Todo cambia, afortunadamente
Pasó la calma chicha de la veda electoral: hoy se vota. Ya se alistaron desde temprano los miles de funcionarios de casilla que, nomás de verlos, dan ganas de decirles que ya tienen un pequeño pedazo de cielo ganado. Millones de votantes acudirán/acudiremos a las urnas a poner -en palabras de muchos- nuestro pequeño grano de arena a lo que definimos -nosotros tan modernos y en boga con el mundo- como democracia. Millones se abstendrán y no sabremos qué fue lo que los motivó a hacerlo; ellos también serán registrados. La autoridad electoral de nuestro país, el Instituto Nacional Electoral, sabrá exactamente quién fue y quién no fue a votar el día de hoy. Sus motivos o razones no los conocerán ni tampoco sabrán -de los que sí tenemos intención de hacerlo- por quién votamos o por quién anulamos.
En nuestro país, cada seis o tres años vamos -decididísimos algunos y lo más indecisos del mundo otros- a las urnas que nos quedan cerca y otros -por razones varias- habrán de trasladarse usando diversos medios de transporte. Todos los ciudadanos con 18 años cumplidos en adelante, hoy (y siempre) ejercemos una parte fundamental e igualitaria en el proceso político del país. Todos los ciudadanos que viven en el extranjero también tienen este derecho y algunos de ellos regresan al país a votar en su antiguo domicilio.
Todos nuestros votos cuentan y ni uno pesa más que el otro. Por más que Juan Chicles se llame, Juan Chicles será un solo voto más, y por eso, el voto es justamente lo que nos democratiza, nos vuelve iguales en un país lleno de justamente tantas desigualdades. Particularmente, la elección de presidente es un fenómeno de masas porque basta ver cómo nos reproducimos los mexicanos, y bueno, ahí es donde la puerca torció el rabo. La masa, dividida en géneros, permitió que las mujeres pudieran votar hasta el año de 1953 y hoy, esta misma masa ya más revolcada, escogerá -y le aseguro que no me equivoco- a una mujer que nos gobierne a todos (espero).
Para llegar hasta ahí, dicen algunos, tuvo que comportarse como hombre, no hay de otra. Para ser presidenta de la nación, deberá fajarse los pantalones, comparten otros. Y yo, de ver a ciertas mujeres que ocupan ya diversas posiciones de la burocracia mexicana, es justo como las percibo: fajadas y en muchísimas ocasiones cometiendo peores fechorías y tratando a sus súbditos -perdón, conciudadanos y gobernados- como a ciertos machos a los que se supone detestan tanto. Para pruebas, tengo muchas columnas en mente.
En seis años, recordaremos algunos de nosotros exactamente como lo hacemos de la última elección, con quién estábamos cuando ganó -después de tres intentos- Andrés Manuel López Obrador. El hombre más necio de este país, no tengo pruebas, pero tampoco dudas, el mismo que se identifica con tan particular canción de Silvio Rodríguez, terminará más o menos de facto su mandato hoy mismo.
De aquel día, recuerdo cuánta gente a mi alrededor festejó por todo lo alto que por fin, este hombre tan ocupado en el país, tomara el poder. Decían, y creo que con razón, que al haberse por fin elegido como presidente, México evitaba algunos de los choques sociales que en ese momento se estaban dando por América Latina. Andrés Manuel se presentaba pues como esta contención que él mismo hizo añicos. Logró polarizar en un abrir y cerrar de ojos al país, una de las naciones en el mundo con mayor desigualdad y menor movilidad social. Él mismo logró sacarle al “pueblo sabio” todo el rencor que la misma desigualdad y falta de oportunidades para todos han provocado.
Pero lo importante de hoy es la elección, y yo me inclinaría a pensar que, sin pasiones de por medio, habríamos como sociedad de poder elegir a una cabeza que realmente nos represente, ya estando al mando, a todos. El problema de la democracia o de los líderes que son electos bajo este sistema es que se ha vuelto como casi todo en el mundo, de piel muy delgada. La democracia moderna representa exactamente a las nuevas generaciones: es malcriada, superficial, se viste de marcas, tiene poquísima tolerancia a la frustración, no sabe de principios y cambia de bando como de calzones, no le gusta, pero quizá no sepa ni cómo hacerlo, ponerse en los zapatos del otro.
El voto sigue siendo -pa’ que nos hacemos tontos- en distintos sectores, medio secreto. Todavía en esta elección, me confiesan por ahí, hay quienes lo compran o hay quienes lo venden (a según) y prueban con fotos o tientan a la sagrada confianza y dicen que hicieron lo que les pidieron algunos operadores políticos.
Yo, estimado lector, le confesaré que me inclino hacia la tan digna campaña que encabezan las madres de las personas desaparecidas al nombrar a cada una de ellas en el renglón correspondiente. ¿Qué no se logra nada? ¿Ya se acordó de aquella época que terminó con un guillotinazo a María Antonieta? Todo, todo cambia. Afortunadamente.
argeliagf@informador.com.mx • @argelinapanyvina