Ideas

Votar sin miedo, para variar

Desde que tengo uso de razón política más lo que he leído, en México, muchas personas votan por miedo. Sí, yo lo hice alguna vez también. No estamos exentos ni es un asunto para juzgar pero sí para corregir.

Para no irme muy atrás en el pasado, sí podría decir que el voto de miedo más claro y contundente que se ha registrado en los últimos tiempos fue el de la elección de 1994. Muchos la tendrán en la memoria. Vivíamos una de las peores crisis políticas de la historia y, aunque no lo sabíamos, se avecinaba una económica descomunal para la que nos cegaron muy apropiadamente con todo el cuento del Tratado de Libre Comercio y el anhelado acceso al primer mundo. Ahora sabemos que nos pintaron las cosas como eran y sí, hay consecuencias nefastas que persisten. Recuerdo muy bien aquella polémica y las discusiones acaloradas en reuniones familiares y cafés sobre la reelección o no de Carlos Salinas de Gortari, hoy por hoy nuestro villano favorito.

En enero de 1994, cuando empezaba el año en el que habría elecciones, entró en vigor el TLC, apareció en el escenario el EZLN y los feroces y hoy sé que ciertos cuestionamientos al neoliberalismo y el capitalismo rampante. Unos ocho meses antes (el dato cuenta porque todo se acumuló), había sido asesinado en el aeropuerto de Guadalajara el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo y en marzo de 1994 sucedieron varias cosas: el registro y toma de protesta de Luis Donaldo Colosio como candidato del PRI a la Presidencia de la República y la pronunciación del famoso discurso del 6 de marzo; el 14 de marzo —no me acordaba— el vecino del Norte, sí, el gobierno de Estados Unidos para ser precisa, empezaba los trabajos para levantar un muro de acero en la frontera y gobernadores de la unión americana fraguaban una campaña anti-inmigrante. Hasta aquí, la agenda política y mediática prácticamente estuvo concentrada en la resolución del conflicto chiapaneco, pero las cosas todavía se pusieron peor el 23 de marzo cuando fue asesinado Colosio en Baja California.

A partir de aquí no cesó el miedo y el sistema político mexicano lo supo capitalizar muy bien. Asociadas a la situación imperante, se tomaron decisiones que afectaron la estabilidad nacional como la salida del país de millones y millones de dólares en esa práctica perversa que se conoce como fuga de capitales; mientras el narcotráfico se fortalecía: el 11 de junio de ese año estalló un coche-bomba afuera del Camino Real aquí en Guadalajara y el gobierno informó que fue por la guerra entre bandas.

Secuestros de empresarios, las reacciones relacionadas con el asesinato del cardenal Posadas, la información de que había grupos armados prácticamente en todas las zonas indígenas de México.

Nos condujeron a pensar que no podíamos perder lo que teníamos, no sé exactamente qué, pero esa era la idea, que en masa pensáramos que no podíamos estar peor y que era mejor malo conocido que bueno por conocer ¿cuántas veces hemos pensado eso? ¿Cuántas veces hemos votado por miedo?

Creo que si en esta elección votamos sin miedo las cosas serán verdaderamente diferentes, porque en las anteriores, en donde el miedo ha sido factor de decisión, no nos ha ido nada bien.

Sembrar miedo es un arma política de uso frecuente entre la clase política, no exclusivamente mexicana, pero vaya que la sabe usar, no es para que sirva de consuelo.

Hay estudios sobre esto, no son figuraciones mías. Es un recurso propio de gobiernos autoritarios y es lo que tenemos hoy en día, un gobierno autoritario con sus redes y extensiones que no duda en tergiversar y manipular para sembrar miedo convenientemente, ya sea para votar por el candidato del sistema o para no acudir a las urnas lo cual igual es conveniente porque con el voto duro le alcanza.

Este texto de José Guillermo Fouce (http://blogs.publico.es/dominiopublico/4529/el-miedo-como-arma-politica/) que encontré en la red, no tiene desperdicio: “En los últimos años, la crisis económica ha ayudado a los asustadores profesionales a amedrentarnos hasta la parálisis, infundiendo un temor abstracto a los otros, a los extranjeros, al gasto público, al terrorismo, a la inseguridad. Naomi Klein nos recuerda en La doctrina del shock que, para los pensadores neoliberales, toda crisis (real o percibida) es una oportunidad para aplicar sus políticas de ajuste. Paralizados por nuestras pesadillas, damos por bueno lo que en otras circunstancias nos resultaría inaceptable […] los gobernantes actuales nos aconsejan sumisión” y “nos quieren divididos”. Vamos a votar sin miedo esta vez, para variar.

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