Ideas

Y la tierra volverá a florecer

En el mundo hay más de doce millones de contagiados por coronavirus y han fallecido más de medio millón de personas que no se pudieron despedir por estar aisladas o inconscientes.

Conocí algunos que supieron despedirse de quien correspondía, como a otros que no lo quisieron hacer o no lo pudieron hacer. Estas ideas me vinieron mientras oía La canción de la Tierra (Das Lied von der Erde) de Mahler, una obra que conmueve si nos imaginamos que esa fue la manera del compositor para desahogarse: sabía que podía morir en cualquier momento y seguía en duelo por la muerte de su hija María. Entonces, buscó unos poemas de los chinos Mong Kao-Yen y Wang Wei, les puso música y les dio un cierto toque oriental para lograr un cierto misterio.

Mahler es un genio de la melancolía, tal como lo expresa en la sexta de las canciones: El adiós (Abschied) como ahora lo escuché en la voz de Anna Larssen y con esa música, esa letra y unos muy oportunos silencios.

El sol desaparece tras las montañas y en los valles cae la tarde con sus frescas sombras. ¡Miren, cómo flota la luna, como un barco de plata en el mar azul del cielo! ¡Siento el soplo de la brisa detrás de esos pinos sombríos!

Mahler se basó en esos poemas y decidió que fueran cantados por una contralto, con esa voz poco más gruesa que la mezzo, para que su narración pudiese tener, tal vez, una mayor profundidad cuando narra que se pone el sol detrás de las montañas y escuchamos el canto del arroyo a esa hora cuando las flores palidecen y la tierra respira en silencio: todo duerme y los deseos flotan entre los sueños de los hombres cansados que regresan a sus casas cantando algunos recuerdos de su juventud, mientras los pájaros se acurrucan en sus ramas.

¿Dónde estás? ¡Me dejas tanto tiempo solo! Vago de un lado al otro con mi laúd, por estos caminos de tierna hierba. ¡Oh, qué belleza es el mundo ebrio de amor y vida!

Avanza la noche y hace frío. De pronto, se encuentra con su amigo, se baja del caballo y brinda con él antes de despedirse sin saber a dónde va, ni por qué tiene que ser así. 

Así encontró la manera de despedirse y cuando brindan, se anima un poco y le confiesa que la fortuna no le ha sido favorable... y por eso vaga solitario en busca de paz. 

Como esos animales de la naturaleza que regresan a morir a su tierra natal, así él, después de un silencio y poco antes que la orquesta marque un ritmo como el fuerte golpeteo de su corazón, se da cuenta que ha llegado a su terruño.

¡De nuevo la tierra amada florece y reverdece por todas partes! ¡Por todas partes brillan luces azules en el horizonte! Eternamente... eternamente... eternamente... eternamente.

Y la voz de la contralto se va apagando junto con la orquesta mientras repite una y otra vez Ewig... Ewig... Ewig... y así termina. Lo demás es silencio.

Sabía que después que se haya ido todo volverá a renacer y la tierra volverá a llenarse de flores, la hierba olerá a tierra mojada, y los niños volverán a jugar, correr de un lado para el otro sin que les importe otra cosa que el presente.

La versión que escuché estuvo dirigida por Fabio Luisi, una obra  que se cierra a sí misma aparentemente en un círculo perfecto, con dos que tres momentos de alegría como cuando se baja del caballo y brinda con su amigo antes de despedirse y cuando sabe que todo en la tierra reverdece y las flores volverán a crecer.

¡Por todas partes y eternamente brillarán luces azules en el horizonte! Eternamente... eternamente... eternamente...

Y de esta manera, la contralto baja poco a poco el tono de voz hasta que sólo mueve los labios y creemos que repite: “Ewig... Ewig...”

(malba99@yahoo.com)

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