Cuando Guadalajara estaba llena de agua: así eran nuestros ríos y manantiales
Hoy Guadalajara es una ciudad de concreto donde ya no hay vías naturales para que corra el agua, pero en el pasado fue una cosa muy distinta
Guadalajara se edificó junto al cauce del río San Juan de Dios. Sobre sus aguas cruzaban puentes de piedra, y dividía a la Guadalajara pobre de la Guadalajara rica; el oriente y el poniente, lo indígena y lo mestizo, lo español. Una identidad que hasta el día de hoy ha conformado lo que somos: más allá de la Calzada, de este lado de la Calzada.
El río San Juan de Dios nacía de los manantiales del Agua Azul, atravesaba lo que entonces era el Parque Morelos, y serpenteaba por el valle hasta desembocar en los barrancos de Huentitán.
Hacia el norte de la ciudad, horadaba la tierra el tránsito del río Atemajac, en la inmensidad del valle del mismo nombre, que del mismo modo finalizaba su trayecto en la Barranca. El río Atemajac atravesaba lo que hoy son las calles de Inglaterra, Avenida Patria, hasta más allá del Periférico. Ambos ríos, el de Atemajac y el de San Juan de Dios, alimentaban el cauce grande del río Santiago, en su desfiladero silencioso al fondo de la Barranca.
Hoy cuesta imaginarse un río a mitad de la ciudad, e incluso pensar que alguna vez, en nuestras calles, corrió el agua. Que hubo manantiales a la luz del día, que los habitantes de Guadalajara, hace muchos años, vieron brotar el agua de la tierra como parte de su cotidianidad. Que atravesaban puentes de piedra y asistían a los manantiales como atracciones del domingo, para remar entre los patos. Hoy, la concepción que el tapatío tiene del agua es a través de inundaciones, caos, y el líquido turbio que emerge de las tuberías de nuestras casas, de Chapala cada vez más seco, de fines de semana sin agua por los tandeos irregulares del Siapa.
Guadalajara no ha cuidado sus fuentes de agua. El río San Juan de Dios ya no existe, y en su momento, mientras la ciudad crecía, se convirtió en el desagüe natural de la urbe, con sus excrecencias fluyendo a plena luz del día. Su posterior entubamiento consolidó su desaparición. El río San Juan de Dios nacía de los manantiales del Agua Azul, del cual hoy no quedan ni atisbos entre la confusión de la Calzada Independencia y la avenida González Gallo.
Desde el oeste, donde hoy existe la avenida de La Paz, bajaba desde el Colli y la Primavera el arroyo de El Arenal, que a su vez alimentaba al río San Juan de Dios; encima de El Arenal cruzaba el Puente de las Damas, una reliquia histórica que hoy es posible visitar en las extrañas del antiguo barrio de Mexicaltzingo, como una ruina enterrada.
El río que corría entre piedras
Hoy en día, el río Atemajac está asfixiado en todo su curso por la mancha urbana, y tan solo conserva una mínima parte de su anterior grandeza en el tramo de Avenida Patria que corresponde a los Colomos, donde es posible atisbar patos y peces que se resisten al tráfago de los automóviles y camiones que a diario pasan a su lado. Los manantiales de los Colomos, a su vez, también están amenazados por el crecimiento inmobiliario desmedido.
Esa agua que ya no tiene a donde ir es el agua que inunda nuestras calles en cada temporal de lluvia: basta una tempestad de unos minutos para desarticular el funcionamiento de Guadalajara, para que llegar a casa pueda costarte la vida, para que el Tren Ligero se detenga y broten géiseres de López Mateos, para que Plaza del Sol se convierta en una laguna. El agua está atrapada, obstaculizada por el concreto, por los edificios, por el "desarrollo".
En la cuenca del río Atemajac -donde nace el agua- hoy en día se están construyendo nuevos proyectos inmobiliarios pese a las protestas de biólogos y expertos de que más cemento solo conllevaba a inundaciones en el futuro. El agua del río San Juan de Dios y del río Atemajac no llevan más que contaminación al cauce insalvable del río Santiago. Hoy, el río Santiago es considerado uno de los más contaminados de México. Alguna vez su cauce dio también al Salto de Juanacatlán, en su momento llamadas las Niágara mexicanas, y que ahora no son más que una desembocadura de podredumbre.
El doctor Luis Valdivia Ornelas, del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH), asegura que los manantiales en Guadalajara se han ido perdiendo a lo largo de las décadas, y que ahora tenemos tan solo el 20 por ciento de los manantiales que había el siglo pasado en la ciudad.
Guadalajara llenó de concreto la tierra donde antes fluían cauces de agua. Edificó condominios y departamentos. Ignora la voz de los expertos y sigue otorgando permisos y concesiones inmobiliarios en los lugares donde nace el agua. Año con año las catástrofes ocasionadas por las lluvias son mayores: inundaciones, vialidades inundadas, pérdidas humanas. A la fecha, el temporal ha dejado más de una decena de fallecidos en la ciudad.
El agua tiene memoria: transita y se hace paso a través de lo que alguna vez fue suyo.
FS