Turbulencia viene del Norte
La visita de tres funcionarios de primer nivel del Gobierno de los Estados Unidos a México es muy significativa, no solamente por la importancia que las posiciones denotan, sino por la agenda desarrollada, tanto la publicada como la que seguramente se atendió paralelamente.
La crisis de la migración en la frontera ha adquirido tal dimensión, que se ha convertido en un problema de urgente atención para el presidente Biden y parte de la agenda electoral de cara a la elección del año próximo allá. La idea disparatada de enviar personal militar a México, que comenzó como una suerte de ocurrencia hace algunos años, ha adquirido fuerza, no solamente entre los más radicales halcones republicanos, sino se ha extendido a otros grupos políticos y sociales. Durante la visita se anunció la decisión de liberar fondos para construir más muros en la zona Sur de Texas, lo que no puede ser una casualidad, sino un movimiento encaminado a calmar a quienes exigen más acción en contra de quienes ingresan sin documentos a Estados Unidos. Se calcula que cada día lo hacen más de diez mil personas, en su mayoría sudamericanos y principalmente venezolanos, pero también, por supuesto, hay mexicanos y de otras nacionalidades. La percepción de debilidad por parte del presidente demócrata está causando daño en la imagen pública de quien buscará ser reelegido y, por tanto, se esperan más medidas de impacto en los próximos meses.
El embajador Ken Salazar lo dijo en la comparecencia ante los medios de comunicación: se viene una nueva etapa de amplia colaboración entre los dos países. Lo que no dijo es que la situación es producto de la creciente presión principalmente en dos campos que se entrecruzan en la frontera: la crisis migratoria que ha llegado a las grandes ciudades como Chicago, San Francisco, Los Ángeles y Nueva York, que enfrentan situaciones sin precedentes obligando a sus autoridades a limitar los tradicionales apoyos a las personas en busca de destino. Hay un cambio significativo de las posiciones de apertura aun entre los políticos tradicionalmente más abiertos al tema. Y eso solo comienza, porque no hay indicios de que los flujos vayan a bajar en el futuro, así que esa presión se enfocará a hacer que México colabore. El problema es estructural porque el sistema migratorio de nuestros vecinos está desde hace años colapsado y en muchos sentidos incapaz de manejar el flujo de personas de forma regular, provocando un margen cada vez más amplio y complejo de ilegalidades.
La situación se complica si agregamos el segundo componente relacionado con la epidemia de sobredosis de fentanilo que provoca todos los días bajas en los consumidores estadounidenses y ahora también en México. La percepción de que el problema debe ser resuelto sí o sí por cualquier medio, crece en los medios cercanos al Congreso en Washington y, por ende, otra vez, la presión crece para que México colabore.
Esta nueva etapa de “amplia colaboración” anunciada durante la visita de los enviados del Presidente Biden, no es otra cosa sino el endurecimiento de la posición negociadora de nuestros vecinos, que traerá cambios en la relación política. Las consecuencias predecibles son la realización de operaciones más eficaces en ambos campos: el control de los flujos migratorios y el combate a los grupos de la delincuencia vinculados al tráfico de drogas. Ambas cosas pueden ser positivas para México si se tratara de iniciativas que partieran de visiones compartidas y no de presiones electorales. Es de esperarse que muchas cosas sucedan en este campo en los próximos meses anteriores a la elección de noviembre de 2024. La presión no hará sino crecer hasta la definición del nuevo presidente: el que se reelegiría, lo que supone un paso hacia la certidumbre en la relación, o el que llegue por parte de los republicanos, que puede ser un verdadero terremoto. Tiempo de turbulencias se avista en el horizonte.
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