¿Y ora cómo le hago?
Pues si lo que quieren es pleito, que me lo digan de frente a ver cómo nos arreglamos, porque eso de que se anden inventando nuevos modos de fastidiarme la cotidianidad y empinarme la existencia con sus ocurrencias, de plano ya me trae bien esponjada hasta la vesícula que me extirparon hace casi veinte años.
Si de por sí siempre me cayó bien gordo verme obligada a alimentar un tragamonedas por concepto de aparcamiento en las calles de la ciudad, y tener que hacerlo incluso en el frontispicio de mi propia casa, sobre el arroyo que me tocaba barrer y realizar composturas, debo admitir que ahora extraño aquellos armatostes devoradores de monedas, testigos, receptores y beneficiarios de la inadmisible arbitrariedad que me representaba el hecho de tener que tributar al erario por un motivo que nunca me quedó claro, ni me enteré a dónde iba a parar el contenido de dichas alcancías públicas.
Ya ni me pregunto qué fue de tan asoleados cachivaches, o qué haré con la tambocha de pesos que llegaron hasta a derrengarme el cenicero del auto, ni con la manía de seguirlos recolectando con tal de solventar el mañoso requerimiento porque ahora, producto de la iluminación de los avispados diseñadores de estrategias para seguirnos esquilmando hasta el último centavo, aunque sea con redondeos para causas tan nobles como hipotéticas, los aparatejos de antaño se volvieron obsoletos y han sido sustituidos por un ingenio tan moderno y sofisticado, como el operativo para dilucidar su funcionamiento echando mano de diversos recursos electrónicos.
No sé si los gestores de tan novedosa medida sepan, imaginen o hayan investigado la cantidad de prójimos que dejaron fuera del complicado procedimiento, sencillamente, porque desconocen cualquier experiencia cibernética y la lógica rupestre para desentrañar el asunto no les da para tanto.
Y si piensan que exagero, me gustaría que le preguntaran a Pancho, el fiel prestador de servicios que saca a nuestra familia de cualquier apuro electrodoméstico y de fontanería, si sabe lo que es un parquímetro virtual y qué debe hacer en lo sucesivo para estacionar su vetusto vehículo de trabajo sin riesgo de ser multado. O a don Miguel, el eficiente verdulero de la zona que hace repartos de mercancía por varios puntos de la ciudad, pero cuando apenas sabe medio leer, no imagina que ahora puede hacer más sencillo el pago de su derecho de aparcamiento a través del uso de la tecnología.
O, sin ir más lejos, cuestiónenme a mí, famosa y reconocida bestia adobada en operaciones cibernéticas, que ni siquiera dispongo de un teléfono inteligente, no tengo tarjeta de crédito, no cuento con la aplicación ni la mínima noción de cómo gestionar un app, no ato a enviar con solvencia un mensaje de texto para cargar al saldo de un celular que remotamente utilizo, ni ubico ninguna red de negocio denominada “Aquí hay lugar” para pagar en efectivo, pero sí me veo con relativa frecuencia en la eventualidad de desembolsar mis centavos, para cubrir el requerimiento de pagar por estacionarme junto a una banqueta. Lo peor es que, como nunca sé cuándo ni a qué horas me veré en la necesidad de rendir el citado tributo callejero, me siento y estoy bien frita.
Sólo deseo que a quienes han acatado la medida con puntualidad, les sean reintegrados los haberes invertidos por desconocimiento (como pagar ocho horas de un jalón) o que atinen con quién dirigirse para que se los regrese.