Tlaquepaque: el feudo ingobernable
Tlaquepaque no es sólo un Pueblo Mágico por su Centro Histórico. Lo es porque en ese bellísimo espacio es posible abandonar en una banca el cadáver de un líder del crimen organizado, con la certeza de que ningún oficial de policía, cámara de videovigilancia, comerciante, peatón o deidad primigenia dirán algo al respecto.
Lo es porque, sin importar que el Gobierno Municipal sea panista, revolucionario, institucional o ciudadano, la prioridad en la asignación de fondos públicos se va a quedar en el Centro. Y que ni se pongan exquisitos en la Nueva Central, el Cerro del 4 o mucho menos en San Martín de las Flores, porque ahí la bondad del municipio se queda en brigadas tapabaches ocasionales y rondines de Policía.
Pero, sobre todo, lo es porque hace nueve años, cuando Tlaquepaque migró del tricolor al naranja, las oficinas se cerraron, los funcionarios se acuartelaron, las llaves se escondieron, los documentos con información delicada fueron destruidos y el proceso de entrega-recepción fue, por decir lo menos, borrascoso.
Lo peor es que esa bella tradición se mantendrá, pues en la salida de Movimiento Ciudadano, la morenista Laura Imelda Pérez tendrá que soportar exactamente lo mismo que se criticó en la primera gestión de María Elena Limón en 2015, pues en un intento de cooptar la operatividad del municipio, los jefes de MC dieron la instrucción a los burócratas de Tlaquepaque de seguir asistiendo a trabajar; de apropiarse de las oficinas.
En el ocaso de la “naranja mecánica” (jé) en ese municipio metropolitano, la administración ha comenzado un proceso de basificación de muchos de los funcionarios que eran de confianza. Nada de que se termina el trabajo con el trienio. Ahí no; ahí es un Pueblo Mágico y esa magia se respeta.
La instrucción que se les ha dado es que “sigan participando”, que “no dejen los espacios” y que no firmen nada que implique el fin de su relación laboral. Sabotaje, pues.
En la teoría, los contratos laborales para los empleados de confianza vencen el 30 de septiembre, pero tras mil impugnaciones bateadas en tribunales, queda demostrado que al Gobierno saliente no le apetece cumplir y hacer cumplir la ley sin importar que, a la distancia, ese sabotaje traiga consigo la posibilidad de emprender denuncias penales.
Ya nadie recuerda que, cuando María Elena Limón, “La Patrona”, llegó al municipio el 1 de octubre de 2015, ella misma aseguró que “el Gobierno no nos pertenece, no es negocio, sino una maravillosa oportunidad de servir (sic)”. Con mucho júbilo, aseguró que “no les fallaré” y que “las puertas de la presidencia estarán abiertas para todos” en una franca indirecta para su predecesor, el priista Alfredo Barba (EL INFORMADOR, 01/OCT/2015).
Por supuesto, eso ocurrió en 2015 y los políticos siempre apuestan a que la memoria olvide… pero las hemerotecas, no. Hoy, como antes, Tlaquepaque es un feudo ingobernable que se usa como propiedad y, ante el rechazo ciudadano en las urnas, se actúa desde el enojo y la impotencia. Ahí estriba el intento de boicot que ha ordenado la administración saliente que, a diferencia de la de María Elena Limón, no pudo ratificarse para un segundo periodo.
Y mientras tanto, el nuevo Gobierno llega sin información real sobre el estatus que guarda el municipio porque, debido al cansado proceso en tribunales, no se entregó documentación.
Las autoridades entrantes ya lograron reproducir la escasa información que contienen los discos que sí se dignaron a entregar y, sorpresas de la vida, hallaron unos cuantos oficios de comunicados, fotos de simulacros de entrega-recepción, formatos vacíos y un par de listados con bienes que no llegan ni al 5% de los que tiene el municipio.
Y si sólo fuera grilla, el impacto queda entre burócratas. El problema real es que, mientras la rabieta y el boicot duren, los ciudadanos de Tlaquepaque pagarán por falta de servicios.
¿O cómo se trabaja cuando no hay información, padrones ni bases de datos? El tamaño del problema es alto. Tan alto como el no saber en qué estatus se encuentra tu trámite, cuáles impuestos has pagado, si hay camiones recolectores de basura o patrullas suficientes y con gasolina, dónde se encuentran esos vehículos y cuántas son las bodegas e insumos que le pertenecen al municipio.
Caos político primero; servicio público después. Así es como funciona Tlaquepaque, una localidad cada vez más desdeñada de la cobertura mediática y fuera del ojo público, lo que a la distancia ha funcionado de maravilla a gobernantes como Citlalli Amaya o la propia María Elena Limón para que el más grande de sus escándalos sea que El Parián se vino abajo.
Tlaquepaque, como El Salto, es un coto de poder, un feudo del señor o la señora en turno que limita el surgimiento de nuevos liderazgos, de oposiciones fuertes y de adversarios capaces. Tlaquepaque es un Pueblo Mágico cuyos gobernantes prefieren mantener en las sombras a cambio de que los privilegios se eternicen, sin importar que el apellido del apoderado en turno sea Barba, Limón o el que venga.
isaac.deloza@informador.com.mx