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Tres novilleros con mucha entrega, pero con eso no basta

Domingo 15 de septiembre de 2019. Plaza de Toros Nuevo Progreso. En la segunda novillada de esta temporada se presentaron los novilleros hidrocálidos José Miguel Arellano y Pedro Bilbao, alternando con el tlaxcalteca Alberto Ortega, para lidiar seis novillos de la ganadería Golondrinas, propiedad del señor Óscar Domínguez Escobar, ubicada en Lampazos de Naranjo, Nuevo León. Los tres novilleros mostraron el ansia de gloria, pero les falta mucho más trabajo.

Bonitos los novillos, sobre todo el tercero, cárdeno oscuro, y el sexto, castaño, pero todos en general de escasa bravura, tanto así que los dos primeros se brincaron las tablas. Fueron al caballo, pero sin arrancarse y sin pelear con los riñones. Se demostró de nuevo que, sin la nota más clara, la más indispensable de la fiesta de los toros, la bravura, es difícil que cuaje el espectáculo y que los diestros puedan transmitir a los tendidos la emoción, el miedo y la expectación que tanta alegría producen en los aficionados.

José Miguel Arellano salió arrebatado. Quería hacer todo en un pase. Tiene maneras, sabe tantear al novillo en su recorrido con la brega al centro del ruedo, pero luego se desespera y no puede templar. A su primer novillo le pudo por la derecha, pero la debilidad del animal impidió la faena. Mató con bajonazo. Con el segundo mostró voluntad, pero la mansedumbre del novillo no le dejaba torear a gusto. Manolo Arruza, su apoderado, se paseaba en el callejón mirando por debajo de la boina, seguramente pensando en lo que habrá que mejorar.

Pese a que los novilleros buscaron la gloria, se qudaron lejos de conseguirla. EL INFORMADOR / F. Atilano

Pedro Bilbao fue quien mostró más hechuras de torero. Sabe dirigir la lidia y conoce su sitio. Pero es de un verdor que adormila. No tiene mando, sigue las instrucciones que recibe desde el callejón como un niño que está aprendiendo a andar. Las clases de academia no deben replicarse en el momento de la verdad en la plaza. Tiene dominio del capote y sabe lancear. A su primer novillo le hizo un quite por gaoneras, con los pies clavados en la arena, como debe ser, pero con la muleta el toro no embestía y al intentar manoletinas fue lanzado por los aires. Mató con estocada caída. Con el segundo hubo destellos con la muleta, sin mucho que destacar por la falta de fuerza del novillo, que además arrastraba los cuartos traseros, y lo mató sin mayor trámite.

Alberto Ortega fue pura entrega. Él es sobrino del matador en retiro Rafael Ortega. Le tocó el novillo con galope más alegre, tanto así que daba de brincos y al hacerle un quite por tafalleras el novillo lo arrolló sin consecuencias. Tuvo que descabellar luego de una estocada trasera. Con el último novillo despertaron los tendidos. Se fue a porta gayola y, en ese lance muy valiente pero poco lucidor, salió muy bien librado. La gente aplaudía. Fue el único novillo al que se le pusieron bien los tres pares de banderillas. Inició su faena de rodillas, y el novillo casi lo coge. Aplausos, música, pero al final, por hacer eterna la faena, el público desesperó y comenzaron esos gritos nefastos de algunos que ensucian la fiesta.

Desde aquí una petición (por clamor) del público: no está bien que el subalterno conocido como “El Chiquis”, siga apareciendo en las cuadrillas de los novilleros. Es un hombre que, por su edad, ya no tiene facultades para brindar un espectáculo serio y, en lugar de ello, hace de todo su actuar una charlotada indigna de una plaza de toros importante como la nuestra.

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