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Tutankamón: otra vez

Parece no agotarse la fascinación mundial por el descubrimiento arqueológico más importante del siglo XX, o cuando menos el más famoso, vistoso y memorable: el de la tumba casi intocada de Tutankamón, hace ya cerca de un siglo, en 1922. En la necrópolis de Tebas (Luxor) en el Valle de los Reyes, bajo la tumba de Ramsés VI y medio tapada por el campamento de los operarios de las excavaciones, el inglés Howard Carter encontró la entrada al sepulcro de un faraón de quien prácticamente no se sabía nada, pero que pronto se convertiría en el más célebre de todos.

Este 23 de marzo se inauguró en París, en La Villette, una exposición con el título Los tesoros del Faraón. La última vez que se dedicó una muestra a Tutankamón en la Ciudad Luz fue en 1967, bajo la égida del General De Gaulle y André Malrux. En esa ocasión, los visitantes al Petit Palais superaron el millón y cuarto. Ahora se muestran unos ciento cincuenta objetos de entre los miles y miles de ellos que encontraron, en increíble amontonamiento, Howard Carter y su mecenas, Lord Carnarvon. Hay piezas que nunca han salido de Egipto y que posiblemente lo hagan por última vez, pues está en construcción el Gran Museo Egipcio que será su albergue definitivo.  

A lo largo de casi cien años, el joven faraón, muerto a los dieciocho o diecinueve años por razones desconocidas y tras un breve reinado, ha alimentado la imaginación del mundo. La leyenda de Tutankamón (atizada desde el principio nada menos que por Conan Doyle, el padre de Sherlock Holmes, quien fue el primero en hablar de “la maldición de la momia”) fue creciendo e inspirando novelas, películas, cómics y hasta videojuegos.

Tutankamón (1336-1327 aC) fue el undécimo faraón de la décimo octava dinastía del antiguo Egipto. Reinó hace cosa de tres mil años sobre la civilización más poderosa de la cuenca mediterránea. Pero algo curioso que los arqueólogos señalaron es que, quizá debido a su muerte prematura, su nombre no aparece con frecuencia en las inscripciones y su tumba no era como las de los otros faraones (lo cual probablemente la protegió de los saqueos); además, muchos de aquellos miles de objetos del tesoro no fueron hechos para él. Y otro dato todavía más curioso: hace apenas un par de años se confirmó el origen “extraterrestre” de la hoja de una daga que estaba oculta bajo las vendas de lino de la momia. Es un objeto extraordinario, con puño y vaina de oro exquisitamente cincelados; pero como la hoja no tenía huella de herrumbre, los arqueólogos tuvieron que concluir que sólo podía ser de acero, a pesar de que no existen rastros de esta aleación en Egipto antes del año 500 aC. Como reportó la revista Meteoritics and Planetary Science, un grupo de científicos italianos confirmó que desde el siglo XIII los egipcios conocían ese extraño material caído del cielo en fragmentos de meteoritos, y también supieron convertirlo en un arma perfecta de gran lujo para el faraón. Esto, más de dos milenios antes que las culturas de Occidente.

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