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Una velada memorable

En las grandes orquestas, desde sus orígenes, aplicaba a rajatabla el celebérrimo lema del Club de Tobi: “No se admiten mujeres”. Furtwangler, Toscanini, Celibidache, Karajan, etcétera, habrían visto pasar, excepcionalmente, a alguna mujer en los atriles frente a ellos. Fue en las últimas décadas del siglo pasado cuando se rompió, para bien, esa barrera. Actualmente aun los ensambles más tradicionalistas (la Filarmónica de Viena, por ejemplo) tienen, aunque aún sea minoritaria, presencia femenina.

En los pódium, por lo consiguiente. La Filarmónica de Jalisco tuvo dos veces como directora huésped y en tres temporadas de 2012 como directora artística a Alondra de la Parra, con excelentes resultados musicales y de público.

La Orquesta de Cámara Amadeus de la Radio Polaca se presentó el martes en el Teatro Degollado, en el marco del XXI Festival Cultural de Mayo, no con una: con dos directoras: Agnieszka Duczmal -su fundadora, por lo demás- y su hermana Anna Duczmal-Kros.

Reconocida internacionalmente por sus grabaciones  y su presencia asidua en las mejores salas de conciertos de Europa, la agrupación puso como tarjeta de presentación, con Agniesca a la batuta, una versión diáfana, exquisita, del Divertimento K. 138 de Mozart, y Las Cuatro Estaciones Porteñas, de Piazzola, con un Jaroslaw Zlmierczyk impecable en los solos de violín. Al ensamble -veinte músicos, cuatro mujeres entre ellos- se le notan las horas de trabajo y el amor a la música invertida en ellas. La directora transmite emoción, sí, pero principalmente disciplina: respeto escrupuloso por la partitura.

Anna, en la segunda parte, tuvo a su cargo el plato fuerte de la velada: el Cuarteto para Cuerdas No. 12. Op. 96 (“Americano”), de Dvorak, y Orawa, de Kilar. En el segundo movimiento del primero, sobre todo, Anna, sin incurrir en manierismos y vedetismos de algunas directoras (y directores, faltaba más…), no se limitó a dirigir: lo esculpió; lo bordó con los primores de un encaje de Brujas. En Orawa, la orquesta justificó plenamente los elogios que la crítica ha dedicado a su legato (la capacidad de ejecutar una extensa serie de notas diferentes, sin interrupción).

Las directoras se alternaron en los tres encores que obsequiaron al público: la obertura Guillermo Tell, de Rossini; la Danza Húngara No. 5, de Brahms, y un pizzicato que fue un portento de gracia y frescura; ¡para que luego digan que la música de concierto es aburrida!

Colofón: una velada memorable; sin desperdicio. 

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