Campo de batalla. Capital: Jalisco
Nuestro Estado gana importancia en cada elección presidencial pues es un bastión difícil de conquistar; quien gana Jalisco, gana la presidencia
Son años sin que Jalisco tenga peso propio en la política nacional. Tal vez, la última aparición fue la fugaz presencia de Francisco Ramírez Acuña en el gabinete de Felipe Calderón. Sin embargo, ningún gobernador jalisciense ha sido un serio competidor por la Presidencia de la República. Todos han intentado serlo, pero rápidamente fueron descartados. Hoy, una parte de la opinión pública nacional sitúa al gobernador de Jalisco en el corredor que dirige a la que, seguramente, será la elección más polarizada de nuestra historia (la presidencial de 2024). Incluso más que aquellos comicios de 2006.
La insignificancia de Jalisco en el panorama nacional contrasta con un hecho objetivo: quien gana Jalisco, gobierna el país. Veamos las elecciones, desde que en realidad los votos cuentan, y entenderemos que nuestra Entidad es una especie de territorio pivote. Un “swing state” dirían en el léxico politológico en Estados Unidos. En nuestro vecino del Norte, Ohio suele ser visto como el Estado columpio prototípico. Existen otros países con territorios que suelen convertirse en el termómetro político: Aragón en España o el Norte industrial en Reino Unido. Jalisco votó por Ernesto Zedillo; votó por Vicente Fox; votó por Felipe Calderón; votó por Enrique Peña Nieto, y, sorprendentemente, también lo hizo por Andrés Manuel López Obrador. Si Jalisco no hubiera sido marcadamente anti-AMLO en 2006, casi podríamos garantizar que el ahora jefe del Ejecutivo, hubiera sido Presidente hace 12 años.
Y aunque suele citarse mucho esa frase de que “en Jalisco nunca pasa nada”, la realidad es que pocas entidades pueden presumir de tres alternancias y una pluralidad política tan marcada.
Movimiento Ciudadano es el primer partido, pero con 16 de 38 diputados. Particularmente en Zona Metropolitana de Guadalajara, el voto de castigo a los malos gobiernos es un instrumento bastante común. En el mismo sentido, el porcentaje de participación electoral suele estar por encima del promedio nacional y existe un tejido de organizaciones sociales promotoras del involucramiento ciudadano mucho más robusto que a nivel nacional (o incluso en comparación con otras entidades federativas con un desarrollo económico similar).
Podemos partir de un hecho que vertebra la realidad política nacional: no ha surgido el López Obrador de López Obrador. Existe una oposición, más escandalosa que efectiva, pero lo que no aparece en el horizonte es una alternativa. El Financiero publicó una encuesta, a inicios del mes de junio, en donde dibuja el desmoronamiento de la intención de voto por Morena. En menos de un año, el partido del Presidente ha perdido la mitad de las preferencias electorales. No creo que podamos encontrar en el pasado, algún desmoronamiento similar. No obstante, los partidos de la oposición no capitalizan dicho descontento con el partido dominante. La segunda fuerza es el PAN con 10%; el resto son marginales. Los decepcionados se van directito a engrosar las filas del apartidismo. De mantenerse estas tendencias, y si no surgen candidatos que emocionen a nivel local, veremos un nivel de abstención nunca antes visto. Las estructuras de los partidos podrían ser incluso más decisivas que en comicios anteriores. Enrique Peña Nieto capitalizó el desencanto en 2015 y, con sus partidos-satélite, se hizo de la mayoría absoluta para la segunda parte de su sexenio. Tremenda paradoja: un presidente altamente impopular, con una cómoda mayoría legislativa.
Ante esta ausencia de retador, el gobernador de Jalisco se ha convertido en una alternativa para un segmento de la opinión pública. Su más que tensa relación con la Cuarta Transformación lo ha colocado en escena y todo lo que pasa en Jalisco se convierte, casi automáticamente, en debate nacional. Es cierto que Morena a nivel local está desarticulado, no tiene agenda y por cada dos militantes existen tres tribus, pero la operación nacional sabe que ganar Jalisco es fundamental no sólo para proteger la mayoría parlamentaria del Presidente, sino también para que el mandatario estatal desista en la carrera presidencial. La operación en redes sociales y en medios de comunicación, es una manifestación de la importancia del campo de batalla llamado Jalisco.
Recodemos a un mes de distancia, como el caso de Giovanni López quedó atrapado en esta pugna partidista. El joven de 30 años fue asesinado en Ixtlahuacán de los Membrillos por policías municipales el pasado 5 de mayo. La revelación de este indignante y escalofriante caso de abuso de poder supuso un terremoto en la política nacional. A pesar de la reacción del gobernador y la aceleración de las investigaciones por parte de la Fiscalía (que mantuvo el caso sin avances durante 30 días), el 4 de junio pasado fuimos testigos de un auténtico día de furia. Una manifestación en el Centro Histórico que concluyó con abusos policiales contra los protestantes y actos de violencia, nunca antes visitos en Jalisco, como la tentativa de prender fuego a un oficial de policía. No se recuerdan protestas tan iracundas desde 2004 (la represión a los manifestantes críticos de la globalización en la Cumbre Unión Europea-América Latina).
La politización de los temas públicos es inevitable en la democracia. No obstante, se están cruzando algunas líneas rojas en el debate nacional. La seguridad o el combate a la pandemia, son ejemplos de agendas en donde es fundamental buscar los consensos entre oficialismo y oposición.
Ni MC ni Morena han sido oposiciones leales, en sus distintos ámbitos de competencias (estatal y federal). Por el contrario, el objetivo es la desestabilización y la competencia permanente.
Y es que la cita electoral de 2021 delinea mucho del tablero que se irá confeccionando de cara a la elección presidencial del 24. Morena considera que puede arrebatarle la Zona Metropolitana de Guadalajara a MC y disputarle la mayoría legislativa. Una victoria así supondría “jaque mate” a cualquier aspiración alfarista de construir una candidatura de oposición en cuatro años. Si el gobernador del Estado quiere ser un aspirante serio a rivalizar contra quien López Obrador designe como su sucesor, tiene que retener el feudo. Y, tiene aún más importancia, porque cada vez es más perceptible que volvemos a los dos Méxicos: el noroccidente que apuntalaría una candidatura de oposición al obradorismo y el centro-sur que se mantiene leal a la causa del Presidente de la República. La polarización política que hemos vivido en la ciudad y en el estado durante 2020 no es casualidad. Bueno, en política nada lo es. La pugna por el trono en 2024 tiene una parada trascendental: Jalisco.
JL