Un toro con alma de acero
Domingo 23 de septiembre de 2018. Tercera novillada programada del certamen nacional “Soñadores de Gloria” en la Plaza de Toros Nuevo Progreso. Antes del comienzo de la novillada, fui a saludar al forcado y escultor Arturo Castro Ortega, quien por estos días expone sus obras de arte en el Andador de la Plaza.
Frente a las pinturas al óleo que colgaban de la herrería, posaba un toro realizado a mano con un solo material: alambre precocido. Un toro de casta española, es decir, de gran tamaño, alto y de cornamenta seria, que el artista realizó sin molde, fraguando la figura con sus manos, suspendidos los alambres en el aire, tan sólo sostenidos por un cordel que colgaba del techo del taller. En la imaginación del escultor fueron discurriendo la forma y el trapío, hasta alcanzar en la creación final un toro magnífico, un toro imponente, un toro con alma de acero.
El cuarto de la tarde
Pues bien, y para fortuna de los asistentes el día de ayer a la Plaza, un novillo con alma similar fue el cuarto de la tarde. Alegre, bravo, noble y con trapío, como se desearía que fueran todos los novillos, este ejemplar de Villacarmela, de nombre “Don Jorge”, fue tan bueno que provocó que los otros tres de la misma ganadería no lucieran igual, y que los dos de Cerro Viejo, de fea estampa, fueran candidatos al olvido.
José María Hermosillo, fue el afortunado en el sorteo para lidiar a “Don Jorge”. Luego de torearlo muy bien con el capote, logró pases templados con la muleta, bajándole la mano en lo más hondo, cargando la suerte de tal modo que el público se emocionó y coreó los primeros y únicos olés verdaderamente sentidos de la tarde. Pero la espada, esa hermana del éxito cuando es bien utilizada en la suerte suprema, falló en la mano del novillero, y de tanto fallar desvaneció el sueño de cortarle las orejas al novillo y de llegar más pronto que tarde a ser torero.
Deberá continuar practicando, porque los fallos con la espada (a su primer novillo lo pinchó cinco veces) son intolerables cuando se aspira a ser matador de toros.
Jorge Salvatierra mostró, como cada vez que se presenta, las nobles ansias de un novillero. Se le nota en la mirada, en el modo de andar, pero le falta cadencia, su torería carece de plasticidad: esa capacidad de moldear con los movimientos del cuerpo, sobre todo de la mano y la muñeca, el espacio en que converge la expresividad entre el toro y el torero. No se está quieto, y su movilidad trastoca la lidia impidiendo que florezca el arte. Debe serenarse y concentrarse. La pausa y el compás son antesala del toreo con verdad.
Alejandro Fernández tuvo ganas, también, pero le falta aún el temple indispensable para armar una faena. Puso sobre la arena un sombrero junto a su montera, y miró al cielo brindando su primer novillo a alguien que seguramente lo miraba desde allá. Un buen detalle, sin duda. Pero no fue suficiente, el novillo no embestía. Y con el segundo de su lote, la suerte no fue mejor. A seguir trabajando, que el temple brota de la práctica y del alma.
Hace algunos días el escultor Arturo Castro había colocado al toro esculpido con alambre de acero en uno de los pasillos al interior de la Plaza.
El toro estuvo ahí, mientras unos niños en la arena jugaban a ser toreros. Quedó así para el recuerdo, como el cuarto de la tarde, un toro con alma de acero, mirando al ruedo.