Trump el inmisericorde
Luego de su larga jornada de festejos por su segunda temporada en la presidencia de Estados Unidos del lunes pasado, en la que exhibió el ánimo expansionista con el que llega, su desprecio a los acuerdos internacionales en materia ambiental y de salud, su xenofobia hacia México y su homofobia ante el beneplácito de sus simpatizantes, Donald Trump culminó ayer sus rituales de asunción al poder con un sorpresivo sermón y reclamo de una obispa en el tradicional oficio religioso que se hace en la Catedral Nacional de Washington para clausurar los actos de su investidura como presidente.
Vale la pena consignar el desencuentro entre esta ministra de la iglesia, de nombre Mariann Edgar Budde, y el magnate neoyorquino que vio estropeado su mesiánico y demagógico regreso a la Casa Blanca. En este episodio volvió a asomar su autoritarismo y antitolerancia ante quienes no comparten su visión del mundo.
La obispa rogó al Presidente estadounidense tener “piedad” de los homosexuales y de los migrantes indocumentados que realizan los trabajos más duros en los Estados Unidos, luego de las órdenes ejecutivas que endurecen sus políticas migratorias y en la que ordena retomar la definición biológica y binaria del sexo al reconocer sólo el género masculino y femenino.
“Hay niños gays, lesbianas y transgéneros en familias demócratas, republicanas e independientes. Las personas que recogen nuestras granjas y limpian nuestros edificios de oficinas, que trabajan en granjas avícolas y plantas de envasado de carne, que lavan los platos después de comer en los restaurantes y trabajan en los turnos de noche en los hospitales (…) pueden no ser ciudadanos o no tener la documentación adecuada, pero la gran mayoría de los migrantes no son delincuentes”, le expuso la religiosa Budde, negando las constantes afirmaciones de campaña y de su toma de posesión del día anterior, en el sentido que eran “millones” los indocumentados que se tenían que expulsar por ser criminales de otros países.
Y remató la obispa activista que ya había tenido algunos desencuentros con Trump: “Permítame hacer una última súplica, señor presidente: millones han depositado su confianza en usted y, como le dijo a la nación ayer (el lunes), usted ha sentido la mano providencial de un Dios amoroso. En nombre de nuestro señor, le pido que tenga misericordia de la gente de nuestro país que tiene miedo”.
Trump sólo la miraba serio desde la primera banca de la Catedral. Fruncía el seño en una muestra inequívoca de su desprecio y rechazo al llamado de la obispa. Igualmente incómodos y disgustados estaban su familia y el vicepresidente J.D. Vance.
Cuestionado horas después, Trump sólo espetó que el oficio no había sido “demasiado emocionante” y que “podrían hacerlo mucho mejor”.