Nuestra ciudad, un lustro después
Cinco años después de la alternancia, ¿los emecistas han logrado que la Zona Metropolitana de Guadalajara sea una mejor ciudad?
Hacer un balance, medianamente honesto, de cinco años de gobierno es complicado. Se corre el riesgo o de ser exageradamente optimista frente a los cambios que vemos o tremendamente pesimista. Se corre el riesgo de elevar a un altar a quien ha gobernado en los últimos años o, por el contrario, caer en el simplismo de que todos son iguales y no hay más remedio que la resignación. La realidad, en largos procesos políticos, casi siempre se encuentra en los matices. En el caso de los gobiernos de Movimiento Ciudadano en la Zona Metropolitana de Guadalajara, yo veo luces y sombras. Comencemos con las luces.
Bajo cualquier parámetro, los actuales alcaldes de Movimiento Ciudadano son menos corruptos que sus antecesores. Mucho menos. Han existido escándalos, pero no son ni remotamente comparables con aquellos que atónitos presenciábamos en los ayuntamientos encabezados por el PRI o los últimos años del PAN. Son menos corruptos y mejores administradores. Los niveles de endeudamiento son mucho menores que en el pasado, las nóminas están más controladas y la regulación, de aquellas empresas que proveen de servicios a los ciudadanos, es más eficiente. Por lo tanto, son mejores administrando.
Los pasos hacia la metropolización son más sólidos que en el pasado. En el periodo 2015-2020 se está avanzando, como nunca antes, en la configuración de una ciudad con un mínimo de gobernanza común. La Policía Metropolitana, con sus pendientes, las agencias metropolitanas, el Plan de Ordenamiento Territorial Metropolitano. Son escalones todavía insuficientes, pero mucho más ambiciosos que aquellos que se dieron en el pasado. Guadalajara no se puede gobernar desde sus ranchitos y el Instituto Metropolitano de Planeación tiene un liderazgo que no tuvo en trienios anteriores. Eso es fruto de un compromiso con la ciudad como unidad en la diversidad.
Son administraciones municipales muy enfocadas en la obra pública. Los datos no mienten. En términos porcentuales, los gobiernos municipales (al menos de los cinco gobiernos poblacionalmente más relevantes: Guadalajara, Zapopan, Tlajomulco, Tlaquepaque y Tonalá) han invertido 52% más en términos reales que aquellos que gobernaron en el lustro 2010-2015. Son gobiernos más austeros y, por lo tanto, con mayor posibilidad de canalizar recursos hacia obra pública. Esto no quiere decir que hayan sido las obras indicadas o las más reclamadas por la ciudadanía, pero lo que es innegable es que invierten más que los gobiernos del PRI que estuvieron a partir de 2009.
Resumiendo, lo mejor de estos años: gobiernos que administran mejor —menos corruptos, mejores reguladores y más austeros—, que entienden por qué es necesario avanzar hacia una idea cohesionada de ciudad y que tienen en la obra pública una de sus principales apuestas.
Ahora, las sombras. Quitando la mutación denominativa —comisarías por las anteriores secretarías de seguridad— poco ha cambiado en el modelo municipal de combate a la violencia. Es cierto que ha habido reducción de los delitos, pero también la hubo en los primeros años de sus antecesores tricolores. Hoy, ni tenemos policías más confiables, ni depuradas, ni próximas. Todo quedó en más patrullas y armamentos, pero el modelo municipal per se es básicamente el mismo.
Los gobiernos de MC llegaron con un discurso que condenaba la desigualdad urbana y hoy ya ni tema es. Incluso, los nuevos gobiernos metropolitanos utilizaron “combate a la desigualdad” como el apellido de las entidades encargadas de la política económica en la urbe. Cinco años después, la ciudad es más asimétrica, injusta e inequitativa que antes. Lejos quedó ese Enrique Alfaro que hizo campaña y hasta un documental en donde reflejaba la lacerante desigualdad que marca a nuestra ciudad. O aquél Pablo Lemus que culpaba al PRI de ser una maquinaría de arrojar zapopanos a la pobreza. La desigualdad quedó enterrada en un discurso clásico de atracción de inversiones y generación de riqueza.
Continuó el acelerado desmantelamiento de la capacidad de los municipios para proveer de servicios a la ciudadanía. Al igual que lo hizo el PRI, los naranjas optaron por hacer del Gobierno un ente administrativo que se encarga de elegir empresas para que éstas sean las responsables de dotar de servicios públicos. La basura, empresas. Las luces, empresas. Los parques y la poda, empresas. No falta mucho para que la Secretaría General de los ayuntamientos se licite al mejor postor. Desmantelar al municipio es desmantelar la necesaria equidad en los servicios públicos. Privatizar y concesionar no ha sido la llave para que los servicios públicos sean hoy de mejor calidad.
Y, la participación ciudadana pasó de ser una bandera reconocida y reconocible de MC a ser una ausente de los gobiernos municipales. Se acabaron los ejercicios de revocación de mandato. Los presupuestos participativos son mejor entendidos como mecanismos para recaudar más predial (qué no está mal, pero no debería ser el objetivo), que como ejercicios que permitan a la ciudadanía incidir en las prioridades de sus administraciones locales. Bueno, la reticencia a la participación de los ciudadanos es tan grande en algunas de las nuevas administraciones de MC que Tlaquepaque hizo todo lo que pudo, en conjunto con la UdeG, para evitar —y lo lograron— que los habitantes del municipio pudieran decidir qué hacer con un predio público donado a la Universidad. O, en Zapopan, la reticencia a que los vecinos de los Arcos y el andador 20 de noviembre pudieran avalar o desechar el proyecto en la Plaza que está a un costado de la Estación Basílica.
Personalmente, me considero un gradualista. Alguien que considera que Roma no se hace en un día. Aprecio los cambios pequeños y entiendo que es lo máximo que le podemos pedir a la política. Los gobiernos operan en un ecosistema de intereses —económicos, políticos, sociales— y ni un ángel bajado a la tierra podría convertir a la ciudad en el firmamento. Por el contrario, seguro un ángel terminaría devorado por la complejidad de la política. La política necesita equilibrios y eso acota la magnitud de las transformaciones. Un lustro después, con todos los asteriscos que cité, creo que Guadalajara es una ciudad mejor. Esperemos que el próximo lustro los pasos se den en la dirección correcta y con más ambición.