Vivir en paz
Hace unos días, en una de las tantas manifestaciones convocadas por organizaciones feministas para protestar en contra de la violencia y la inseguridad públicas, un grupo llevaba una manta con las palabras “Queremos paz”, dos vocablos que resumen el deseo de quienes vivimos en sociedad; porque, ¿cuál podría ser la máxima aspiración del ser humano, sino vivir en paz?
La paz es un valor. Los valores son los principios, creencias, ideales o modelos a los que se ciñe una persona o una comunidad y determinan su conducta. Los hay éticos, morales, cívicos, culturales, familiares e, incluso, regionales. En nuestras clases de la materia “Introducción al Estudio de la Filosofía”, aprendimos, siguiendo a Husserl que, dentro del cuadro axiológico, la paz tiene un lugar relevante. Es, junto con el orden, la cooperación, solidaridad, colaboración y seguridad, uno de los más importantes; podríamos agregar, para facilitar su comprensión, la justicia, la libertad, la honestidad, la lealtad, la gratitud y el amor, entre otros. Paradójicamente, algunos autores definen la paz como la ausencia de guerra. Sin embargo, la paz no es un accidente o algo que se adquiere en el supermercado, y son las autoridades políticas, religiosas y de las instituciones intermedias (familia, organismos empresariales, sindicatos, universidades, escuelas, etc.), las mayormente responsables de lograr esta condición.
Cuando las mujeres manifestantes expresaban su voluntad de “vivir en paz”, obviamente se referían a ese derecho de vivir en armonía, estabilidad, tranquilidad, plenitud y certidumbre. Para ello, debemos aceptar que vivir en paz implica la sensación de bienestar en dos escenarios: uno superior, que tiene que ver con la sociedad y nos involucra a todos, y otro personal, privado, íntimo. Así podemos hablar de paz social y paz interior. La primera es consecuencia de la justicia social: se debe a la equitativa redistribución de la riqueza, producto del trabajo de todos, a la certeza de que las autoridades cumplen con su responsabilidad y a que reinan la justicia y la legalidad. La otra, la individual, se da cuando hemos satisfecho nuestras necesidades básicas, incluidas las existenciales. Tú logras estar en paz contigo mismo cuando tienes la capacidad de establecer una conexión armoniosa entre ambas realidades. La meditación, de la mano con el autoconocimiento, es una herramienta valiosa para lograrlo.
Una sociedad tan llena de contrastes como la nuestra, tanto en términos de género como económicos, culturales, étnicos, religiosos y geográficos, en la que prevalecen el egoísmo, la envidia, el resentimiento y los celos, es caldo de cultivo para todo tipo de violencias. Prender la mecha de los rencores acumulados por siglos, como lo hace el Presidente, y atizar el fuego, como lo hacen algunos grupos opositores y detractores de él, pone en riesgo nuestra paz, cuyo camino ha sido difícil y azaroso. Construir la paz reclama una enorme capacidad de sacrificio y tolerancia. Debemos elevar nuestro nivel de conciencia personal y colectivo para llegar, con prudencia y amor, al día de abrazarnos desde la paz de nuestros corazones.
Eugenio Ruiz Orozco
eugeruo@hotmail.com