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Un debate extraordinariamente ordinario…

Que el esposo de una candidata hizo algo muy feo, que otro de los aspirantes se ha dedicado únicamente a atacar, que una más es tan corrupta que merece estar en la cárcel, que Tlaquepaque ha sido usado como un coto para caciques y, al final de todo ese bello montaje, hasta rosas de paz se entregaron. ¿Y los ciudadanos? ¿Y las propuestas? ¿Y la mínima preparación para dejar de lado las papeletas que siempre leyeron? Eso luego, ni que estuviera en juego el futuro de más de 600 mil tlaquepaquenses.

El ejercicio de debate que presentó Canal 10 este domingo por la mañana fue tan afortunado como triste. Por un lado, la producción y el equipo entero de periodistas se preocuparon por hacer ver a los ciudadanos de ese municipio quiénes son los que aspiran a gobernarlos, y eso es digno de aplaudirse. Pero por el otro, las y los candidatos fueron a evidenciar su falta de preparación y un hambre de poder que supera notablemente su fingido interés por el bien común.

Imagínense nomás: una de ellas, la candidata del Partido del Trabajo, se dio el lujo de cerrar el foro declinando en favor del aspirante de Morena. Después del proceso de registro, de tratar de hacer campaña, de asegurar que “nosotros queremos gobernar de una manera segura” y de que su nombre ya esté escrito en las papeletas de votación, con una simple declaración puso en evidencia la simulación que tanto daño le ha hecho a la política en México.

Mucha descalificación, mucha alusión personal, mucha lectura y pocas propuestas serias y concretas. Eso enmarcó el debate por la extraordinariamente ordinaria elección que se realizará este domingo 21 de noviembre gracias a que, en junio, un cardenal decidió grabarse un video en plena veda electoral con su opinión sobre quién debía ganar.

El espectáculo de ayer incluyó un conato de pleito afuera de las instalaciones de la televisora, porque en la política y en el futbol, uno debe romperse la cara por su favorito, y qué importa que ese favorito tenga el mínimo carisma: hay que ondear la bandera del partido y humillar al de enfrente. De nuevo: una práctica más de las que tanto daño le hacen a la política en México.

La falta de preparación fue tan evidente que hubo quienes hasta sus datos personales leyeron. Imagínatelos en el poder sin siquiera saberse el nombre y cargo de memoria.

Seguridad: ese bello poema que todos en campaña citan hasta el cansancio, pero una vez en el cargo resulta ser responsabilidad de alguien más, también llegó al show, y con todo el catálogo que ya nos sabemos: “es momento de que nuestro Gobierno actúe”; “vamos a caminar tranquilos”; “reactivaremos módulos de seguridad”; “habrá proximidad policial”; “tendremos alerta vecinal”. Las viejas confiables para una elección que, insisto, será todo excepto extraordinaria.

Ya ni hablemos de la inversión histórica en infraestructura y servicios públicos que se va a desbloquear con la tacha sobre el partido correcto. Todos hicieron gala del discurso de siempre y, desafortunadamente, los habitantes de Tlaquepaque habrán de elegir a uno de ellos para que sea quien los represente hasta 2024.

Lo peor es que el tema de fondo ni siquiera radica en los tristes candidatos. Los partidos políticos, esos entes que reciben dinero público y que se supone que deben generar ciudadanía con él, preparar a sus perfiles y elegir al más adecuado para hacer frente a una responsabilidad de ese nivel, de nuevo hicieron el ridículo. Soltaron lo que había para ver qué pueden obtener en la campaña y refrendaron el bien ganado nivel de desaprobación que ocupan entre los ciudadanos.

Colofón: Pobre Tlaquepaque. Que pase lo mejor en los extraordinariamente ordinarios comicios que celebrará ese municipio el domingo.

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