No le pidas peras (ni milagros) al olmo
¿Son los árboles son la panacea contra el calentamiento global?
Para los habitantes de muchas ciudades mexicanas, los árboles son una realidad cotidiana; se han convertido en nuestros vecinos, aportándonos incontables beneficios psicológicos y ambientales, aunque comúnmente no los notemos. Casualmente, algunos expertos consideran que los árboles podrían emplearse para capturar el exceso de gases de efecto invernadero que despedimos a la atmósfera. ¿Podrían acaso ser la panacea para frenar el calentamiento global? ¿Y si plantáramos miles o millones de árboles en nuestras ciudades para combatir el cambio climático? ¿Qué dice la historia al respecto?
Los árboles como remedio curalotodo no son nada nuevo. Para muestra, en la década de 1870 el gobierno de la ciudad de México emprendió una campaña para propagar el eucalipto. ¿El motivo? Por aquellos años la especie estaba en boga; se le atribuía la capacidad de limpiar emanaciones pestilentes y desecar suelos pantanosos, problemas a los que se achacaban enfermedades como el cólera (Spoiler alert: el cólera lo provocaba una bacteria y no el aire maloliente). Como quiera que fuese, los sabios de la época vieron en el arbolote australiano una solución milagrosa para la salud humana.
Plantar cientos de eucaliptos traería sus propios problemas, como pronto comprobaron los capitalinos. Su descomunal tamaño los hacía propensos a caerse con el viento; afectaban el crecimiento de los jardines y, a ojos de muchos, eran francamente feos. La ciencia avanzó y pronto ya nadie quiso tener nada que ver con el árbol. Para 1890, ver un eucalipto provocaba la misma reacción que tienes al ver fotografías viejas de tus papás con permanente y hombreras.
Nada impidió que, décadas después, nuevos entusiastas del progreso insistiesen en plantar eucaliptos en la ciudad como antídoto para problemas como las inundaciones o las tolvaneras. Y, nuevamente, sus detractores señalaron que era un árbol nocivo, gacho e ignominioso. Así funciona la moda; y así ha sido desde entonces el vaivén de un árbol que, por donde se lo vea, no tiene la culpa de nada. Los culpables fueron quienes vieron en él una solución rápida para los problemas creados por nuestra acción sobre el ambiente.
Y ¿qué decir de los efectos perdurables de este tipo de políticas? Quienes sufren de alergias estacionales en la CDMX por causa del fresno pueden agradecer a gobiernos anteriores que, desde antes de la independencia, empezaron a sustituir con ellos a los ahuejotes de la ciudad, por considerarlos mejores para adornar la Alameda y otros sitios. Otra vez la moda.
La historia nos aporta lecciones de humildad de cara al Antropoceno. Nos invita a no dejarnos seducir por curas milagrosas que prometen eliminar los problemas causados por nuestro estilo de vida; a ser precavidos frente a las modas que periódicamente se instalan en la mente de los expertos; a no atribuirle poderes sobrenaturales a los seres vivos, ni pretender usarlos a nuestro antojo sin ninguna consecuencia. Y a saber que las acciones que hoy emprendamos seguirán repercutiendo en la vida de las próximas generaciones, aún cuando estemos ya bien muertos y enterrados. (1)
1) Basado en el libro Los árboles de la ciudad de México durante el siglo XIX, México, Instituto Mora, 2023.
Sobre el autor
José Fernando Madrid Quezada es doctor en Historia y autor del libro Los árboles de la ciudad de México durante el siglo XIX.
Para saber
Crónicas del Antropoceno es un espacio para la reflexión sobre la época humana y sus consecuencias producido por el Museo de Ciencias Ambientales de la Universidad de Guadalajara que incluye una columna y un podcast disponible en todas las plataformas digitales.