Guadalajara ¿A dónde vas?
Sólo a través de la metropolización tendremos una ciudad más justa, segura e igualitaria
Es posible reconocer virtudes en los actuales presidentes municipales. Ismael del Toro es un político que sabe construir acuerdos y un buen administrador; Pablo Lemus es voluntarioso y persistente; Juan Antonio González es el primer alcalde de Tonalá presentable y que busca que su municipio no sea el “patito feo” de la Zona Metropolitana de Guadalajara. Sin embargo, la ciudad necesita más que buenos gestores. Mucho más que buenos administradores de los impuestos de los ciudadanos. Necesitamos un proyecto de ciudad que ilusione. No me refiero a esas apuestas tecnocráticas y rimbombantes como los “POT MET”. Necesarias para fundamentar técnicamente el futuro de la ciudad, pero con nula base social. Me refiero a una gran convocatoria que nos permita definir qué Guadalajara queremos en el futuro. Y, por ende, qué sacrificios estamos dispuestos a hacer -autoridades y ciudadanía- para tener esa urbe justa, igualitaria y humana que reclamamos desde hace décadas.
Y es que los dilemas son los de siempre: ¿Queremos vivir en una sociedad que crece sin límites, llenándose de cotos, casetas con policías privadas, muros infranqueables? ¿Una ciudad en donde no conocemos a nuestros vecinos? ¿Queremos una ciudad en donde el único espacio “público” sean los centros comerciales o las tiendas departamentales? ¿Queremos una ciudad integrada por barrios y colonias en donde a las 10 de la noche, las calles se convierten en extendidas oscuridades, inhabitadas y dignas de toques de queda? ¿Queremos vivir en una ciudad en donde Andares (una de las zonas más ricas del país) y la Colonia el Rehilete (sin asfalto, agua, drenaje) nos muestren la cara más descarnada de la desigualdad (a tan sólo 15 minutos de distancia)? ¿Queremos vivir en una ciudad en donde ser mujer es motivo de miedo y ansiedad permanente? ¿Queremos vivir en una ciudad en donde los inmobiliarios deciden qué se hace con ella? ¿Queremos vivir en una ciudad que se asfixia entre autos, bosques que desaparecen y parques metropolitanos que se extinguen? Es posible que ya nos hayamos acostumbrado a malvivir en la Zona Metropolitana. Y ese hábito suponga que nos sea imposible visualizar imaginarios de ciudad alternativos.
La confusión sobre la ciudad que queremos no es un monopolio de las autoridades. No es un asunto de tal o cual alcalde. Los tapatíos vivimos confundidos. Supimos lo que fuimos. En una comida de domingo, los abuelos te platican de esa Guadalajara (tal vez idealizada), pero que era humana y vivible. Nunca igualitaria, pero tampoco tan dispar como la actual. Una ciudad que se entendía a sí misma: crecimiento ordenado, áreas verdes por doquier, calles anchas y banquetas dignas. Había una ciudad que cuidar y proteger. Una identidad que unía. Los espacios de convergencia urbana han sido sustituidos por tremendas colas para ingresar a un centro comercial o a los gigantescos estacionamientos que aprisionan los supermercados. Toda nostalgia es un instinto conservador, pero creo que no me equivoco cuando digo que en Guadalajara se vivía mejor antes. El tapatío se impresionaba con la modernidad de otras urbes, pero comprendía que su camino podía ser menos caótico.
Para rencontrar esa identidad extraviada, lo primero que necesitamos es un pacto político. El Constituyente puede ser una vía, pero sólo si se hace con base social y no sólo con la élite. El modelo municipal de gestión de la ciudad no sirve. Y usted me dirá, ¿cómo no sirve? Hay administraciones mejores que otras. Tal vez, pero la diferencia tiene mucho más que ver con las capacidades económicas. ¿De verdad es posible comparar Guadalajara, municipio, con Tonalá? ¿Uno tiene 10 mil millones de pesos de presupuesto, el primero, y el otro tiene mil 400 millones? La deuda de uno alcanza el 25% del presupuesto, mientras que el otro tiene compromisos financieros por el 130% de sus egresos. Y, paradójicamente, Tonalá tiene muchas más carencias que Guadalajara. Mientras la capital piensa en atracción de inversiones, equipar a las policías, estructurarse a través de gerencias, la administración de Tonalá piensa en cómo llevar a agua a ciertas colonias o cómo hacerle para que la calle esté iluminada.
Por lo tanto, un pacto político debe abandonar el modelo municipalista. Tenemos un enamoramiento extraño con el municipio en México. Y también en Jalisco. Cada vez que alguien osa poner a discusión la vigencia del municipio, aparece el coro en defensa del Artículo 115 de la Constitución. No hay otra salida más que empezar a ceder competencias municipales a órganos metropolitanos. Avanzar hacia un modelo de gobernanza metropolitano e incluso aspirar a que exista un solo responsable político de la urbe (sé que esto es más una ilusión personal, pero creo que la heterogeneidad de alcaldes y cabildos en la ciudad no nos aporta nada para resolver nuestros problemas). Y para ello, es fundamental que los municipios con mejores condiciones económicas y presupuestales se deshagan de su egoísmo y el Gobierno del Estado impulse un modelo con mayores cuotas de redistribución intermunicipal.
Presenciamos dicho egoísmo en el debate sobre la Policía Metropolitana. Zapopan, una de las demarcaciones más opulentas del país-pero también más desigual-, puso resistencias por asumir que salía perdiendo en los acuerdos entre alcaldes. Por supuesto que en una apuesta de cohesión metropolitana, los municipios con más presupuesto tendrán que poner más que aquellos que cuentan con más limitaciones. Sin embargo, la única manera de avanzar hacia una ciudad más justa y equitativa es la construcción de instancias supramunicipales que se encarguen de la movilidad, las luminarias, la recolección de basura, los sistemas de salud, la sustentabilidad ambiental, hasta la señalética. Hoy en día, el código postal en el que naces determina la ciudad que enfrentas. Ningún Gobierno debería tolerar tales diferencias entre unos tapatíos de primera y otros de quinta.
El Instituto Metropolitano de Planeación (Imeplan) ha recibido múltiples competencias y es el buque insignia de la apuesta por la metropolización. Sin embargo, es una construcción del futuro de la urbe fincada en unos pocos y sin grandes consensos sociales. No existe una labor pedagógica, ni tampoco participativa, sobre la ciudad y su futuro. Si queremos que un proyecto de ciudad moldee las identidades de las nuevas generaciones de tapatíos es fundamental que se trabaje desde las células más locales y se busque el convencimiento más que la imposición. Consensos simples, pero que remueven patrones culturales muy arraigados: movilidad sustentable, combate al cambio climático, recuperación de espacios públicos, detener el crecimiento de la mancha urbana, una urbe accesible para todas y todos, dignificación de los parques urbanos, dinamismo económico con apego al estado de derecho, planeación a 50 años, pacto a largo plazo entre partidos políticos. La solución de la ciudad es política, aunque parezca, en muchas ocasiones, que la política estorba.
Es imposible volver a la Guadalajara de los sesenta. Ni tampoco deseable. Hoy somos más de cinco millones en una urbe que no para de crecer sin control. Los intereses económicos se adueñaron de la planeación y hoy no sabemos a dónde vamos. No nos detenemos a pensar qué ciudad queremos. No nos detenemos a pensar que es posible una vida en donde no pasemos tres horas al día en transporte público o en el auto. Que es posible una ciudad en donde haya dignidad, sin importar el barrio en donde nazcas. Que es posible una ciudad en donde nos despertemos sin contingencias, caminemos sin miedo y en orden. Los informes de Gobierno me importan poco, con sus números, hazañas e indicadores, si no se preguntan cómo vivimos en Guadalajara. Es tiempo de imaginar un hogar mejor.