Y mientras tanto en China...
En Pekín se inaugura hoy el XX Congreso del Partido Comunista Chino, en donde dos mil 296 delegados decidirán seguramente la continuación del mandato de Xi Jinping al frente de China. Es un acto que parece lejano a nosotros, pero que influirá más de lo que creemos en el futuro. Xi tiene más de 10 años conduciendo de forma cada vez más vertical a la potencia asiática, enfocado a disputar el papel hegemónico de los norteamericanos en el mundo. Aprovechó la inversión de las empresas occidentales, adquirió tecnología, y al mismo tiempo, cohesionó a la sociedad china en torno a un Partido Comunista más comprometido ideológicamente, apuntalado por un sistema de seguridad interna implacable con cualquier disidencia.
Su objetivo principal ha sido devolver a China al lugar que cree que le corresponde, siguiendo la visión que se ve a sí misma como una cultura eterna, sin principio ni fin, que pugna por un equilibrio basado en la fuerza. Y seguramente inspirado en la sabiduría ancestral que manda que sólo debes dar las batallas que puedes ganar, hasta ahora lo ha hecho: en el ámbito interno ha formado un aparato tecnocrático fiel a su causa, que controla monolíticamente cada rincón de las decisiones políticas y económicas. En el ámbito externo se ha lanzado en una campaña para fortalecer la presencia china en el mundo. Su estrategia ha sido descrita por Henry Kissinger en su obra sobre China: no se trata de destruir a los adversarios, sino de vivir en un continuo conflicto que permita aprovechar sus debilidades coyunturales para demostrar superioridad. Eso es precisamente lo que trata de hacer Xi Jinping.
Fortalece el orden y la militarización, al grado que se reprime duramente cualquier crítica e imponiendo la disciplina a la juventud para evitar el caos, del que según su pensamiento, se ha apoderado de Occidente, pretende demostrar que es inviable la hegemonía única de las democracias liberales. En cambio, ofrece un orden rígido, con enorme disciplina, trabajo sistemático y sobre todo una obediencia política que permitiría a China convertirse en un centro de la civilización del futuro.
Las acciones de Xi Jinping han sido últimamente agresivas para Occidente: Impulsó un programa para desplegar sistemas de vigilancia a la población con cámaras de escaneo facial recogiendo grandes cantidades de datos sobre el comportamiento personal. Ordenó una campaña de internamiento masivo encarcelando a la minoría étnica uigur en la región noroccidental de Xinjiang. Y luego ordenó la represión en Hong Kong sofocando las protestas antigubernamentales e hizo huir a muchos miembros del sector financiero de la ciudad. Agudizó su retórica sobre Taiwán, sugiriendo que quería acelerar los esfuerzos para tomar el control de la isla, por la fuerza si fuera necesario.
Seguramente esta visión será la que remarque en sus mensajes, enfocado siempre a fortalecer el nacionalismo, presumir de resultados de las políticas de cero tolerancia y responder a los Estados Unidos. Va a responder porque la semana pasada, el Gobierno de Biden emitió regulaciones de exportación para evitar el desarrollo tecnológico que constituyen una verdadera declaración de guerra tecnológica encaminada a evitar que los avances lleguen a las armas del Ejército Chino.
Es probable que veamos una escalada verbal o incluso diplomática con China a unos días de las elecciones intermedias en Estados Unidos que ahora mismo están, de hecho, en conflicto abierto con Rusia y China. Y aunque son mas visibles las huellas de la guerra, las consecuencias de la disputa con China pueden ser enormes. Las decisiones de estas pugnas ya nos afectan a todos en el mundo y las naciones que no son protagonistas directas, poco pueden hacer al respecto.
La confrontación también es una disputa de sistemas: los chinos temen que las empresas extranjeras manejen la información de sus compatriotas y por eso las restringen, expulsan o regulan con dureza. Lo mismo piensan los norteamericanos de las empresas chinas que operan en Occidente como Huawei Technologies que fue señalada de espiar secretos militares por medio de sistemas de telefonía. Además, China desarrolla su propia red de pagos y poniendo en marcha una moneda digital respaldada por el Gobierno, para evitar el uso del dólar estadounidense y eludir el sistema financiero mundial liderado por Estados Unidos.
La confrontación es muy seria y tendrá muchas más consecuencias que nos afectarán en el futuro. De la forma cómo se conduzca este conflicto dependerán muchas de las decisiones políticas y económicas en marcha aquí y en el mundo. Así que mientras hay una guerra que puede reconfigurar el poder en Europa, también hay un conflicto que transformará globalmente la economía, la política y la cultura. Parece que vivimos al borde de un punto de quiebre o una bienvenida al futuro.