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Vivat Regina!

Por estos infelices días tan llenos de desgracias y desdichas, una gran celebración es una llamita de luz en el panorama internacional: el Jubileo de Platino en Gran Bretaña por los 70 años de reinado de Isabel II, que gracias a los medios de comunicación se pueden ver en todo el mundo y a cualquier hora. Y que valen mucho la pena y quizá nos levanten el ánimo, pese a todo. En su breve mensaje en vísperas de las celebraciones, la reina evocó los triunfos, fracasos, logros y pérdidas de su largo reinado, y terminó afirmando que “vemos el futuro con confianza y entusiasmo”.

Cuando nació en 1926, nada podía hacer creer que la niña bautizada como Isabel Alejandra María, hija de un príncipe segundón, llegaría al trono de la Gran Bretaña. Reinaba entonces su abuelo Jorge V, y el heredero de la corona era su tío, que reinaría fugazmente en 1936 como Eduardo VIII y abdicó a finales de ese mismo año. A partir de entonces, con su padre convertido en el rey Jorge VI, comenzó la formación de Isabel como heredera al trono británico.

Fueron años difíciles, de una paz cada vez más precaria y luego una terrible y larga guerra que impuso sufrimientos sin fin a buena parte del mundo. A diferencia de otras casas reales de Europa, que buscaron refugio en países lejanos (o de plano desaparecieron), la familia real británica permaneció, firme y solidaria, en el Londres bombardeado por Hitler: un recuerdo imborrable y agradecido entre quienes vivieron esos episodios. La adolescente Isabel se incorporó al ejército territorial trabajando en los talleres mecánicos de las fuerzas armadas.

En 1947 Isabel se casó con su pariente Felipe Mountbatten, quien había sido oficial de la marina británica durante la guerra; su primer hijo y heredero, Carlos, nació en 1948, y en 1950 nació la princesa Ana. La muerte repentina de Jorge VI en febrero de 1952 (Isabel y su marido estaban de viaje en Kenia) precipitó la sucesión. La nueva monarca tenía apenas 25 años, y en su país todavía eran patentes las secuelas de la guerra, había racionamiento de comida y otros bienes, continuaba la reconstrucción paulatina de ciudades y edificios y el Imperio británico se encaminaba a la desaparición.

Todavía nadie había oído hablar de Kennedy, Castro, Jruchov (ni de los Beatles o las minifaldas), y nada anunciaba aún crisis como las de Suez o Cuba. A lo largo de siete décadas, los cambios en el país y el mundo han sido el gran desafío de una reina que tomó las riendas de una potencia que buscaba su lugar en el nuevo orden mundial.

Isabel II ha sido una gobernante ejemplar en muchos sentidos. Ha ocupado con disciplina, tino y enorme inteligencia el difícil puesto que le corresponde dentro del complicadísimo entramado de la Constitución (no escrita) de Gran Bretaña. A lo largo de sus siete décadas de servicio a su nación, catorce primeros ministros han podido contar con la discreta guía y el sabio consejo de una de las personas más informadas y sensatas del mundo.

Vale mucho la pena asomarse a Youtube y a los periódicos, donde hay centenares de videos y fotografías de todas las festividades que, con su solemnidad y su impecable orden, pero también con la proverbial excentricidad británica, alegran cuando menos un rincón del mundo por estos días aciagos.

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