Víctimas inocentes
¿Alguien recuerda la última vez que una estadística internacional midió el índice de satisfacción o bienestar de las niñas, niños y adolescentes y que el resultado se convirtiera en tendencia? Pareciera que no es importante o simplemente no tenemos una métrica que responda a una estrategia para lograrlo. Sin embargo, continuamente se actualizan los datos de cómo los menores son víctimas de algún tipo de violencia o de varias.
La semana pasada, en el marco del Día Internacional de la Niña que se conmemora el 11 de octubre, la UNICEF informó que 370 millones de niñas y mujeres han sufrido abuso sexual antes de cumplir los 18 años, es decir, una de cada ocho ha sido víctima de una agresión. Peor aún, si se consideran otros tipos de violencia sin contacto físico como la exposición a la pornografía o las palabras obscenas, la cifra se eleva hasta 650 millones de víctimas. Es inconcebible. Y en el caso de los varones los números no están muy lejos: uno de cada 11 niños y adolescentes ha sufrido abuso sexual en la infancia, esto significa entre 240 y 310 millones de casos. Si se considera que hay abuso sexual sin contacto físico la cifra se eleva entre los 410 y los 530 millones. Así de lamentable.
Los datos que arroja la UNICEF hacen un análisis de casos registrados entre 2010 y 2022 en 120 países y dividió la incidencia por regiones, poniendo particular énfasis en las regiones vulnerables por conflictos armados o desplazamientos civiles. América Latina registra más 45 millones de incidencias, lo que representa el 18% del total de víctimas.
¿Qué le pasa a las sociedades? ¿Qué le pasa a las autoridades? ¿Qué le pasa a esos adultos que deberían proteger a los niños? En realidad, la respuesta está en el alto porcentaje de impunidad, sean menores o no las víctimas. En México se reportan 90 agresiones sexuales cada día, aproximadamente cuatro cada hora; sin embargo, el 91% de los casos denunciados quedan impunes. El mismo síntoma que registra el feminicidio en este país.
El abuso sexual es un problema social y de salud pública pues cada agresión tiene consecuencias en las víctimas, algunas requieren de atención médica inmediata, otras de atención psicológica, los casos más severos derivan en depresión e incluso suicidio, los menos afortunados pierden la vida a manos de sus agresores; lamentablemente, en la mayoría de los casos, éstos pertenecen al entrono seguro de los niños o es un conocido en el cual confían o es una figura de autoridad, lo que hace aún más difícil de identificar o denunciar el abuso.
El organismo internacional que vela por los derechos de la infancia insta a los países a replantear las normas sociales y culturales que permiten que la violencia sexual genere víctimas silenciosas, que son disuadidas para no denunciar; así como reforzar las leyes y disposiciones legales para proteger a las y los menores de todas las formas de violencia sexual. Pero una invitación no es una exigencia.
En conjunto con la Organización Mundial de la Salud, la UNICEF tiene en puerta la “Primera conferencia ministerial mundial para poner fin a la violencia contra niños, niñas y adolescentes” en Colombia, la iniciativa pondrá el dedo en la llaga de un problema mundial que ha lacerado por décadas a la infancia sin que parezca importar lo suficiente como para crear una cruzada como existe contra la delincuencia organizada y cada agresor sexual es un delincuente.
En cada uno de nosotros, padres o tutores, está la tarea de proteger la integridad de nuestros niños, fomentar en ellos una autoestima fuerte, con la confianza suficiente para hablar sin miedo; sin embargo, no podemos vigilarlos cada minuto del día. Ojalá pudiéramos.
Si el abuso sexual contabiliza hasta mil millones de víctimas en el mundo en un margen de 12 años estamos quizá frente a la peor pandemia en el mundo, con todas sus consecuencias y ningún país la está observando con la urgencia que corresponde. ¿Cuántas víctimas faltan para empezar a actuar?