra de algunos medios de comunicación. Declaraciones reiteradas descalificando el papel de la prensa. Y hasta ha enfocado sus críticas en contra de jueces y magistrados. Sin embargo, si vemos los estudios demoscópicos, la política de confrontación discursiva no le rindió frutos. Hoy, su aprobación no es de las más bajas del país entre los gobernadores, pero sí perdió una bolsa de capital político de relevancia en estos 11 meses. Sólo el tiempo dirá si su capital político fue bien empleado.

A diferencia del pasado reciente, el miércoles 6 de noviembre en el Congreso del Estado, vimos y escuchamos a un gobernador diferente. Menos divisivo. Firme, pero dialogante. En su intervención, les dio su espacio a las críticas lanzadas desde la oposición -en particular de Morena-. Defendió su gestión y puso sobre la mesa su versión de lo ocurrido en Jalisco en estos meses: seguridad, salud, transporte público, políticas de género. Las alusiones a las distintas fuerzas parlamentarias fueron respetuosas y hasta escuchamos autocrítica en muchas agendas (inseguridad y dengue, principalmente). Pudimos ver a un gobernador que es capaz de moverse fuera de los terrenos de la confrontación. Algo nada común luego de 11 meses de Gobierno.

Y es que, si revisamos las mayores polémicas del incipiente sexenio alfarista, el discurso de confrontación ha generado inestabilidad en este primer año de su Gobierno. Lo identificamos en casi todos los frentes: Gobierno Federal -al inicio del sexenio-, con el Congreso -desaparición del Instituto Jalisciense de las Mujeres-, colectivos feministas, manifestaciones en contra del aumento al transporte público, Poder Judicial -amparos para detener las reformas-. No digo que en muchos temas el gobernador no tenga razón, sin embargo privilegiar la confrontación y no el diálogo, privilegiar la crispación y no los consensos, provoca que el Gobierno se mueva de escándalo en escándalo. Existía una percepción, entre segmentos de la opinión pública, que el gobernador no salía de una para entrar rápidamente a otra controversia, a otro enfrentamiento.

El voluntarismo es un elemento esencial para entender la personalidad de Enrique Alfaro. Sé que él siente frustración cuando no encuentra reconocimiento a los esfuerzos que se han hecho, por ejemplo, en materia de seguridad. Muchas de las críticas a los medios de comunicación provienen de una interpretación que hace el gobernador del papel de la prensa en este tema en específico. Dice que la cobertura mediática no se ajusta a la realidad ni a los indicadores oficiales. Más allá de eso, lo que está provocando mayor ansiedad en el Gobierno del Estado son los plazos tan forzados que se puso el gobernador para dar resultados. La práctica de informar mensualmente de los indicadores en materia de inseguridad nos sitúa en un permanente escenario cortoplacista. Y es que, a estas alturas del sexenio, lo importante no es si determinado delito baja o sube de julio a agosto (aunque indudablemente hay que medirlo), sino las transformaciones institucionales y los cambios sociales que hagan sostenible el ritmo de descenso. La aceleración por informar “buenas noticias” puede suponer duros golpes en el mediano y el largo plazo. Recordemos el sexenio de Aristóteles Sandoval que, si analizamos sólo los datos oficiales, también presentó dos años con descenso en muchos indicadores relacionados con la violencia y la inseguridad.

Y entramos a la polémica de los indicadores. Ahí aparece ese mantra, o lugar común, que repetimos analistas y periodistas: mientras la percepción de inseguridad no disminuya, los indicadores no importan. Hay que matizar esta aseveración. Los indicadores importan per se, no sólo en inseguridad sino en distintas áreas de la vida social, política y económica en Jalisco. Por ejemplo, economía. Es innegable que Jalisco sale mejor librado de la desaceleración de la economía mexicana y latinoamericana. En un escenario de crecimiento cero a nivel nacional, Jalisco podría crecer entre el 1.7 y 2% en 2019. Y, también, seguramente cerraremos 2019 con una generación de empleos que superará los 60 mil nuevos puestos de trabajo. Sin embargo, falta una variable: ¿y los salarios? Es una vergüenza para Jalisco que, siendo motor económico nacional, se paguen salarios por debajo de la media mexicana. El gobernador no sólo debe apapachar a la Iniciativa Privada y mandar un mensaje de optimismo de cara al futuro, sino que también tiene que exigir mejores condiciones para los asalariados. Así, los indicadores siempre tienen claroscuros.

La Plataforma de Indicadores en materia de Seguridad, que encabezan Jalisco Cómo Vamos y distintas universidades privadas de Jalisco, es una oportunidad no sólo para hacer difusión de las cifras de forma amigable y didáctica, sino también para hacer pedagogía sobre los datos. Existe amplia desconfianza hacia el Gobierno cuando hablamos de datos. Muchos ciudadanos piensan que son indicadores maquillados a gusto del gobernante en turno. Y no es que sean opositodo, sino que venimos de sexenios en donde dicha práctica fue recurrente. Lo denunció el propio Enrique Alfaro: el Gobierno anterior, la Fiscalía del sexenio pasado, manipuló los datos sobre seguridad.

A Enrique Alfaro le falta un lustro de Gobierno. Mucho tiempo por delante. El Informe de Gobierno, a diferencia de lo que intuía, fue el cierre de un primer periodo caracterizado por la confrontación. Muchas de las reformas promovidas por el Ejecutivo suponían remover o sacudir estructuras anquilosadas y opacas -el Poder Judicial es una de ellas-. Sin embargo, más allá de la inevitable resistencia de algunos actores al cambio, la operación política del Gobierno del Estado, y su representación en el Congreso, distó enormemente de ser la adecuada. Se privilegió más la imposición y no el diálogo. El segundo año será para el gobernador un desafío a su estilo de gobernar y comprobar si la voluntad de diálogo, así como la apertura al disenso, es sostenible en el tiempo o fue “flor de un día”.
============Texto Primer Párrafo (11538155)============
o es fácil resumir casi un año de Gobierno en un artículo. Siempre habrá decisiones que queden fuera, políticas públicas contempladas y otras que, por espacio, tienen que ser excluidas. No obstante, el primer año de Enrique Alfaro al frente del Gobierno del Estado se puede caracterizar por ciertos elementos: confrontación, voluntarismo, el baile de los indicadores, y la decisión de asumir los golpes políticos temprano en el sexenio. Me explico.

Enrique Alfaro tiene un estilo de gobernar basado en la confrontación -similar al de Andrés Manuel López Obrador-. Entiende la política como la construcción de un relato público que depende de que exista un adversario. En el pasado fueron Raúl Padilla o el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Al principio de la administración quiso ser el antídoto a Morena. También, ha hecho discursos muy críticos en contra de algunos medios de comunicación. Declaraciones reiteradas descalificando el papel de la prensa. Y hasta ha enfocado sus críticas en contra de jueces y magistrados. Sin embargo, si vemos los estudios demoscópicos, la política de confrontación discursiva no le rindió frutos. Hoy, su aprobación no es de las más bajas del país entre los gobernadores, pero sí perdió una bolsa de capital político de relevancia en estos 11 meses. Sólo el tiempo dirá si su capital político fue bien empleado.

A diferencia del pasado reciente, el miércoles 6 de noviembre en el Congreso del Estado vimos y escuchamos a un gobernador diferente. Menos divisivo. Firme, pero dialogante. En su intervención, les dio su espacio a las críticas lanzadas desde la oposición -en particular de Morena-. Defendió su gestión y puso sobre la mesa su versión de lo ocurrido en Jalisco en estos meses: seguridad, salud, transporte público, políticas de género. Las alusiones a las distintas fuerzas parlamentarias fueron respetuosas y hasta escuchamos autocrítica en muchas agendas (inseguridad y dengue, principalmente). Pudimos ver a un gobernador que es capaz de moverse fuera de los terrenos de la confrontación. Algo nada común luego de 11 meses de Gobierno.

Y es que, si revisamos las mayores polémicas del incipiente sexenio alfarista, el discurso de confrontación ha generado inestabilidad en este primer año de su Gobierno. Lo identificamos en casi todos los frentes: Gobierno Federal -al inicio del sexenio-, con el Congreso -desaparición del Instituto Jalisciense de las Mujeres-, colectivos feministas, manifestaciones en contra del aumento al transporte público, Poder Judicial -amparos para detener las reformas-. No digo que en muchos temas el gobernador no tenga razón, sin embargo privilegiar la confrontación y no el diálogo, privilegiar la crispación y no los consensos, provoca que el Gobierno se mueva de escándalo en escándalo. Existía una percepción, entre segmentos de la opinión pública, que el gobernador no salía de una para entrar rápidamente a otra controversia, a otro enfrentamiento.

El voluntarismo es un elemento esencial para entender la personalidad de Enrique Alfaro. Sé que él siente frustración cuando no encuentra reconocimiento a los esfuerzos que se han hecho, por ejemplo, en materia de seguridad. Muchas de las críticas a los medios de comunicación provienen de una interpretación que hace el gobernador del papel de la prensa en este tema en específico. Dice que la cobertura mediática no se ajusta a la realidad ni a los indicadores oficiales. Más allá de eso, lo que está provocando mayor ansiedad en el Gobierno del Estado son los plazos tan forzados que se puso el gobernador para dar resultados. La práctica de informar mensualmente de los indicadores en materia de inseguridad nos sitúa en un permanente escenario cortoplacista. Y es que, a estas alturas del sexenio, lo importante no es si determinado delito baja o sube de julio a agosto (aunque indudablemente hay que medirlo), sino las transformaciones institucionales y los cambios sociales que hagan sostenible el ritmo de descenso. La aceleración por informar “buenas noticias” puede suponer duros golpes en el mediano y el largo plazo. Recordemos el sexenio de Aristóteles Sandoval que, si analizamos sólo los datos oficiales, también presentó dos años con descenso en muchos indicadores relacionados con la violencia y la inseguridad.

Y entramos a la polémica de los indicadores. Ahí aparece ese mantra, o lugar común, que repetimos analistas y periodistas: mientras la percepción de inseguridad no disminuya, los indicadores no importan. Hay que matizar esta aseveración. Los indicadores importan per se, no sólo en inseguridad sino en distintas áreas de la vida social, política y económica en Jalisco. Por ejemplo, economía. Es innegable que Jalisco sale mejor librado de la desaceleración de la economía mexicana y latinoamericana. En un escenario de crecimiento cero a nivel nacional, Jalisco podría crecer entre el 1.7 y 2% en 2019. Y, también, seguramente cerraremos 2019 con una generación de empleos que superará los 60 mil nuevos puestos de trabajo. Sin embargo, falta una variable: ¿y los salarios? Es una vergüenza para Jalisco que, siendo motor económico nacional, se paguen salarios por debajo de la media mexicana. El gobernador no sólo debe apapachar a la Iniciativa Privada y mandar un mensaje de optimismo de cara al futuro, sino que también tiene que exigir mejores condiciones para los asalariados. Así, los indicadores siempre tienen claroscuros.

La Plataforma de Indicadores en materia de Seguridad, que encabezan Jalisco Cómo Vamos y distintas universidades privadas de Jalisco, es una oportunidad no sólo para hacer difusión de las cifras de forma amigable y didáctica, sino también para hacer pedagogía sobre los datos. Existe amplia desconfianza hacia el Gobierno cuando hablamos de datos. Muchos ciudadanos piensan que son indicadores maquillados a gusto del gobernante en turno. Y no es que sean opositodo, sino que venimos de sexenios en donde dicha práctica fue recurrente. Lo denunció el propio Enrique Alfaro: el Gobierno anterior, la Fiscalía del sexenio pasado, manipuló los datos sobre seguridad.

A Enrique Alfaro le falta un lustro de Gobierno. Mucho tiempo por delante. El Informe de Gobierno, a diferencia de lo que intuía, fue el cierre de un primer periodo caracterizado por la confrontación. Muchas de las reformas promovidas por el Ejecutivo suponían remover o sacudir estructuras anquilosadas y opacas -el Poder Judicial es una de ellas-. Sin embargo, más allá de la inevitable resistencia de algunos actores al cambio, la operación política del Gobierno del Estado, y su representación en el Congreso, distó enormemente de ser la adecuada. Se privilegió más la imposición y no el diálogo. El segundo año será para el gobernador un desafío a su estilo de gobernar y comprobar si la voluntad de diálogo, así como la apertura al disenso, es sostenible en el tiempo o fue “flor de un día”.

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