Internacional

Sin renunciar, Robert Mugabe deja más dudas que certezas

El presidente de Zimbabue da un mensaje a la nación en el que pide la 'vuelta a la normalidad'; el Congreso podría destituirlo 

La decepción cayó ayer a los zimbabuenses que esperaban que su presidente, Robert Mugabe, finalmente tirara la toalla en un discurso televisado que paralizó a una parte del país.

Tras 37 años en el poder, Mugabe, de 93 años de edad, parece no tener intenciones de abandonar su cargo, ni siquiera en medio de una intervención militar que ya ha demostrado que no es un golpe de Estado, dado que a pesar de que el mandatario está en una suerte de arresto domiciliario, continúa sujetado el poder e incluso en su discurso pidió una “vuelta a la normalidad”.

Los acontecimientos parecían no dejar otra opción que su salida del poder: su partido lo destituyó la mañana de ayer como su líder y anunció que, si no dimitía antes del mediodía de hoy, presentaría una moción de censura contra él en el Parlamento.

El líder de los veteranos de guerra, Christopher Mutsvangwa, aseguró ayer que Mugabe estaba “intentando negociar una salida digna”, pero parece que en el fondo se resiste a dejar el mando del país, no obstante que es claro que carece de apoyo político y popular; aunque pareciera ser que el Ejército ha decidido darle una noche más como presidente. 

Sobre la intervención del Ejército, Mugabe aseguró que ésta “nunca ha representado una amenaza” contra el “orden constitucional” ni contra su “autoridad como jefe de Estado”.

Aunque dijo que “tiene en cuenta” las quejas formuladas por los diferentes estratos de la sociedad, Mugabe intentó proyectar un mensaje de tranquilidad e insistió en “la necesidad de llevar a cabo acciones para devolver” al “país a la normalidad”.

Sin embargo, hoy podría ser un día decisivo, y habrá que vigilar el próximo movimiento de su ex partido: si Mugabe no cumple su ultimátum de dimisión, podría quedarse al cargo hasta el congreso, en el que entregaría el poder a Emmerson Mnangagwa en una maniobra para legitimar el cambio en la presidencia ante el mundo.

El “Cocodrilo” está al acecho

Cuando el presidente Robert Mugabe destituyó a su vicepresidente Emmerson Mnangagwa para favorecer las ambiciones de poder de la primera dama, Grace Mugabe, olvidó que el sigilo y los ataques por sorpresa contra oponentes políticos le valieron a su antiguo aliado el apodo de “Cocodrilo”.

En su única comunicación desde que fue cesado, Mnangagwa prometió que regresaría de su exilio para “volver a controlar los resortes de nuestros bellos partido y país” y los militares le han hecho el trabajo sucio: deshacerse de los Mugabe para que su partido, la Unión Nacional Africana de Zimbabue-Frente Patriótico (ZANU-PF), lo nombre nuevo líder.

Desde aquel comunicado no se ha vuelto a saber nada del político de 75 años, un veterano de la guerra de liberación que desarrolló fuertes lazos con el Ejército durante su etapa al frente del Ministerio de Defensa. Ni siquiera después de ser designado número uno de la ZANU-PF de forma provisional y candidato para las presidenciales de 2018 .

Aunque ahora es visto como el salvador de la democracia zimbabuense y es vitoreado por los mismos que se manifiestan contra Mugabe, Mnangagwa tiene un pasado oscuro: como ministro de Seguridad tras la independencia en 1980 jugó un papel clave en la matanza de más de 20 mil miembros de la etnia Ndebele.

En realidad, Mnangagwa podría ser la clave para entrar en otro periodo de oscuridad para los zimbabuenses. 

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