Valores democráticos
La libertad de expresión es un valor democrático; el derecho a estar de acuerdo o a disentir; el derecho de réplica, la rendición de cuentas... son valores democráticos. No está escrito así que yo sepa, pero escuchar, considerar las opiniones de los demás, sobre todo si son críticas, rectificar si hace falta, ser humilde, son conductas que dejan en evidencia un comportamiento democrático.
Incluir antes de excluir; ser consecuente con el cargo de poder del que se es responsable gracias al mandato popular, corregir cuando sea necesario, respetar a las instituciones creadas por el Estado y la sociedad y reconocer diferencias sin descalificar, son valores y conductas democráticas. Entre muchas más enfocadas en considerar a los que se debe el honor y el privilegio de servir, a la gente, electores o no, al pueblo que es su razón de ser; madurar.
Lo contrario a esto que describo es autoritario y practicarlo así con las tergiversaciones pertinentes y oportunas, se ha convertido en un arma política y de manipulación de masas, no exactamente a través de los medios de comunicación a los que se ataca de manera persistente y sistemática, sino de las redes sociales que se han convertido en los medios de comunicación directa entre gobernantes y gobernados.
No soy yo quien va a decir que el uso de redes sociales para comunicar de parte de los funcionarios sea un error, no está mal; el problema es que se desdeña y/o descalifica cualquier otro medio, cualquier otra forma de comunicación cuando es adversa o distinta al discurso oficial y esta postura, que lamentablemente cunde en Jalisco, México y el mundo, es todo menos democrática.
Además, ignorantes del ejercicio periodístico, de la ética periodística, de las características de los mensajes, del ciclo de la comunicación, de toda la formación, práctica y experiencia de la profesión, simplemente hablan o escriben, sin considerar a los diversos públicos y sin que les importe demasiado si se apegan a la verdad o no, que es la esencia del periodismo; y lo que están generando es división, sí, esos, a los que les correspondería unir y convocar a todos sin distinciones de ningún tipo en un pleno ejercicio democrático del poder.
No es nuevo ni es exclusivo de Jalisco, pero el nivel de encono y virulencia de Enrique Alfaro contra los medios de comunicación, todos los que son críticos de su ejercicio como gobernador, de sus decisiones y omisiones equivocadas, de las deficiencias e insuficiencias, de los malos elementos en su equipo, está alcanzando niveles verdaderamente preocupantes porque lejos de avanzar en su responsabilidad de gobernar, de ejercer con tino y visión nuestros impuestos y trabajar para abatir los rezagos añejos en diversas materias: seguridad, salud, infraestructura, actividades productivas, agenda de género y muchas otras, como la restitución urgente del tejido social, está varado en las arenas movedizas de la confrontación, la descalificación, las rupturas, los desencuentros, las generalizaciones, el desdén y, por encima de todo, de la soberbia.
Un ejemplo de cómo fue y de cómo pudo haber sido (por cierto, una oportunidad total y absolutamente desperdiciada que podría haberle reportado un depósito fuerte en su cuenta de capital político): Enrique Alfaro optó por el rechazo iracundo a la Comisión Estatal de Derechos Humanos a propósito de la macrorrecomendación por la contaminación del Río Santiago. “No necesito recomendaciones”, dijo, cuando ni siquiera se le estaban planteando a él, sino que se retomaban a partir de información que se ocultó por 10 años y de manifestaciones de activistas afectados en sus vidas y su salud por este problema gravísimo. Enrique Alfaro pudo haberse subido al carro de las críticas, justificadísimas, además, a la administración de Emilio González Márquez y cerrar filas junto con la sociedad y la CEDHJ; pudo haber dicho: sí, vamos a considerar las novedades que arrojó el estudio, entendemos por lo que pasa la gente y nos abocamos a ello, desde el primer día estamos trabajando, atenderemos también a los expertos de la CEDHJ y a otros para afinar las estrategias... ¿qué le costaba? Nada. ¿Qué hubiera ganado? Todo.
Enrique Alfaro no es un ejemplo de gobernante democrático y no creo que su carrera política continúe después de la gubernatura dadas las muestras constantes de inmadurez que nos receta; se la está acabando poco a poco, él mismo, sin ayuda de nadie, bueno, quizá entre sus colaboradores sí tenga varios ayudantes para eso. Pelearse con los medios y los periodistas, con la Comisión de Derechos Humanos, con el Gobierno federal, con los ejidatarios con los que compartió causa (los del aeropuerto) y con cuanto crítico de su gobierno, especialmente si tiene razón, no es la base de una administración que vaya a pasar a la historia por buena y eficiente. Si sigue así, al final del ciclo, nada contará más que su desdén a los valores democráticos.
(lauracastro05@gmail.com)