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Vecinos del mal...

No es un mito ni un atrevimiento: los hechos de inseguridad que ocurren a diario nos demuestran que en México, y en Jalisco, el cáncer de la delincuencia está incrustado en todos los espacios; en cada rincón. Y lo peor es que salir de esa espiral de violencia es mucho más complicado de lo que se nos ofrece como discurso de cambio en las campañas políticas de cada tres años.

De poco importa si eres un ex gobernador, un empresario poderoso, un agente de Policía o un ciudadano de a pie: todos corremos riesgo. Y esa tampoco es una aseveración atrevida; es una realidad estadísticamente medida por instituciones de alta credibilidad, las cuales nos confirman que los jaliscienses, particularmente quienes vivimos en el Área Metropolitana de Guadalajara, no percibimos seguridad.
Tampoco es algo fortuito. El ex gobernador de Jalisco, Aristóteles Sandoval, fue asesinado en diciembre y, cuatro meses después, la Fiscalía del Estado no ha dado con los autores materiales. Y hablamos de un ex gobernador. ¿El colmo, no?
Pues no. Dos meses después ocurrió una masacre en la Colonia La Jauja (Tonalá) que cobró la vida de 11 trabajadores de la construcción, y salvo uno de quienes acribillaron a esas personas, hoy el resto se pasea con libertad. ¿Ahora sí ya vimos todo, cierto? Otra vez: no.

Semanas después, un cadáver fue abandonado en la plaza principal de San Pedro Tlaquepaque; un espacio que, además, las autoridades nos venden como un Pueblo Mágico que es digno de ser visitado. Pues bien: el cuerpo permaneció horas sentado en una banca, a la vista de todos quienes pasaban por ahí, y al final resultó ser el de un jefe del crimen organizado que capturaron y asesinaron miembros de un grupo rival. No las autoridades, un grupo rival.

En Jalisco la cosa es así: cuando crees que el colmo ha llegado, la realidad golpea en la cara y ocurre un nuevo evento que escapa del entendimiento, que sale de toda lógica.

¿O cómo nos explicamos entonces que, en la Colonia Chapalita, uno de los espacios con mayor coordinación y cooperación intravecinal con las autoridades de la metrópoli, se detectaran tres casas de tortura? En un evento circunstancial (un reporte anónimo), oficiales de la Policía de Guadalajara desentramaron lo que, rato después, se confirmaría como una “muy importante célula del crimen” que operaba en la metrópoli.

Allí: en plena Colonia Chapalita. Un lugar que, campaña tras campaña, es visitado por candidatos que ofrecen a los habitantes las bondades de su infinita labia.
Allí: en uno de los espacios modelo en cuanto a colaboración barrial respecta. Porque no podemos olvidar que los mismos colonos mantienen orden de su suministro de agua, de su recolección de basura y hasta han comprado y donado patrullas a las autoridades, específicamente para que patrullen y vigilen esa zona.
En esta ocasión, el colmo ha viajado de las casas de tortura en Tlajomulco, Tala o El Salto, a uno de los puntos de mayor plusvalía en la ciudad. Porque en Chapalita, un grupo armado —tenía 32 armas de fuego y chalecos antibalas— se instaló y torturó con sopletes a siete personas que mantenía privadas de su libertad. Una de ellas no resistió y murió.

Fueron 33 detenidos, entre quienes había dos mujeres menores de edad, y una de ellas falleció en la balacera que se desató después de que los policías tapatíos atendieron al reporte anónimo que advertía de actividades sospechosas. Pero, según el fiscal del Estado, Gerardo Octavio Solís, las personas privadas de su libertad tenían al menos siete días allí.

¿Sabes quién vive al lado de tu casa? ¿A qué se dedica? ¿Le confiarías las llaves de tu casa para que pueda ayudarte a resolver cualquier eventualidad en caso de que estés ausente? Son preguntas cada vez más difíciles de responder, ante una condición surreal que día con día demuestra que no hay espacio en la ciudad imposible de ser ocupado por los vecinos del mal.

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