Una buena muerte en 56 palabras
Mi tía Luz murió en marzo a los 88 años porque se le olvidó masticar y deglutir. Era mi tía política, pareja de mi tío abuelo Ramón que en junio cumple 99 años.
Luz era una mujer blanca, robusta, alta, inseparable de mi tío y viceversa. Vivieron más de medio siglo en pareja, sin hijos, en una especie de “mundo aparte”. Así los recuerdo, alejados del núcleo familiar y supongo que felices. Mi tío Ramón, cantinero de profesión, trabajó hasta los 90 años en el Bar Martín de la Colonia Moderna. No están para saberlo, pero él es uno de los mixólogos que patentó y preparó por años esas famosas yerbabuenas.
Hace diez años le diagnosticaron Alzheimer a mi tía Luz. La enfermedad avanzó de tal forma hasta que dejó de valerse por sí misma. Olvidó prácticamente todo. Hace un par de meses olvidó masticar y deglutir… Tuvieron que internarla en un hospital y comenzaron a alimentarla por medio de una sonda.
Mi amiga Miriam, psicóloga especialista en enfermos con Alzheimer, me explicó que este problema, llamado disfagia, se presenta en el 84% de los pacientes en etapas avanzadas de la enfermedad. El deterioro cognitivo es tal, que el paciente pierde funciones básicas como comer. Por eso coloquialmente se dice que “olvidan” masticar o deglutir. Ante las dificultades para cuidar a mi tía Luz, mi tío Ramón tuvo que mudarse a un asilo. Ella pasó los últimos dos meses de su vida en un hospital en donde finalmente murió.
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Los diputados locales Mara Robles y Enrique Velázquez de Hagamos presentaron una propuesta de reforma al artículo cuarto de la Constitución Política de Jalisco. Consiste en añadir un párrafo de 56 palabras que garantice la muerte digna:
“El Estado garantizará el derecho a la vida y muerte dignas, para tales efectos el Sistema Estatal de Salud se ajustará a la adecuación del esfuerzo terapeútico, promoverá y asegurará la disponibilidad de los cuidados paliativos y en su caso implementará las normas y procedimientos que regulen la solicitud y recepción de la prestación para morir”.
La idea, según me explicó Velázquez, es abrir la discusión para garantizar la muerte asistida a pacientes desahuciados y en fase terminal para evitar el dolor y la convalecencia indigna. Esto sólo podría ocurrir a partir de un diagnóstico médico y bajo la decisión consciente del paciente. Esos detalles se definirían en una segunda etapa con reformas a la Ley de Salud de Jalisco.
Bajo este supuesto, mi tía Luz no sería candidata a la eutanasia a pesar de que fue privada del derecho a vivir con dignidad sus últimos días. Sin embargo, ¿alguien le preguntó o le dio esa opción? Si yo estuviera en su lugar, en una etapa temprana y consciente, elegiría, sin dudar, la muerte asistida para sortear ese tránsito doloroso y evitárselo a mis seres queridos.
En la actualidad ninguna entidad en México garantiza el derecho a la muerte asistida o eutanasia. En países como Canadá, Bélgica, Luxemburgo, Colombia, Nueva Zelanda y España es una realidad.
En una situación así, nadie debería obligarnos a vivir en contra de nuestra voluntad. La vida, como la muerte, es una decisión libre y autónoma. El derecho a anticipar el final de nuestros días es una discusión que hay que iniciar ya.
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Mi tío Ramón se mantiene fuerte. Hace poco lo reté a bajar la Barranca de Huentitán y aceptó. Junto con Luz tuvo una buena vida, no lo dudo, ¿pero ella tuvo una buena muerte?
Mi tío ignora que Luz murió. En la familia creen que no soportaría la noticia.
jonathan.lomelí@informador.com.mx