Vámonos, que ya nos vieron
Se acabó lo que se daba, dice la canción. Cuando usted lea estas líneas en el diario del domingo, estimado lector, habrá comenzado ya la última jornada de actividades de la FIL 2017. Las luces están por apagarse y apenas quedan unas horas para recorrer los pasillos, hacerse de algunos títulos anhelados o asomarse a la mesa de algún autor preferido.
Vale la pena ensayar un corte de caja antes de bajar la cortina. El programa madrileño, para empezar, resultó bastante bueno, lo mismo que la presencia de esos invitados a los que podríamos llamar “estelares”, entre homenajeados, premiados y fuera de serie: Carrère, Auster, Savater, Muriel Barbery, Azar Nafisi, la gran Nona Fernández, Alberto Ruy Sánchez, el editor Juan Casamayor y varios más. Los eventos musicales repletaron el auditorio de la vieja explanada como en sus mejores tiempos. El abarrotamiento de los pasillos de la Expo (el viernes, durante la venta nocturna, transitar entre el área internacional y los salones de la planta baja era, básicamente, un ejercicio de rugby) hace suponer que las cifras de asistencia fueron notables.
La oferta de la feria es tan diversa que nos da permiso de mirar con escepticismo a los esnobs que pretenden hacernos creer que allí no van a encontrar nada (claro, estos sabios ya han leído y descartado el millón de títulos en exhibición y no se impresionan ante uno solo de los 750 autores presentes). El programa, sin embargo, siempre puede mejorar, porque no depende solo de la planeación central, sino de lo que apoyen editoriales, embajadas, etcétera. Y este año se hizo evidente que algunas instituciones gubernamentales y académicas rompieron el cochinito y se gastaron un dineral en alquilar salones en horarios estelares para presentar libros de interés, cuando menos, minoritario… Portugal será el invitado del 2018, así que hay material de sobra para esperar un programa estupendo. Ojalá sea así.