Jalisco

Elogio a un circunstancial

El mayor atributo de Aristóteles Sandoval fue su capacidad de reinventarse  

En 2008, un buen amigo -con audaz juicio político- me dijo que era “imposible” que Jorge Aristóteles Sandoval derrotara a Eugenio Ruiz Orozco en las elecciones internas del PRI. Lo recuerdo vívidamente: un frívolo sin educación no puede ser alcalde de Guadalajara, me comentó. Para mi amigo, de familia priista, era inconcebible que un improvisado de 34 años se pusiera al frente de un instituto político que estaba destinado a gobernar Jalisco la próxima década. Aristóteles Sandoval no era un político refinado. No era culto. Le gustaba mucho la fiesta y aprendió a hacer política al estilo FEU. Un rara avis en el priismo histórico.

AristótelesSandoval fue menospreciado permanentemente. Era visto con recelo por el viejo establishment político. No tenía grandes ligas con la élite económica. No tenía apellidos compuestos. Parecía que su única gracia es haber estado en el lugar preciso en el momento indicado. No era un ideólogo y tampoco tenía un sistema de creencias sociales y políticas muy desarrolladas. Por el contrario, era un libro abierto. Algún día en una entrevista me dijo que admiraba al Che y a Madero. No se necesita agregar más.

Sin embargo, Aristóteles Sandoval era un tipo especial. Fue un mejor gobernador que aquél que preveíamos cuando ganó las elecciones por un pelito en 2012. Sus vicios ya los citamos. No obstante, tenía un par de virtudes que no son menores. Jorge, como le decían sus amigos, aprendía a una velocidad de transatlántico. Lo entrevisté 17 veces. Como alcalde, gobernador y exgobernador. Y no hubo una sola, en donde yo no notara que el gobernador había crecido política e intelectualmente. Por eso decía que era un libro abierto. Menos talentoso y culto que otros exgobernadores, pero nunca cerraba la persiana. Y aprendía porque escuchaba. Recuerdo conversaciones con él que, luego, se convertían en declaraciones o compromisos. No tenía empacho en admitir que se equivocaba. No le faltaba ego, pero se sabía falible.

El doctor Alfredo Sanchís Barceló (y le digo doctor por respeto, porque él mismo admitía que no había ido más allá de la Licenciatura) nos decía en clase de filosofía política: todos somos ignorantes, la única diferencia es que algunos hacemos un pequeño esfuerzo por dejar de serlo. El exgobernador era un ignorante lúcido; sabía que no sabía, y eso es una gran virtud política. La describe Barack Obama en su nuevo libro: la arrogancia aniquila los proyectos políticos.

Aristóteles no se sentía incómodo al rodearse de personas más inteligentes que él. Por ejemplo, invitó a Jaime Reyes Robles a ser el primer secretario de innovación. No dudó en invitar a técnicos.

Esta apertura al conocimiento. Esta apertura a conocer nuevos lenguajes contrastaba con uno de sus peores defectos: premiar la lealtad mal entendida. La lealtad puede ser una gran virtud, pero cuando se sobreexplota políticamente acaba en gabinetes serviles y disfuncionales. Aristóteles Sandoval protegió demasiado a sus amigos. Y, por ello, le hizo daño a Jalisco. Le hizo daño a su sistema de salud, mató Ciudad Creativa y concluyó el sexenio con un equipo de trabajo de mediocre para abajo.

Aristóteles fue un circunstancial. Sin que eso sea algo peyorativo en esencia. La historia está llena de circunstanciales. Personas con un olfato desarrollado que saben colocarse en un momento de transición. En ese momento donde lo nuevo apenas nace. Saben leer el presente y encontrar las oportunidades que su circunstancia les abre. Al fin y al cabo, como bien sabía José Ortega y Gasset, somos hombres de circunstancias. Por ejemplo, Alfaro o López Obrador son lo opuesto. Sabíamos que algún día llegarían a donde están. El debate era cuándo. Subrayo: destino o circunstancia no son determinantes para definir si un político gobernara bien o mal. Hay circunstanciales que cambiaron la historia: Ernesto Zedillo. O circunstanciales que hicieron mucho daño: Felipe Calderón.

El asesinato de un político provoca que el juicio de la historia sea menos severo. Existe una empatía innegable. No sabemos por qué asesinaron al exgobernador, pero sí sabemos que su suerte, al igual que las de miles de jaliscienses que son asesinados cada año, es intolerable. El asesinato de un exgobernador en una de las principales avenidas turísticas del país nos deja un sabor profundo de indefensión. Nos deja una triste lección sobre el presente: más de 13 años después del grito de guerra contra los narcotraficantes y los criminales siguen ganando. Los criminales gobiernan y deciden quién muere y quién vive. Hay quien cree que este problema debemos seguirlo enfrentando con los militares, las armas y la guerra de trincheras. Sin embargo, más de una década después, los criminales nunca habían sido tan poderosos. Las estrategias de combate a la violencia son un rotundo fracaso. Y no hay nadie que exija un alto en el camino y se comprometa a repensar lo que estamos haciendo.

Aristóteles Sandoval fue un actor protagónico inesperado. Su aparición fue circunstancial. Eso no lo hace menos; por el contrario, reivindica su papel como un animal político capaz de escuchar y cambiar. Incluso, cuando los tapatíos expulsaron al PRI de la ciudad en 2015, Sandoval supo reinventarse para salvarse a él y a su Gobierno mientras el tricolor se iba a pique como el Titanic. Se fue un hombre con muchos defectos -como todos, probablemente-, pero que hizo de la circunstancia y el aprendizaje continuo su mejor escudo para hacerse un lugar en la historia de Jalisco.

JL

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