Un museo inteligente
No, no se trata de esa dudosa “inteligencia” que se atribuye a los objetos inanimados que se manejan con algoritmos y artilugios cibernéticos, sino de la gestión a la vez racional y generosa de los museos como establecimientos públicos al servicio de los ciudadanos.
El Museo del Louvre tiene desde 2012 una especie de sucursal en la pequeña ciudad de Lens, al norte de Francia, en la antigua cuenca hullera y a unos treinta kilómetros de la capital regional de Lille. La iniciativa partió de las autoridades de la ciudad y de la zona, que celebraron un convenio de colaboración cultural y administraiva con el Museo del Louvre. Al principio los habitantes de la localidad consideraban que era una especie de ovni caído del espacio y no tenían mucha fe en el proyecto; diez años después, se manifiestan orgullosos de una institución que ha recibido más de cuatro millones de visitantes, con lo cual está en el tercer lugar de los museos más frecuentados de Francia. Su popularidad no sólo se debe a que la gran galería, donde se exponen 250 obras, tiene entrada gratuita, ni porque el nombre de Louvre es un estandarte de calidad; como dice su directora Marie Lavandier, “es que aquí quisimos hacer un Louvre de otro modo, más que otro Louvre”.
El Louvre-Lens* nació en una zona fuertemente castigada por la desindustrialización luego del cierre de la explotación carbonífera. Para su fortuna, tenía al frente a un presidente regional, Daniel Percheron, convencido de que la cultura podía impulsar hacia arriba el territorio y permitirle integrarse: una auténtica apuesta, secundada evidentemente por un Ministerio de Cultura profesional y audaz. Es, pues, una historia tanto de inteligencia como de perseverancia y un proyecto que supo concitar la cooperación de todas las comunidades de la región. El Louvre-Lens ha desarrollado un trabajo intensivo de promoción en los centros educativos, un programa continuo de actos culturales, sin pasar por alto todas las posibilidades de estimular la creación de empleo para los habitantes de una zona donde desde años atrás había grandes carencias en ese sentido.
El Louvre-Lens ofrece la oportunidad de dar mayor difusión a las gigantescas colecciones del Louvre, sobre todo a través de exposiciones temporales; por ejemplo, cuando se hacen en París trabajos de remodelación del edificio, se busca resguardar las piezas con mayor provecho que metiéndolas en las bodegas. Pero no se trata de una especie de cuarto de los tiliches: las exposiciones temporales del Louvre-Lens son de importancia internacional y suelen incluir préstamos de otros importantes museos del mundo.
El museo está en medio de un gran parque, sus cinco edificios principales tienen 28,000 metros cuadrados, de los cuales 7,000 corresponden a la superficie de exposición y de reservas visitables, otros mil son de almacenes y el resto acoge exposiciones temporales, así como el equipamiento institucional.
Vale la pena echar un vistazo a toda la programación** de las festividades por el décimo aniversario del Louvre-Lens, que incluye desde un carnaval romano hasta competencias deportivas, pasando por conciertos y recitales de toda clase de música, danza, recorridos por los alrededores, talleres varios y, por supuesto, varias exposiciones.