Ideas

Tolerancia, pluralidad y democracia

Uno de los grandes retos de la democracia mexicana se encuentra en garantizar la existencia de un sistema de partidos políticos competitivo, no sólo en términos de capacidad de construir militancia y estructuras de movilización electoral, sino, ante todo, para la generación de proyectos de país que resulten representativos de la enorme diversidad y pluralidad de visiones que existen en México. 

A partir de la pérdida del registro del Partido de la Revolución Democrática (PRD), se mantienen en el espectro dos partidos que se definen a sí mismos como de izquierda, el PT y Morena, ambos, parte de la coalición que llevó a Claudia Sheinbaum a la Presidencia de la República.

En este contexto, lo que se atestigua es un desdibujamiento del espectro ideológico mexicano, pues lo que priva es el pragmatismo más crudo, en el que lo relevante es triunfar electoralmente, pero no construir consensos para el diseño y puesta en operación de una nueva generación de políticas de Estado capaces de dar pleno cumplimiento al texto constitucional.

Esto no es privativo de nuestro país; a nivel internacional hay diferentes procesos políticos mediante los cuales están regresando al poder representantes de la llamada tradicionalmente como “la derecha”, que se expresan en posiciones ultraconservadoras. Y simultáneamente, se perciben al interior de los partidos políticos personalidades que enarbolan posturas éticas, ideológicas y políticas, que no responden a la “imagen” tradicional de ciertos partidos y movimientos.

Por ejemplo, en los Estados Unidos de América, en el Partido Republicano hay diputados e incluso senadores que no concuerdan con las posturas más radicales contra la migración, el aborto, el derecho a huelga y otros temas altamente controversiales en aquel país. En España, Inglaterra y Francia, igualmente hay posturas abiertas y tolerantes en los partidos de derecha, y posturas excluyentes, nacionalistas y hasta xenófobas en algunas de las expresiones consideradas más progresistas. 

Regresando a México, en Morena y sus aliados, hay igualmente las más variadas posiciones éticas, políticas e ideológicas; desde personajes que se oponen a la despenalización del aborto, hasta las posturas más radicales en términos de transformación de la arquitectura constitucional e institucionalidad que le da aún sentido y funcionalidad a la democracia.

Por ello será indispensable, en los meses por venir, que el Congreso de la Unión sea un espacio de auténtica deliberación y de reflexión mesurada de los problemas nacionales, porque estamos ante el riesgo real que se percibe en una doble dimensión: por una parte, la siempre peligrosa tendencia a la unanimidad, que implicaría la imposición de “la tiranía de las mayorías”; o bien, por otro lado, aunque menos probable, la posibilidad de que ante la enorme diversidad de intereses y grupos que operan al interior de Morena, se generen conflictos internos que podrían llevar a crisis de funcionalidad del Congreso y otros espacios de decisión política.

Para los partidos políticos de oposición, y aún para los aliados al nuevo gobierno, es fundamental que redefinan sus posturas; que expliciten cuáles son realmente sus agendas y cuáles son los consensos y acuerdos que impulsaran en torno a agendas específicas, y que son esenciales para el país: la tolerancia, la pluralidad política, la laicidad del Estado, la erradicación de la discriminación, el racismo, la xenofobia y otras formas conexas de exclusión e intolerancia.

Los problemas nacionales no pueden estar basados en la unanimidad de visiones, sino antes bien, en los consensos generados desde la diferencia y la contrastación de evidencias y argumentos; México no podrá avanzar hacia la consolidación de su democracia si no es con base en el entendimiento y el reconocimiento de que si algo nos caracteriza es la heterogeneidad, antes que la uniformidad.

La legitimidad democrática ganada abrumadora en las urnas no significa, en ese sentido, una patente de corso, sino un mandato popular para construir un país de justicia, dignidad e inclusión para todas y todos. Pero eso requiere del concurso de todas las partes y, debe subrayarse, de una amplia vocación de diálogo, de escucha y de acuerdo político inteligente.

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