“Traficantes de ADN”, el colmo de la putrefacción humana
“Traficantes de ADN”, es otro reflejo de la más grande corrupción en las esferas de Gobierno al más alto nivel. Un reportaje realizado por Paula Mónaco Felipe, y Wendy Selene Pérez, con el apoyo del Proyecto Piloto de Periodismo de Investigación de la UNESCO, que deja al descubierto la deshumanización, la falta de escrúpulos, y cómo es que la ambición puede corromper conciencias y quebrantar principios al grado de lucrar descarnadamente con el dolor ajeno. En él se revela un mercado hasta ahora desconocido para muchos, pero que para otros es familiar; la comercialización de datos de ADN de personas desaparecidas en México, que ofrece información genética que habría sido robada para entregarla a un laboratorio privado que es el que la oferta a los familiares de quienes buscan a sus seres queridos.
A principios de esta semana, los medios de comunicación exhibieron el simulacro que familiares de personas desaparecidas montaron en pleno Zócalo de la Ciudad de México, al llevar tierra y acomodarla de manera que diera la impresión de las fosas en que suelen buscar rastros de sus hijos, esposos, y familiares que un día ya no regresaron a sus hogares. Si el presidente de México, “no va a las fosas, las fosas vienen a él”, dijeron representantes de los colectivos reunidos a las afueras del Palacio Nacional, la residencia de Andrés Manuel López Obrador, quien rechazó recibirlos.
Los Semefo están rebasados en su capacidad y no se dan abasto a atender a quienes buscan a sus consanguíneos. De ahí que puedan ser presa fácil de gente sin escrúpulos como la que trabaja para el laboratorio Central ADN, que ofrece cotejar material genético de los desaparecidos con la base de datos de identificación en el país, “una que utiliza el Sistema Índice Combinado de ADN (CODIS), el software que el Buró de Investigaciones Federales (FBI) estadounidense le donó al gobierno mexicano en 2009 como parte de la Iniciativa Mérida para combatir al crimen organizado. La base está bajo el resguardo de la Fiscalía General de la República (antes PGR) y en la actualidad concentra más de 69 mil 300 perfiles genéticos. ¿Cómo una empresa privada tuvo acceso a estos datos?”.
“El Estado mexicano ha ido recolectando información genética, desde 2004, de los parientes cercanos a las más de 95 mil personas desaparecidas que se cuentan de manera oficial para poderlas identificar, información que ha ido a parar a dos grandes bases de datos: una que inició la Policía Federal y hoy tiene la Guardia Nacional y otra que inició la PGR y que continúa la Fiscalía. Ésta, la más importante, fue presuntamente copiada, filtrada, pirateada”, se menciona en el reportaje.
Una mujer joven, simpática y elegante es el rostro visible de Central ADN. Mariana García Sosa, quien se presenta sin su primer apellido, recorre los estados de Veracruz, Coahuila, Jalisco, Morelos y San Luis Potosí contactando a familiares de desaparecidos y recolectando muestras para extraer ADN: saliva, gotas de sangre, huesos, dientes. Viaja pontificando. “Te identificamos a tu familiar, nosotros sabemos dónde está, tenemos amigos en la Procuraduría, tenemos la mismísima copia del banco genético nacional”.
En un país incapaz de frenar la violencia, una muela puede ser una esperanza. Por eso hay quienes creen que lo que dice esta mujer es verdad.
Son varios los nombres de personajes de la política que se mencionan entre los involucrados en la lista de accionistas de Central ADN creado en 2013 bajo la égida de Enrique Peña Nieto, pero solo uno es acusado, el excomisionado nacional de búsqueda, Roberto Cabrera Alfaro, a quien se responsabiliza de haber robado la base de datos.
Otras compañías de este tipo han surgido en años posteriores. En febrero de 2018 nació la empresa Biotecnológica Somos ADN, cuyos accionistas son casi los mismos que Central ADN, que públicamente se presenta como ADN México.
Las autoridades de este país deben llegar al fondo del asunto y aplicar la ley de manera ejemplar contra aquellos que cuáles buitres están lucrando con lo que es seguramente el mayor dolor que una madre o padre puede tener, saber desaparecido a un hijo.
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