Ideas

¿Vale como propósito?

“Nos vemos ocho, ocho y media, ¿te parece bien?”, dijo mi eventual interlocutora, extrañada de que no le hubiera yo entendido la instrucción con la claridad que la expuso, y hasta repitió que si estaba bien reunirnos a desayunar “a las ocho, ocho y media”, para reafirmar que me había quedado clara la hora de la cita.

Ando sospechando que nací en el planeta equivocado o de plano he ido por la vida circulando en sentido contrario porque, en los muchos años que llevo haciéndolo, no obstante haberme aplicado con empeño a cumplir con mis deberes escolares, nunca adquirí la noción de que existieran tales y tan precisas conjunciones horarias. Y menos lo habría de entender a estas alturas, cuando quien propuso nuestro encuentro mañanero tuvo a bien disponer de 30 largos minutos para que éste hubiera lugar, y todavía le añadió otros 20 de su cosecha, para disponer así de los 50 minutos más ociosos, innecesarios y desbalagados de mi vida.

Muchos son mis defectos y unas cuantas mis virtudes pero, si aún en estos tiempos tan carentes compromiso y formalidad, la puntualidad es un mérito para subir al cielo, tengo la seguridad de que en el paraíso me están guardando un lugar en primera fila, pero a ver si no me lo esquilman por impaciente e intransigente con los ladrones del tiempo ajeno.

“Es que tú no eres puntual, mamá; estás enferma, relájate”, me dijo a la sazón mi permisiva hija quien, con aquella tolerancia que más bien me sonó a contubernio, osó ponerse del lado de la impuntual y a mí me situó en el sector de los intemperantes, cuando le relaté por teléfono el entripado matutino que había sufrido. O sea…, de manera que…, ora sí… nomás faltaba, repliqué ensayando mi gustado papel de ofendida.

Soy de la generación que en plena adolescencia fresa y almibarada leí, recomendé y hasta regalé ese edulcorante compendio de cursilerías llamado “El principito” y, aunque la memoria ya no me da para rescatar con exactitud su intrincado argumento, por el que desfilan aviadores, reyes necios, faroleros, niños güeritos y boas que comen elefantes, lo que se me quedó bien grabado fue aquello que dijo quién sabe quién, a quién sabe quién más, algo así como: “Si tú me dices que vienes a las ocho, desde las siete y treinta mi corazón te estará esperando”.

Francamente, ya no espero con el corazón, y posiblemente los brincos que eventualmente me reporta en un electrocardiograma no son más que espasmos en el hígado, provocados por quienes son incapaces de honrar un horario convenido y, además,  abusan sin vergüenza de mi tiempo, como si les perteneciera.

Y ya que hoy es el día cabalístico para imponerse propósitos que nos vuelvan más bellos, más sanos, más emprendedores y mejores seres humanos, ¿valdría considerar entre las buenas intenciones del año ejercitar la virtuosa encomienda de ser más puntuales? Ándenles, ¿sí? Estoy segura que seremos muchos los agradecidos. Para todos y todas, deseo que tengan puntualmente un feliz y venturoso 2018.

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