Ideas

Ya visto, ya vivido

El principio de representación proporcional ya no tiene nada que ver con que los partidos que esgrimen ideas divergentes al oficialismo o lo que algunas minorías conciben respecto a, por ejemplo, la convivencia, la economía, los derechos de esas mismas minorías o el medio ambiente, ganen espacios en el Congreso de la Unión y en los de los Estados. En alguna definición perdida en el archipiélago de sitios de Internet que el Gobierno federal crea, encontramos lo siguiente: “El objetivo de este principio es proteger la expresión electoral cuantitativa de las minorías políticas y garantizar su participación en la integración del órgano legislativo, según su representatividad”.

Lo que hoy significa representación proporcional es cobrar la cuota correspondiente del erario; a mayor representación más dinero y sin la monserga de cargar con el peso de las decisiones propias, lo que en el mundo de los negocios se conoce como una óptima relación costo-beneficio. Este esquema le viene muy bien al partido mayoritario y a las comparsas que le permiten al primero tener ese carácter, el de mayoritario: mientras los partidos-lobo se pongan la piel de oposición-oveja, y con eso se conformen, tendrán la garantía de su tajada. De este modo llegamos a un sistema político degradado: hecho a la imagen y semejanza de la ética y la política imperantes entre los dueños de las franquicias a las que la Constitución llama “entidades de interés público”: quien detenta la mayoría podrá discursear sobre democracia, aunque en los hechos el autoritarismo sea la regla. 

Pero el esquema no lo identificamos sólo al analizar la repartición del presupuesto, los puestos de elección popular en las legislaturas y el control político; también aparece al revisar el trance de los grupos enquistados cancerosamente en la sociedad, que hacen lo suyo sin contención y sin castigo: el clan gobernante de turno los deja hacer mientras ellos, los de la metástasis criminal, no violenten la posibilidad de que quien ostenta el poder político conserve el timón en sus manos, y timón se entiende como el artilugio para custodiar el equilibrio entre las fuerzas, legítimas o no, que inciden en la gobernabilidad de la sociedad, y desde ahí: en la calidad del Estado de derecho que percibimos.

Del libro La formación del poder político en México,1972, de Arnaldo Córdova: “En realidad, en el porfirismo encontramos claramente una coincidencia, no casual, desde luego, sino necesaria, de dos hechos que, unidos, condicionan el desarrollo posterior de México: por un lado, el fortalecimiento del poder nacional mediante su transformación en poder personal y la sumisión, por grado o por la fuerza, de todos los elementos opuestos a este régimen, o la conciliación de los intereses económicos en una política de privilegios, de estímulos y concesiones especiales; por otro lado, una concepción del desarrollo convertida en política económica, en la que no sólo se distingue entre extranjeros y nacionales, sino que se busca la colaboración de ambos, en la inteligencia de que tanto unos como otros, teniendo que invertir e invirtiendo, por este único hecho ayudan de la manera más eficaz al engrandecimiento de la patria.”

La cita corresponde al capítulo “La constitución del Gobierno fuerte”, en ella hay una referencia a la obra de R. Vernon, El dilema del desarrollo económico de México, de 1966: “Porfirio Díaz «primeramente hizo que sus mayores enemigos potenciales se le unieran. Dio facilidades para que el terrateniente extendiera sus ya extensas propiedades. Incorporó al ejército regular a los cabecillas de las más grandes bandas, y a sus tropas les pagó bien y les dio absoluta libertad para hacer cumplir la ley e imponer el orden (…) y ofreció a los intelectuales empleos en el Gobierno y comisiones diplomáticas»”. 

Recurramos a la simpleza de extrapolar: en donde leímos “porfirismo” releamos lópezobradorismo y, consecuentemente, en donde dice “Porfirio Díaz” … ya sabemos el nombre. Salvo detalles que atañen a la época, la concordancia es notable y la primera conclusión es asimismo simple: quien clama varias veces a la semana que “no es como los de antes” en realidad no lo es, sencillamente él es de antes, pero porque lo que lo rodea y quienes lo rodean en la atmósfera política que ha creado, son de antes también: tendemos fatalmente a la reproducción de lo que Córdova llama “gobierno fuerte”, es decir: “poder personal” que se nutre de sumisión, natural o inducida. 

Un Gobierno fuerte es necesariamente la contraparte de una sociedad débil, y una sociedad débil es condición para que todos los aspectos de la vida en comunidad se degraden, pues la lógica que guía a los agentes políticos con relevancia es mantener fuerte al Gobierno (federal, estatal o municipal). Este círculo viciado explica que el responsable de la materia que inhibiría la voluntad de cualquier político, mujer u hombre, por constituir un Gobierno fuerte, la educación pública, sea alguien como Mario Delgado, cuya misión, su inspiración, su credo y convicción es transformar el poder público y democrático en poder personal. Quienes ven con esperanza que con él se puede dialogar, deberían más bien notar que suponer que Delgado escucha para construir, no es sino parte del mecanismo descrito: cooptación para apuntalar el poder personal de quien corresponda. No esperemos algo más que lo requerido para que el actual esquema político general permanezca y se reproduzca. ¿Otra prueba? El ansia por reformar al Poder Judicial en la forma en que plantean Morena y sus cómplices: ofrecen la justicia que advendría, aunque no aclaran que será para ellos por medio de tener el timón y al timonel; en tanto la otra justicia, la que acarrea igualdad y seguridad, por medio de la democracia, se sume bajo el peso de un Gobierno fuerte democráticamente elegido.

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