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Trump: gestión del poder sin política

Un proverbio dice que los estadounidenses actúan correctamente sólo tras agotar todas las demás posibilidades.

Con el regreso apabullante de Trump, esa sentencia se invirtió por completo: los estadounidenses hicieron lo incorrecto tras agotar todas las demás posibilidades (democráticas).

Me surgen muchas preguntas y una hipótesis.

¿Por qué en la democracia modelo de Occidente ganó un hombre con cuatro acusaciones penales y condenado por agresión sexual y difamación?

¿Por qué, en lugar de perder votos, aumentó sus seguidores un candidato que hizo chistes sexistas y racistas, que amenazó con disparar a sus adversarios, que llamó “isla de basura” a Puerto Rico?

¿Por qué las estadounidenses votaron por una fórmula cuyo vicepresidente J.D. Vance sugirió que le gustaría meter a las mujeres en una máquina del tiempo para regresarlas hasta 1950?

Nate Cohn, jefe de análisis político del New York Times, tradujo en una línea el triunfo del magnate: si en 2016 tuvimos la sensación de que Trump ganó apretadamente, casi por casualidad, hoy no es así.

Trump consiguió 295 votos del Colegio Electoral y podría convertirse en el primer Presidente republicano en ganar también el voto popular nacional en los últimos 20 años.

A diferencia de 2016, cuando Trump obtuvo el voto mayoritario de la clase trabajadora blanca, los primeros análisis indican que mejoró su desempeño entre latinos, mujeres y negros.

Y aumentó su votación con respecto a 2020 en Florida, Nueva York, Texas, California, Ohio…

Además, su partido, los republicanos, le arrebató el Senado a los demócratas y podrían también quedarse con la Cámara, lo que le permitiría a Trump, a diferencia de hace 8 años, aprobar sus políticas radicales de derecha sin problemas.

¿Por qué ganó otra vez, pero con una mayor contundencia, un hombre como Trump que ahora luce imbatible?

La respuesta no está, creo, sólo en la pésima estrategia demócrata y la terquedad de Biden para intentar reelegirse, y finalmente, declinar y mandar a Kamala Harris a ganar en 107 días lo que él perdió en cuatro años.

La respuesta, me atrevo a sugerir, está también en el agotamiento del ideal democrático.

Creímos que las democracias liberales nos llevarían hacia una mayor igualdad económica y de derechos.

La aspiración colectiva era que las bondades del neoliberalismo y la innovación tecnológica nos llevarían a una mayor prosperidad compartida.

Sin embargo, sólo se abrieron brechas entre los que más tienen y los que menos. Hay ciudadanos de primera, de segunda y desechables. Las masas descontentas, sin rostro y excluidas del festín del siglo XXI, le dieron en parte el triunfo a Trump.

Este desencanto con el modelo democrático y su crisis es global. Lo advertimos en los extremismos de derecha que asedian a países como Argentina, El Salvador y ahora Estados Unidos.

(En México, el obradorismo fue una válvula de escape ante ese desencanto que ha seguido un curso distinto, pero su origen es el mismo: la desigualdad extrema, el rechazo a la partidocracia y el status quo).

En un artículo sobre el extremismo, Italo Calvino escribió que la política necesita un modelo ideal al cual tender; si no, no es más que gestión de un poder.

Trump ejercerá el poder cuatro años, pero el ideal democrático y la política serán sustituidos por la venganza, el capricho y el autoritarismo.

Eso escogieron los estadounidenses después de agotar las otras alternativas. Un mensaje también para todas las democracias del mundo.

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