Una fuga en los empaques y un muerto en el sistema
Que un gobierno quiera usar a sus fuerzas armadas para enfrentar a la población civil en su frontera es normal, pero que se le permita es una falla escabrosa del sistema, una fuga en los empaques democráticos.
Me regreso un poco para abundar en lo de la normalidad. Que un gobierno haga caso omiso de los ciudadanos es casi esperable. Que se conduzca con mecanismos autoritarios es atribuible a su naturaleza y a la razón del poder. Que se incline a operar con lógicas represivas y pragmáticas es la norma. Que no escuche, que busque su sobrevivencia electoral, que procure aniquilar a sus adversarios (metafóricamente o no metafóricamente), que intente la inmortalidad política y que ansíe ocultar la verdad de sus errores o trapacerías es no sólo normal, sino que es casi su tarea porque su naturaleza se lo exige. Tiene que usar el poder y ampliarlo, so pena de que se lo quiten. Esto es así en Jalisco, en Canadá, en la India, en Venezuela o en Suecia y ha sido así hoy, ayer, mañana y el siglo pasado. Es la lógica agandalladora del poder.
Pero entonces, ¿todos los gobiernos son iguales? No, claro está que no. Hay gobiernos mejores y peores. ¿Cuál es la diferencia? Los empaques en la tubería. La forma en la que se les aprieta, limita y conduce. Los límites. Unos gobiernos están más limitados que otros y eso, que suena a impedimento, es la garantía de libertad.
El gobierno de Francia no es bueno, pero tiene límites, mínimos y máximos, mucho más estrictos que el de Venezuela. Eso no guarda relación ni con la ideología de los gobernantes ni con la rectitud o gandallería de los ciudadanos. Los límites están relacionados con los mecanismos institucionales, legales y políticos para poner frenos. Los mecanismos de solución de conflictos, de legislación y de vigilancia no están sujetos al humor, la honestidad o el carisma del gobernante en turno. Esos mecanismos son los empaques.
Por eso es tan preocupante la desaparición de la CNDH en México. Su muerte se anunció con el torcido nombramiento de Rosario Piedra al frente de la institución, pero es ahora cuando caemos en la cuenta de que ya no está, como ese familiar al que comenzamos a entender muerto varios meses después de haber acudido a su funeral. Un día, cuando volteamos a su lugar en la mesa, ahora sí, comprendemos que de verdad ya no está.
Me sucede lo mismo con la CNDH. Volteo a su lugar en la mesa de la frontera y ya no está. Apenas comprendo que ya no está para garantizar protocolos, no está para recoger quejas, no está para observar el trato a periodistas en las estaciones de migración ni para registrar el maltrato a los migrantes. Ya no está. El gobierno tiene una fuga en los empaques democráticos y nosotros tenemos un muerto más.