Internacional

Falta de equipos complica el rescate en Indonesia

En muchos lugares de la isla la búsqueda de supervivientes se hace con las manos, hacer llegar maquinaria es difícil porque las carreteras también fueron dañados por el sismo 

Más de un centenar de personas han muerto por el sismo que golpeó el pasado domingo la isla indonesia de Lombok, el segundo de gran intensidad en sacudir la región en una semana. Al menos 236 personas han quedado heridas, 13 mil edificios derrumbados o con daños de consideración y más de 20 mil personas han sido desplazadas.

La mezquita de Bangsal —un próspero puerto en plena zona turística, el principal punto de conexión para viajar a las paradisíacas islas Gili— es uno de los lugares afortunados. La posibilidad de encontrar a alguien con vida ha facilitado que se le envíe una excavadora. En muchos otros lugares de la isla, la búsqueda de supervivientes se desarrolla con taladradoras, palas o simplemente con las manos.

“Nos hace falta maquinaria pesada para levantar los escombros”, reconoce el sargento Hartadi de la unidad especial de la Policía, hurgando entre los restos de una tienda en Sigar Penjalin, una localidad a escasos kilómetros de Bangsal y en la que pocas construcciones han quedado enteras.

Zainul Majdi, el gobernador de la provincia de West Nusa Tenggara, a la que pertenece Lombok, asegura que se están enviando equipos, incluidas excavadoras y otra maquinaria pesada, a la zona. Pero hacerlos llegar es complicado. Las carreteras son estrechas, están dañadas por desplazamientos de tierra y puentes hundidos y no dan abasto para el intenso tráfico de estos días. En algunas zonas, ni siquiera han llegado los primeros equipos de rescate. En otras, escasea el agua potable.

En Tangjung, la principal ciudad de la zona y una de las más afectadas por el terremoto, se ha instalado el mayor campamento de refugiados. “Era conductor, pero mi coche se ha quedado con mi jefe. No puedo trabajar y sin trabajar no tengo ingresos”, se lamenta Gul, quien se ha quedado sin nada tras derrumbarse la casa familiar. “No sabemos cuándo podremos marcharnos de aquí”, dice.

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