Una deuda, un agiotista y un buen samaritano
Un lector me buscó tras la columna en donde advertí la urgencia de regular los préstamos abusivos de la banca y financieras que ahorcan al deudor con tasas de interés que alcanzan hasta el 150%.
Comparto su relato o, más bien, el de su vecino, porque nuestro lector sólo se comportó como un buen samaritano en esta historia.
José Juan trabaja en una ladrillera de Tlaquepaque que hace dos años cerró temporalmente debido a la pandemia. Un compañero de trabajo, al verlo sin dinero, le recomendó acudir al banco de cierto magnate azteca.
Un empleado del banco lo visitó en su domicilio para hacerle «un estudio socioeconómico» (en realidad auditó sus bienes embargables).
José Juan obtuvo su primer préstamo de 5 mil pesos con pagos semanales de 202 pesos durante año y medio (significa una tasa de 150% de interés al finalizar su deuda). Sólo tuvo que entregar la factura de su auto «modelo atrasado».
Seguía la pandemia. A la mitad del plazo para liquidar la deuda, ahora los del banco buscaron a José Juan para ofrecerle otros 10 mil pesos. Así obtuvo su segundo crédito. José Juan firmó ahora con pagos de 232 pesos semanales por 18 meses (con una tasa de interés del 60%).
Ocurrió un imprevisto: el hijo de José Juan enfermó. De forma extraña, le cayó del «cielo» el representante de una financiera. Mi hipótesis es que entre los gestores hay un mercado negro de datos de potenciales clientes porque llegaron hasta su domicilio y le hablaron por su nombre.
¿Necesita dinero? Ahora José Juan tomó un préstamo por 5 mil pesos con una tasa de interés de más del doble. Así obtuvo su tercer crédito.
Cualquiera en este punto sabe que endeudarse más es una opción suicida. Pero hay una lógica fatal y humana que nos obliga a hundirnos más y más, sobre todo cuando la necesidad apremia. José Juan buscó su cuarto crédito… sí… para pagar el segundo crédito al banco del magnate.
Esta vez acudió con un agiotista de su colonia. Más de 30 familias de la zona le deben. Para obtener el préstamo de 3 mil pesos, le solicitaron un aval, que no es otro sino nuestro lector y buen samaritano. El problema es que ambos, deudor y aval, firmaron el contrato sin leerlo y el agiotista se niega a darles copia.
El asunto, con un poco de sentido común, sabemos que acabará entre abogados que tocan a la puerta con una orden de embargo. Ojalá no sea así.
Con la pandemia, mucha gente se endeudó en la banca y con agiotistas que operan como mafias. El fenómeno ocurrió en todos los estratos sociales. Las tasas de interés abusivas son parejas.
El dinero fácil, dicen, es el más caro.