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Y la bomba San Juan de Dios tronó…

Como una prueba más de la falta de cultura gubernamental de mantenimiento de las obras y la infraestructura de la ciudad, ayer se incendió el icónico Mercado Libertad, mejor conocido como el Mercado de San Juan de Dios, por enclavarse en la populosa colonia y erguirse al lado de la parroquia del mismo nombre. 

Las llamas que empezaron a consumir más de 300 locales de este histórico edificio declarado Patrimonio Artístico de la Nación en 2004, volvieron a poner en evidencia la nociva inercia de la clase gubernamental de construir obras sin destinar en los presupuestos lo necesario para darles mantenimiento.

Si a esa falta de visión estratégica para preservar funcional la ciudad y evitar catástrofes, sumamos la creciente corrupción en el manejo de los locales de estos mercados y la impunidad en la que por años se han ido sobreexplotando sus espacios, la tragedia tenía que sobrevenir tarde o temprano.

El caso más reciente de la mala gestión de estos centros de abasto popular a cargo de los Ayuntamientos fue el del Mercado Corona, ubicado a dos cuadras de la presidencia municipal de Guadalajara y que se convirtió en cenizas por un incendio que se registró el 5 de mayo de 2014. La promesa fue que se aprovecharía la conflagración para convertirlo en un mercado moderno que embelleciera el centro tapatío y fuera un ejemplo de un nuevo modelo de operación. Lo cierto es que hoy ese nuevo mercado está más cerca de los viejos vicios en su manejo y lejos de ser lo que se prometió. 

En el caso del Mercado San Juan de Dios, por incidentes anteriores que se vinieron dando en las últimas tres décadas de sus 64 años de historia, muchas voces expertas, incluida la de su creador Alejandro Zohn, advertían que las características de la construcción de este espacio abierto a fines de 1958 no soportaría la sobreposición de más locales que se le fueron sumando al mercado.

A la original idea de la venta de artesanías, comida, dulces y juguetes típicos, sombreros charros, artículos de piel, hierbas medicinales, pájaros, frutas, verduras, pollo, pescado y carne, se fueron añadiendo pisos y degenerando para vender productos piratas, como CD´s, memorias, ropa, tenis y hasta artículos de dudosa procedencia como joyas, relojes, electrodomésticos, armas y drogas, lo que sobrecargaba las instalaciones de gas y eléctricas, y provocaba un sobrepeso no calculado en la estructura original.

Era, pues, una bomba de tiempo que ayer estalló por fortuna sin muertes que lamentar. Desde luego, el siniestro detonó también toda una serie de especulaciones de que pudo tratarse de un incendio provocado para satisfacer intereses inmobiliarios, que las autoridades municipales deben disipar con un buen trato a los locatarios afectados y sobre todo con un proceso transparente para la reconstrucción de este símbolo de la cultura tapatía.

jbarrera4r@gmail.com

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