Vuelta al affaire Chapultepec
Un parque de 800 hectáreas no es cosa menor. Es a lo que aspira el reciente “proyecto” planteado para el bosque sagrado de México. Existe, desde hace más de quince años, un planteamiento sobre el mismo tema, llevado adelante por un amplio equipo. Fue varias veces publicado y explicado, una de esas veces en una edición masiva llamada Atlas de proyectos para la ciudad de México (2012). De allí parecen haber sido fusiladas múltiples ideas. Pero mal.
Para empezar se sabe bien que quien mucho abarca poco aprieta. La designación del artista conceptual Gabriel Orozco como cabeza única de las acciones parece un grave error. Nadie duda de las capacidades artísticas del señor, pero para encarar unipersonalmente este reto se incurre en lo pretensioso forrado de arrogancia. Se necesita un equipo muy completo y experimentado en distintas disciplinas que sepa recoger al derecho las múltiples iniciativas planteadas a través de los pasados años. Además no se trata de ver qué se hace con 800 hectáreas de bosque, se trata además de plantear y resolver los efectos del bosque sobre millones de habitantes de la capital. Así, se observa actualmente, sin orden y concierto, el fusilamiento de medidas sueltas planteadas anteriormente de manera integral y orgánica.
Es el caso de los puentes para salvar el periférico, cuyo anteproyecto está a cargo de un arquitecto recién llegado al tema. No mucho más. No existe la menor idea de cómo integrar las extensas instalaciones militares, qué hacer realmente con el panteón de Dolores, cómo utilizar realmente la sección (cuarta) del área planeada, cómo integrar eficazmente Los Pinos, cómo establecer un transporte interno adecuado. Etcétera.
Acciones más sencillas y de alto rendimiento social y urbanístico son inexplicablemente postergadas. Es el caso de la renovación y corrección de la avenida Constituyentes a lo largo de varios kilómetros y que impactaría y favorecería directamente a una población de más de 600 mil habitantes de las inmediaciones. Es algo relativamente sencillo y de repercusiones insospechadas, al dar acceso directo a esa población que actualmente está marginada del uso del bosque.
Al final, es algo positivo que se saqueen, hasta sin dar el menor crédito, a quienes desde hace años han trabajado en el bosque. Pero por lo menos que se saquee bien. La soberbia unida a la improvisación es una mezcla explosiva que, además de revertirse contra los “protagonistas” de los actuales intentos, dañará a la ciudad. Con recursos tirados a la basura, con desgaste de unas ideas que estaban bien meditadas y que ahora caerán en el descrédito, con expectativas frustradas.
Seamos serios con el bosque de Chapultepec. Es un asunto demasiado importante para ser dejado en manos de aficionados de ocasión. No es posible que más voces no se eleven pidiendo profesionalismo y conocimientos para enfrentar el encargo. Quizá el silencio del gremio proviene al miedo de represalias, a irresponsable indiferencia, a simple abulia.
El bosque de Chapultepec es el representante y la insignia de todos los bosques mexicanos. Es imposible no preocuparse por él, permanecer callados, como los borregos.
jpalomar@informador.com.mx